"Quebradeño" regresó a su amada libertad

Por Alicia Liliana Fernández 18 Abril 2011

El viernes, muy temprano, la combi de la Facultad de Ciencias Naturales partió de la ciudad, nublada y desapacible, y así fue el tiempo en todo el camino. Al llegar a Amaicha las nubes se abrieron un poco y dejaron ver un sol indeciso que ya en Quilmes se tornó deslumbrante, como la propia Ciudad sagrada. Allí, en la generosa explanada, alrededor de una apacheta los visitantes formaban una ronda de 30 metros de diamétro donde se mezclaban los miembros de comunidades originarias de la zona con numerosos citadinos. A ellos se iban sumando respetuosamente turistas que se sorprendían con la solemnidad de un ritual ancestral.

El suave golpeteo de la caja retumbaba hondo entre las montañas y acompañaba las coplas que, una tras otra, entonaban los oficiantes, liderados por el cacique Solano Chaile.

Cerca de la apacheta, cuatro personas cubrían del sol con un puyo la gran jaula. Allí permanecía, inquieto, el cóndor "Quebradeño", a la espera de su liberación.

"Los abuelos decían que una mujer muy rica había perdido su hijo (el cóndor); ese hijo pasaba un tiempo con nosotros, y le brindábamos nuestra hospitalidad. Cuando se iba con ella de nuevo, le llevaba a su madre nuestras necesidades, nuestras alegrías y nuestros dolores, y nos curaba: era la más grande de todas las medicinas. Hoy largamos al viento un ave medicina..." fue la leyenda que relató la mujer que conducía la ceremonia.

"Hoy vamos a ofrendar a la Pachamama este cóndor, porque este mensajero esté sano y que sea nuestra puerta para los ancestros. Él lleva nuestro pedido a lo más alto, a nuestros ancestros, y la naturaleza lo retribuye", añadió. En parejas, los hombres y las mujeres de la ronda fueron acercándose a la fogata para sahumarse, y luego fueron entregando sus ofrendas -frutos de la tierra, pan, maíz y vino- a la Pachamama.

Después, con las manos tomadas en forma de alas abiertas, dirigían sus pedidos al cóndor, y con las manos tomadas como alas cerradas pedían por el bienestar de la comunidad. Una vez cumplida la ceremonia, cuatro hombres alzaron la jaula y, seguidos en procesión por unas 100 personas, ascendieron, callados, por estrechos senderos hasta una de las atalayas, hacia el lado derecho de la ciudad de Quilmes.

Allí, los biólogos de la Fundación Bioandina dispusieron la jaula en el balcón de piedra, y pidieron a los asistentes que dejaran libre un radio de más de cinco metros. Todo el mundo debía permanecer sentado, quieto, y en el más absoluto silencio.

Por unos momentos pareció que el tiempo se detenía, y que el viento y el sol tomaban el control de los sentidos.

Dentro de la jaula "Quebradeño" se movía, nervioso, y parecía percibir tantas miradas expectantes. Entonces abrieron lentamente la puerta de la jaula: el cóndor salió de un paso, decidido a buscar la dirección del viento, y sin dudar dio media vuelta, mostró el esplendor de sus alas extendidas y se lanzó, seguro, hacia el corazón de la Ciudad Sagrada. Al unísono, el corazón de los presentes, que latía con una fuerza inusitada, se liberó en un aplauso y en gritos de celebración.