Los silenciosos y tenaces socios de la solidaridad

Los silenciosos y tenaces socios de la solidaridad

Con formación empírica o académica enseñan en comunidades marginales o paupérrimas. Son maestros de la vida y les sobran vocación y amor.

COMPENETRADOS. Los actores del grupo El Sifón-Mensajeros de la Paz  ensayan en un local del Predio Ferial Norte. LA GACETA / HECTOR PERALTA COMPENETRADOS. Los actores del grupo El Sifón-Mensajeros de la Paz ensayan en un local del Predio Ferial Norte. LA GACETA / HECTOR PERALTA
12 Septiembre 2010
"Hace nueve años que dejé de consumir. En esa época me decían el loco porque vivía drogado e irascible. Comencé a inhalar poxiran, luego fumé porros y después ya me daba con cualquier cosa. Además, robaba para poder comprar drogas. Siempre vivía tenso, nervioso, hasta que me habló doña Irma". Mauricio mira a los ojos. No se oculta detrás de ningún gesto o sonrisa. Sabe que reciclar con su testimonio el infierno que vivió lo ayuda y también ayuda a otros que hoy transitan por ese precipicio de tinieblas y de demonios que él vivió.

El joven de 27 años es uno de los actores del grupo de teatro "El Sifón" de la asociación civil "Los Lapachos", del barrio Juan Pablo II, que dirige Jorge Salvatierra, actor, escenógrafo y director teatral. En esa entidad civil, que dirige Irma Monroy y en la cual también funciona un comedor para niños, jóvenes y adultos mayores carecientes, quienes los frecuentan también pueden aprender pintura, música, literatura, carpintería, etcétera, que voluntarios de la institución provenientes de las facultades de Arte y de Filosofía, o de colegios terciarios y hasta secundarios o de vecinos de la misma comunidad o cercana a ella, enseñan gratuitamente.

Orientadores

En realidad, ellos son los socios silenciosos y anónimos de la solidaridad. Otros los definen como generosos difusores de la cultura. Hay quienes se animan a denominarlos arquitectos a destajo de la vida; maestros artesanos descubridores de talentos entre pobres y marginados o simplemente orientadores o recuperadores de almas confundidas. A diario, ellos ayudan a gente careciente de bienes, afectos y referentes, para que puedan encarar y concretar un proyecto de vida. Exponen no sólo su integridad física sino también su equilibrio emocional y mental para comprometerse con la enseñanza en comunidades donde el espanto y el dolor hacen estragos.

Muchos se formaron empíricamente y otros, una gran mayoría, lo hicieron académicamente. Aunque a todos los une y convoca la vocación de servir, transmiten su saber, sin retaceos, con amor y dedicación, como auténticos maestros pero sin títulos rimbombantes. Ellos son los educadores no formales.

Discriminados
"Hace 38 años que vivo para, por y del teatro. Comencé en 1972. Cuando los que se dedicaban a este metier eran discriminados de ´mariquitas´. El grupo se denominaba Angel Quagliata. Montamos un escenario en la Biblioteca Belgrano, en un predio ubicado frente a la cancha de Atlético Tucumán, sobre la 25 de Mayo, donde nos juntábamos los changos del barrio. Nos dirigía Carlos Canals, con quien y con Fredy Zamudio concreté en 1973 mi primera puesta", contó Jorge Salvatierra, que a los 60 años evoca sus comienzos en las tablas.

"Nosotros éramos un grupo de jóvenes que jugábamos al basquetbol en Atlético y al término de cada partido nos quedábamos tomando cerveza", puntualizó Salvatierra. Empleado del Ente Cultural Tucumán y padre de tres hijos -dos mayores profesionales y el tercero de un año-, reconoció que "el teatro nos sacó de ese camino y nos entusiasmó, a pesar de los calificativos de entonces. El día que estrenamos "La Ñata", de Juan Carlos Ferrari, la gente en el barrio se sorprendió y también le agradó. Había muchos que pensaban que hacer teatro era como los títeres. Pero al ver a los actores sobre el escenario apoyados con una coreografía y efectos de sonido, se entusiasmaron. Y a nosotros nos alejó de la vagancia".

En 2001, a raíz de los estragos que la drogadicción provocaba y aún causa en los barrios y villas de comunidades paupérrimas, Salvatierra pensó que su experiencia inicial, que tanto lo había ayudado a él para encaminarse, podía ser útil. Presentó un proyecto en el área de Cultura denominado "Sembrando arte", que fue aprobado. "Así decidí enseñar teatro en esos lugares".

Temor y gratitud
El primer día que Salvatierra llegó a El Sifón no podía disimular el temor. "Para colmo había un grupo de muchachos frente al hospital Obarrio que me miraban como diciéndome ?más vale que te alejes pronto de aquí o te vamos a dar una paliza?. Felizmente al concluir ese año, los mismos changos se me acercaron y me dijeron: ?profe nos gustaría que vuelva el próximo año? ", aseveró el director.

"El trabajo es duro, las carencias materiales son grandes y variadas. Pero la mejor gratificación es el agradecimiento y el aliento de la gente. Pero lo más importante es cuando uno de mis alumnos logra recuperarse de las drogas, encaminarse en su vida. Eso no tiene precio", destacó el docente de teatro.

"Además, sería bueno que pudieran ganar algo para ellos, que los ayude en cierta forma a subsistir. No tenemos problema en actuar donde nos llamen pero en la mayoría de los casos son lugares o entidades que no nos pueden costear el traslado. En el verano nos invitaron a Mar del Plata, pero sin apoyo es complicado que podamos viajar", afirmó el artista.

Comentarios