Cambiaron los cayotes por muñecos de nieve

Cambiaron los cayotes por muñecos de nieve

El aire frío impide que la nieve se derrita en la zona serrana, adonde no pudieron llegar ni turistas ni los habitantes de las zonas llanas. Los pobladores de San Javier y de Villa Nougués tuvieron el manto blanco sólo para ellos. Cerraron el camino. Picnic sobre hielo.

EL RULO. Como esta zona recibe poco sol, la nieve perdurará unos días. EL RULO. Como esta zona recibe poco sol, la nieve perdurará unos días.
20 Julio 2010
La nieve fue solamente de ellos (y de unos cuantos más que se animaron a subir al cerro bien temprano y antes de que la Policía cerrara el tránsito por el camino congelado). Los vecinos de San Javier recién comenzaron a disfrutar en serio del manto blanco ayer. Con las multitudes de curiosos en el recuerdo, chicos y grandes aprovecharon la mañana de sol para congelarse las manos con esas bolas blancas de alegría.

A pesar del sol, en San Javier y en Villa Nougués había casi tanta nieve como el domingo; el aire todavía era demasiado frío (a las 11 había tres grados) e impedía que se derritiera rápidamente. Por esa razón, el blanco impoluto relucía en cualquier rincón a cielo abierto.

A diferencia del domingo, cuando la villa fue invadida por un hormiguero de curiosos, ayer reinaba el silencio y solamente algunas motos, bicicletas y caballos recorrían las calles. Cualquiera hubiera dicho que San Javier era un pueblo abandonado si no fuera por las humaredas que escapaban de las chimeneas de las casas y por las bolas de nieve que a lo lejos se veían volar de un lado a otro.

Pinchazo de alegría
Cerca de las 10, Carmen Gálvez cargó en la camioneta verde de su hermano Carlos a sus tres nietos y a su hija, Susana, y emprendieron el viaje desde La Sala (donde viven) hasta la capital para realizar compras. Pero justo en frente del hotel Sol San Javier se pinchó una rueda del vehículo. Mientras Carlos y Carmen se agarraban la cabeza, los tres chicos y su mamá treparon a las corridas hasta lo más alto de la plazoleta Mercedes Sosa y comenzaron una tremenda guerrita de bolas de nieve.

"Los chicos están como locos. Nunca habían visto algo así", exclamó Susana mientras Solano, de 8 años; Carlita, de cinco, y Nicole, también de cinco, correteaban alrededor de ella. "Nicole cumplió su sueño de armar un muñeco de nieve", aseguró la mamá. "Era grande, como yo", describió la niña.

A poco más de un kilómetro de allí, camino a Villa Nougués, Yesica, de 10 años; Natalia, de 11; Milagros, de ocho; Karen, de seis, y Rodrigo, de nueve, les daban los últimos retoques a los dos muñecos de nieve (más altos que ellos) que acababan de armar. Los habían adornado con corbatas, bufandas y banderas de Argentina. "Estos días aprovechamos que había mucha gente para vender cayotes; no nos quedó ninguno", contó entusiasmada Natalia. Por eso, ayer se dedicaron únicamente a jugar con esa nieve que tanto les había llamado la atención a todos aquellos que se habían llevado los cayotes.

María Bernardo había encendido el hogar a leña de su casa con dos objetivos: calentar los ambientes y secar la ropa de Juan, de ocho años, y de Mariela, de cuatro. Con la ayuda de un tío, los chicos habían levantado un muñeco de casi dos metros de altura. Lo habían adornado con las estalactitas que se formaron en la galería.

La excepción
Los grandes ausentes de la jornada fueron los turistas y las personas de la ciudad. La alegría les pertenecía únicamente a los lugareños, con una excepción: Joaquín Alba, Nadia y Rita Tribiño y Eliana Fischer se levantaron a las siete y tomaron el ómnibus de las 8. A las 8.30 se dispusieron a desayunar en San Javier. Se sentaron sobre una manta de colores frente a la plazoleta Mercedes Sosa y desenfundaron varios sándwiches de mortadela y de salame, el termo con té y el mate.

"Ayer (por el domingo) no vinimos porque sabíamos que iba a haber mucha gente, y porque preferíamos quedarnos a dormir. En cambio hoy está espectacular. Nos quedamos hasta el mediodía, porque a las tres de la tarde tenemos que ir a trabajar", explicó Joaquín mientras atacaba uno de los sándwiches.

Frente al hotel, hasta los empleados de la comuna se divertían con la nieve. Como si fueran niños, los hombres armaban bolas y se las arrojaban a sus compañeros que estaban del otro lado de la ruta. En paz y sin extraños a la vista, la alegría de la nieve bajo el sol fue solamente de ellos: los lugareños.

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