
ATENTO. Mezclado entre el público, Almodóvar vio la película y participó en la charla de la cineasta argentina. GENTILEZA IRENE BENITO

MADRID (Por Irene Benito, especial para LA GACETA).- La directora Lucrecia Martel (Salta, 1966) comparece en la capital española con el aval del realizador y productor Pedro Almódovar, que reconoce: “yo casi filmaría todo lo que ella dice sobre cine”.
Seis meses después de que la última obra de Martel (“La mujer rubia” -originalmente “La mujer sin cabeza”-) fuese abucheada en el Festival de Cine de Cannes (Francia), España celebra a la directora argentina en el estreno de la película en Madrid y en el 46 Festival Internacional de Cine de Gijón.
El paisaje urbano, periférico, social, cultural y económico de Salta se apodera de la sala Iberia durante la proyección de la película que organizó la Casa de América y la productora El Deseo, de Almodóvar y su hermano Agustín.
En el patio de butacas están sentados el famoso realizador manchego y otras caras conocidas del ambiente del séptimo arte, como el actor argentino Leonardo Sbaraglia. También hay espectadores comunes y, sin embargo, privilegiados representantes de los muchos que se quedan con las ganas. “El aforo está completo”, gritan en la puerta de la sala.
Martel, reconocida como líder del llamado “nuevo cine argentino”, suscita interés entre los madrileños aunque hace frío del polar. Cuando se encienden las luces, dialoga con el público. Le explica a una joven por qué la pileta -la “piscina” en España- vuelve a aparecer en “La mujer rubia” como antes había sido escenario de “La niña santa” y “La ciénaga”, sus otros dos largometrajes. “Me genera fascinación y repugnancia a la vez. Me gusta la idea de la desnudez y de salud falsa: veo pelos y cremas flotando en la pileta. Y me recuerda el significado de la inmersión; todo movimiento en el agua se transmite a los que están cerca. Es comparable a lo que ocurre con la política. Aunque digamos ‘a mí no me interesa’, no hay forma de sustraerse a sus efectos”, confiesa.
Desde la tercera o cuarta fila, Almodóvar, provisto de sus anteojos característicos y agitando su melena encanecida, sonríe encantado. Asegura que vale la pena tener una compañía de producción si con ella se puede colaborar en un proyecto de Lucrecia Martel. “Es una maravilla de mujer que hace cine profundamente femenino”, apunta el creador de “Volver”.
En una intervención espontánea, Almodóvar comenta que, aunque su cine es muy distinto al de la directora argentina, se identifica con ella en su obsesión por filmar sobre la familia, la promiscuidad de los deseos y la sensualidad. Y añade: “nunca hubiese patrocinado a alguien que me imite; es lo último que haría. Yo no creo en el matrimonio -Martel tampoco- pero me gustaría que este que hay entre Lucrecia y El Deseo dure muchos años”.
Institución espantosa
Apadrinada por el gran cineasta español, la directora confiesa que en “La mujer rubia” (llegó a las salas tucumanas en setiembre) ha planteado cómo el medio social puede transformarse en un mecanismo para disolver la responsabilidad individual -en este caso, la de una odontóloga que arrolla a un niño con su auto y sigue adelante como si lo que hubiese atropellado fuese un perro-.
Martel evoca la distorsión de la culpa en el ámbito específico de la familia. Las de sus películas protegen valiéndose de recursos perversos.
“La familia es un lugar ideal para filmar. Aunque tuve una infancia feliz, creo que esta es la institución más espantosa que existe porque generalmente se define por los lazos de sangre y de propiedad, y no por el afecto”, opina con un acento muy norteño, pese a que reside en Buenos Aires y que el cine la pasea por todo el mundo.
A Martel le gusta recordar que el deseo corre por la familia de un modo que no prevén los manuales de educación cívica y que, al mismo tiempo, “en una vivienda -de la decadente clase media salteña- pueden convivir misteriosamente individuos de muy distinta condición socioeconómica”.
“Las personas que trabajan en el cuidado de la casa hacen una labor de servidumbre de acuerdo con el ‘modus vivendi’ argentino”, denuncia la directora argentina. Y agrega: “en Salta, que es más colonial, se cree que la empleada doméstica sirve porque no sirve para otra cosa. En el fondo hay una repugnancia étnica que se hace evidente en expresiones graciosas y muy terribles como ‘china carnavalera’”.
Martel desliza que, para filmar este ambiente, piensa que la cámara es un niño que observa con curiosidad. Por eso está más bien a baja altura, y nunca enfrenta directamente la escena, porque a los niños les gusta espiar lo que ocurre en el universo de los adultos.








