“¿Cómo hago para lavar y cocinar?”

“¿Cómo hago para lavar y cocinar?”

Inocencia Valderrama se levanta cada madrugada para saber si tendrá agua durante el día.

EL TRAJIN DE CADA DIA. Inocencia Valderrama, en su casa de Yerba Buena, muestra que no sale agua de la canilla. Ayer sólo pudo llenar dos baldes. LA GACETA / FRANCO VERA EL TRAJIN DE CADA DIA. Inocencia Valderrama, en su casa de Yerba Buena, muestra que no sale agua de la canilla. Ayer sólo pudo llenar dos baldes. LA GACETA / FRANCO VERA
28 Noviembre 2008

“Por suerte estamos ya casi en verano; si no, a mi edad, me enfermaría cada vez que me levanto”. Todas las madrugadas (entre las 4 y las 5), Inocencia Valderrama, de 76 años, sale de la cama y va hasta el patio de su humilde casa en Yerba Buena.
Alrededor de un grifo hay cinco baldes de distintos colores. Algunos son los clásicos de plástico y otros, tachos de pintura reciclados. Inocencia se acerca, abre la canilla y espera unos segundos. Si el agua comienza a salir, se apura por llenar los recipientes; de lo contrario, se vuelve a acostar con la incertidumbre sobre si tendrá agua durante el día para cocinar, limpiar la casa y lavarse.
Inocencia afirma que durante el invierno no tiene problemas con el agua, pero que el verano es un calvario. “Ya hace muchos días que casi no tengo agua ¿Y cómo hago yo para lavar, para cocinar...?”, se pregunta.
Vive con su hijo Daniel y con su nieto Carlos en la calle Imbaud al 400. Frente a su casa se encuentra el cementerio municipal. En la zona reina el silencio. Sin embargo, mientras habla con LA GACETA en el patio de la casa es posible escuchar el sonido del chorro de agua que llena una pileta, a una cuadra de distancia.
Esa es la paradoja que sufren muchos vecinos de Yerba Buena: mientras algunos llenan piletas y riegan jardines, otros abren las canillas y no sale ni una gota.

Bajo el sol
El agua que Inocencia acumula en los baldes se calienta bajo el sol inclemente mientras las moscas la sobrevuelan. Esa es la que usa para la limpiar la casa y lavar la ropa. El recipiente con el agua para cocinar está adentro de la vivienda, al resguardo del calor. Lo mismo, más de una vez en la semana Inocencia se ve forzada a comprar un bidón de agua de 10 litros. Le cuesta $ 7,50, lo que es demasiado para su magro presupuesto de pensionada.
“A mí lo que me preocupa mucho es que tanto calor puede echar a perder el agua que tengo guardada. Y ya no voy a poder usarla para tomar o cocinar, porque si no, voy a terminar intoxicada”, se queja.
Las incomodidades que supone la falta de agua también amenazan su salud. “No puedo ir al baño cuando cortan el agua. Es una gran molestia”, reconoce.
En ese sector de la “Ciudad Jardín”, el agua sale de a ratos por los grifos. Algunos días, la provisión del servicio se realiza durante la madrugada; otros, después de que amanece.
“Hoy me dieron un poco a la mañana. Alcancé a llenar unos cuantos baldes y después no salió más. Lo mismo, a cada rato abro la canilla para ver si sale aunque sea un chorrito. Pero la mayoría de las veces me quedo con las ganas”, dice mientras abre la canilla para mostrarle a LA GACETA que es verdad lo que dice.
Sus tres perros también padecen la sed y el calor. “Les doy agua cuando puedo juntar bastante cantidad. Entonces, les guardo un poco para ellos. Y si no, los pobres se van a la calle y toman agua en cualquier charco que encuentran por ahí”, lamenta, mirando a los animales.
La frente le brilla a causa de la transpiración y su rostro se ve desencajado. Inocencia admite que está cansada de este trajín de cada verano. “Estoy harta de madrugar todos los días para ver si sale agua y de vivir con esta incertidumbre. ¿Sabe lo que es no tener qué tomar cuando hacen casi 40 grados de calor? No es justo vivir así”, reflexiona mirando los dos únicos tachos que pudo llenar de agua.

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