SU GRAN AMOR. Murillo muestra el tatuaje que lleva en el pecho. Foto de Diego Araoz/LA GACETA.
En el Picódromo, mientras el humo de los asadores perfuma el aire y los parlantes suenan sin descanso, Ángel Sebastián Murillo espera el partido contra Boca Juniors como quien aguarda una ceremonia sagrada. Se acomoda en ronda con sus amigos, lejos de los kilómetros y los años que lo separaron del club. Durante un tiempo vivió en Chubut, trabajando en una empresa de colectivos, pero la distancia con Atlético Tucumán fue insoportable.
“Me desesperaba”, reconoció Murillo, quien en aquel entonces aprovechó unas vacaciones para volver al norte y volver a ver un partido por Copa Sudamericana en el José Fierro de su querido Atlético. Sin embargo, ese no fue el único gesto de amor en aquellos años. Para calmar la nostalgia, se tatuó el escudo de Atlético en el pecho. Lo hizo en plena Patagonia, como una forma de salvar las distancias.
“No tengo que estar como un loco para este tipo de acciones. Pasó un montón de tiempo que estaba allá y necesitaba una forma de estar cerca del club”, dijo en diálogo con LA GACETA. Claro; esa tinta fue su refugio. “Era la locura, porque allá también tenía conocidos que iban a la cancha, pero de equipos de ellos. Lo mío era otra pasión también. Yo me iba a la cancha de Comodoro Rivadavia, cantaba de todo... Ahí liberaba lo que tenía guardado del 'Decano'”, aseguró.
Su historia con Atlético arrancó desde muy chico, en casa. La semilla la plantó un familiar. “Fue a través de un tío. Uno veía fútbol, pero no sabía qué era... y así con la cancha”. Al repasar su vida como hincha, aparecen muchos recuerdos. “Muchas cosas, 2009, 2015... muchas. No sé con cuál quedarme”.
En tanto que para los viajes, improvisa con lo que haya a mano. “Siempre hacemos con un amigo. De cualquier lado sacamos y estamos acá”. Y no duda en lo que fue necesario para estar presente esta vez. “El lunes me fui a hacer la fila a las cinco de la tarde en la Liga”.
Esa búsqueda de entradas lo llevó a vivir también el costado más caótico de la organización. Aunque se sintió tranquilo al llegar temprano, no dejó de notar fallas. “Yo iba a asegurarme. Pero eso también hay que resolverlo. Uno decía que era una cosa, que te escaneaban el código, y nada que ver. Al final llegabas y comprabas la entrada”. Hoy no tiene trabajo fijo, pero eso no fue un impedimento. “Se saca de donde se puede. De donde sea. Viajé un par de veces sin mango”, admite. Porque cuando se trata de Atlético, la pasión no conoce excusas.
Foto de Diego Araoz/LA GACETA.
Una forma de no soltarse
El tatuaje, para él, es una manera de alentar desde cualquier parte. “Significa seguirlo ahí, estar atento al equipo, alentar desde adentro”. Hoy disfruta con amigos, entre canciones, comida y algo para tomar. "Yo soy fan de Atlético, ya está. No me importa”, expresó ante un hipotético resultado. En cada partido, lo que reafirma es que no hay distancia ni obstáculo que lo aleje de su lugar en el mundo.







