La semana pasada el gobierno transitó por evaluaciones, una con mal resultado aunque esperado, la otra todavía sin información pero la expectativa es favorable con tirón de orejas.
La primera fue el análisis de Morgan Stanley Capital International sobre la accesibilidad de Argentina a los mercados globales para estudiar si está en condiciones de una revisión de su actual calificación. Hoy, el país tiene la categoría de standalone, o sea, aislado, fuera de los mercados. Así están también Jamaica, Panamá, Trinidad y Tobago, Bosnia, Botswana, Bulgaria, Líbano, Malta, Nigeria, Palestina, Ucrania y Zimbaue. Una posibilidad era que se concluyera que merecía otra revisión para ser mercado de frontera, algo así como concederle la oportunidad de volver a ser destino de inversiones. En América no hay ningún país en esa división, sí en el resto del mundo. El siguiente nivel, emergente, donde están Brasil, Chile, Colombia, México y Perú, es demasiado soñar.
Una reputación se pierde rápido y recuperarla lleva bastante tiempo, demostraciones profundas de seriedad para volver a ser confiable, y aun así es por escalones. En el caso de Argentina, standalone desde 2021, el motivo de no estudiar su ascenso es lo que consideran falta de flexibilidad en los mercados cambiarios y de capitales así como problemas de acceso a información. Por ejemplo, que no haya un levantamiento total del cepo cambiario (no hay para personas físicas, sí para jurídicas en determinadas condiciones), que sea bajo el grado de competencia entre brokers o que el acceso a los instrumentos bursátiles no sea tan sencillo como en otros países. También, aunque suene ridículo, que no toda la información empresaria esté en inglés.
Justo cuando se conoció el reporte de MSCI hubo una caída en la cotización de acciones argentinas que algunos atribuyeron a eso. Puede ser. Pero luce poco probable pues el resultado era casi seguro. Por lo tanto, quien se jugó a una mejora calculó mal o la caída tuvo otros motivos. De todos modos, la calificación es importante porque algunos fondos de inversión por estatuto constitutivo deben tener cierta proporción de sus inversiones en instrumento de los países según su nota. Un standalone no es aceptable, por ello descender es complicado mientas que ascender implica la llegada automática de al menos algunas inversiones financieras.
No viene mal recordar que uno de los motivos para no llegar todavía a la total movilidad cambiaria es la demanda por dólares acumulada por el cepo cambiario, originada en utilidades empresarias no giradas al exterior y pagos por importaciones anteriores a 2024. En este caso, otro recuerdo, los importadores debían pedir autorización al gobierno para comprar mercadería y cuando la conseguían el Banco Central debía venderles dólares, pero no lo hacía. Tenía un plazo para ello que continuamente prorrogaba. En consecuencia, el importador argentino debía rediscutir contratos con su proveedor del exterior o meterse en un juego financiero y cambiario de endeudarse en el mercado internacional para pagarle a su proveedor para volver a pagarle al BCRA el día que decidiera entregarle los dólares y a su vez venderlos o usarlos para compensar la deuda que tomó para cumplir con su proveedor. En total, la deuda pública por el esquema de importaciones establecido por el gobierno Fernández-Fernández-Masa llegó a los 58.000 millones de dólares.
Esto tiene que ver con la segunda evaluación, la del Fondo Monetario Internacional. Entre los puntos del acuerdo con el organismo está aumentar reservas en dólares del Banco Central, que debía acumular como propias unos 4.700 millones de dólares. No se consiguió. Es más, en ningún momento se vio a la entidad con voluntad de comprar dólares. Lo más claro fue la declaración de adquirir divisas cuando la cotización llegara al piso de la banda de flotación, algo que nunca ocurrió. Con respecto a eso los funcionarios argentinos dieron buenos argumentos al público (no se sabe qué dijeron a la misión del Fondo), pero incompletos.
Uno de ellos, que mientas las transacciones sean entre privados las reservas del Central no interesan. Es cierto. Los dólares sólo cambian de manos al precio que sea necesario para que las operaciones ocurran. Si hay mucha demanda la cotización sube pero al mismo tiempo eso atrae oferentes y el alza se modera. Si hay mucha oferta el precio baja pero al mismo tiempo eso alienta las compras y la cotización sube. El propio mercado modera los movimientos.
Pero es Argentina. Una corrida contra el peso no es impensable y en tal caso el tipo de cambio no sólo puede no funcionar como freno sino al revés, como acelerador. En crisis un salto en la cotización confirma temores e impulsa más demanda. Allí hace falta un banco central que pueda proveer oferta y calmar el mercado. Si las condiciones de fondo de la economía son buenas y la corrida es una eventualidad sin fundamentos la intervención ahorra costos. Y para eso hacen falta reservas. Que hoy el BCRA tiene, más de 41.000 millones de dólares. Pero prestados. Permite cobertura hoy pero no indica solidez para el futuro.
Claro que para aumentar las reservas propias el Central debería comprar, con dos consecuencias: aumento de la base monetaria y de la cotización. El gobierno se siente incómodo con ambas por su posible impacto inflacionario. Sin embargo, si se requiere “aceitar” el circuito económico, como dice el ministro Luis Caputo, ¿no vendría bien agregar pesos respaldados por dólares? Y además, aunque es correcto que la competitividad no puede depender del tipo de cambio sino de condiciones reales, un dólar un poco mayor puede ayudar a algunos sectores internos hasta que haya alivio de costos por menos tributos o por leyes laborales realistas.
En cuanto al Fondo, es posible, ya ocurrió en otros gobiernos, que el FMI conceda un waiver, una dispensa por el incumplimiento. No estaría mal, y tal vez bajaría un poco el riesgo país. Pero sería mejor si se intentara cumplir con el acuerdo.








