Desde hace unos años viene ganando cierta popularidad la práctica del “chemsex”, una movida que se originó en Londres y cuyo nombre proviene de la fusión de las palabras “chems” (derivada de “chemicals”, es decir “químicos”, en alusión a las drogas) y “sex” (sexo).
Hace referencia al consumo de sustancias psicoactivas con el objetivo específico de facilitar, desinhibir e incrementar el placer en las relaciones sexuales (además de prolongarlas, dando lugar a “sesiones” que pueden extenderse por horas e incluso, días). Mayoritariamente propia de integrantes de la comunidad masculina GBHSH (Gays, Bisexuales y Hombres que tienen Sexo con Hombres), la edad promedio de sus adeptos ronda los 30-35 años. Puede tratarse de dos personas, de tres o de sexo grupal.
Entre las sustancias que más se consumen en los encuentros chemsex figuran el GHB (ácido gamma hidroxibutirato), la mefedrona, la metanfetamina, la ketamina, el éxtasis/MDMA y ciertos fármacos que favorecen la erección.
No es de extrañar que estas prácticas estén asociadas a efectos negativos: incremento de comportamientos sexuales de riesgo (no uso de preservativo, por ejemplo), estados depresivos, intoxicaciones, problemas de dependencia en el largo plazo, por nombrar algunos.
Conciencia plena
Simétricamente, ha surgido una tendencia en las antípodas del sexo químico: el “sexo sobrio” o “sober sex”. Una expresión más de la actual cultura del bienestar y del autocuidado, que invita a vivir la sexualidad de manera plena, consciente y auténtica, priorizando la verdadera conexión entre las personas. Se trata, ni más ni menos, que de establecer relaciones sexuales libres de alcohol, drogas recreativas o cualquier otro suplemento que altere el estado de consciencia.
Los partidarios del sexo sobrio aseguran que, al eliminar los ingredientes artificiales que por lo general forman parte de los encuentros sexuales, los amantes tienen la posibilidad de experimentar una mayor satisfacción: sensaciones físicas más intensas, vínculos emocionales genuinos y una mejor comunicación.
Ocurre que, aunque históricamente el alcohol y otras sustancias han tenido la fama de ser aliados afrodisíacos -por favorecer la desinhibición-, la realidad es que su efecto en el sistema nervioso suele alterar la respuesta sexual, dificultando la lubricación y la erección, e impidiendo la consecución del orgasmo y de la eyaculación.










