Una sirena “hermana” de la del Titanic, en Tafí Viejo: “Era el símbolo de la ciudad industrializada que fuimos”
Su sonido de bronce marcó generaciones. Era idéntica a la del transatlántico más famoso de la historia y aún sobrevive en los Talleres Ferroviarios de Tafí Viejo, donde el pasado industrial aún late.
SÍMBOLO. La sirena sonaba tres veces por la mañana: a las 5, a las 5.20 y a las 5.30. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO
Por más de un siglo, una voz metálica marcó el pulso de una ciudad entera. No era humana, pero hablaba. Incluso, si hoy Antonio “Tony” Martínez cierra los ojos por unos segundos, en su mente escucha con claridad su bramido de bronce que no solo anunciaba el inicio de las jornadas laborales, sino también la vida misma de un pueblo forjado al ritmo del vapor, el acero y la dignidad del trabajo. Se trata de la sirena de los talleres de Tafí Viejo y, por alguna razón que descubriremos ahora, está asociada al Titanic.
“En Tafí Viejo su eco retumbaba tres veces por la mañana: a las 5, a las 5.20 y a las 5.30, como un reloj”, rememora Martínez, quien es hoy el guardián del museo ferroviario de la ciudad del limón. No obstante, su sonido no emulaba a la alarma de un despertador, sino al de un barco.
Martínez la conoce bien. Sabe que ese artefacto no es como cualquier otro. “La sirena que tiene el Titanic fue construida también en Glasgow, en la misma fábrica que construyó esta. Por eso se decía que eran casi hermanas”, cuenta sobre esta curiosa conexión entre Tucumán y el barco que se hundió el 14 de abril de 1912.
La de Tafí Viejo pesa cerca de 300 kilos, y se escuchaba hasta 14 kilómetros a la redonda. Es de un solo tono, no como la que ahogó su sonido en el océano atlántico, que tenía tres.
“Su sonido era fuerte, uniforme. Funcionaba con aire a presión, necesitaba casi 24 kilolibras, por eso tenía un depósito que acumulaba aire. Estaba hecha de bronce, y eso le daba su sonar tan particular” detalla.
Para ejemplificar su potencia, Martínez mira a su alrededor y explica que era tan potente que si se lograra que funcione adentro del museo, se activarían las alarmas de todos los celulares que estuviesen cerca, a causa de la vibración.
IMPONENTE. La sirena de Tafí Viejo pesa 300 kilos y se escucha a más de 14 kilómetros a la redonda. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO
“Por eso estaba montada en los techos de la herrería. Desde abajo tiraban de una palanca y la hacían sonar”, -describe y remarca- “era el símbolo de la ciudad industrializada que fuimos en aquella época de gloria, cuando en los talleres trabajaban más de 3.000 personas”.
El hombre la observa. Dorada, brillante e imponente en el centro de una sala llena de tesoros de viejos tiempos. Y otra memoria aparece. “Yo pasé un fin de año acá en los talleres con mi padre, que era portero. A la medianoche fuimos quienes hicieron sonar esta sirena”, recuerda con un dejo de nostalgia sobre un runrún que ya no suena.
Segunda casa
Miguel Herrera también la escuchó toda su vida. Es ferroviario desde los 11 años, cuando lustraba zapatos en los andenes de Las Cejas y soñaba con formar parte de ese universo que conectaba a nuestra provincia con Buenos Aires, con Rosario, con el país entero. Se formó como obrero en 1959, y jamás se fue. “Es como mi segunda casa. Hasta cuando me jubilé, seguí viniendo al museo”, dice.
La historia de los talleres es también la historia de sus cicatrices. Cerraron en 1980, durante la dictadura, y reabrieron fugazmente con Alfonsín en 1984. Pero el golpe más duro vino en los 90, con un cierre que para muchos parecía definitivo.
“Me juré no trabajar más para nadie y dedicarme a luchar por la reapertura. Fueron siete años de lucha. Cuatro sin cobrar un peso, y dos de ellos instalados en una carpa afuera de los talleres, para que todos nos vieran. Para que supiéramos que seguíamos en pie”. Su familia lo sostuvo. Él, mientras tanto, redactaba comunicados, acudía a reuniones y sostenía una llama que algunos apagar.
En el 2000, cuando la municipalidad se instaló dentro del taller, se replegaron a la sede de la Fuerza Viva. Era un movimiento vecinal que luchaba por el bien común de todos los ciudadanos. Fue la época del “que se vayan todos”. Pero ellos se quedaron.
“En la campaña de 2003 vino Néstor Kirchner. Él dijo: ‘Me comprometo a reabrir los talleres’. Para nosotros fue un milagro”, cuenta con emoción. El 30 de septiembre de ese mismo año, el lugar que tanto protegió volvió a la vida.
MUSEO. La sirena se encuentra en el museo ferroviario de Tafí Viejo. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO
Ese renacer incluyó momentos únicos, como la reparación del Tren Alma, un tren sanitario con salas de rayos y odontología. También llegaron emisarios chinos con intereses geoestratégicos.
“Nada se concretó, pero sé que lo que querían hacer acá, lo están haciendo ahora en Brasil”, lamenta Herrera. Y sentencia: “El mundo apuesta al tren. Nosotros lo dejamos morir. Argentina supo pensar en grande, pero hoy los sueños son cada vez más chicos”.
Un presente en resistencia
Hoy los talleres continúan con sus tareas. Y si bien ya no trabajan 3.000 obreros, un grupo de 60 resiste. Reparan trenes de carga del Belgrano Cargas, a la vez que forman a jóvenes desde la experiencia propia.
“Antes, en la escuela técnica salías formado. Hoy somos nosotros los que les enseñamos todo. Cuidamos que no se accidenten, que aprendan rápido. Lo hacemos para seguir formando mano de obra calificada, como siempre tuvo Tafí Viejo”, afirma Tony.
La nave está diseñada para 700 personas, aunque la mayoría de sus espacios están en silencio. Pero cuando llega el 1° de mayo o el 25 de mayo, algo vuelve a rugir. “Ahora la que suena es una sirena eléctrica, nada parecida a la de bronce”, admite el empleado del museo. Su sonido invade el pueblo para el cumpleaños de los talleres, el 25 de mayo, o para el Día del Trabajador, o el del Ferroviario.
“No es lo mismo, pero con ella decimos: seguimos vivos, seguimos produciendo y continuamos a la espera de que tiempos mejores nos alcancen”, sentencia Martínez.
Así, la sirena ya no llama al trabajo, sino a la memoria. Porque en Tafí Viejo los sueños colectivos valen la pena, y porque mientras haya quienes luchen por mantener vivo este taller, no será solo una estructura vieja: será un símbolo de dignidad, pertenencia y un futuro posible.







