No le gusta el boxeo, reniega de un ambiente “complicado”, pero sigue adelante sólo por sus hijos

A Ezequiel Casalicchio no le simpatiza su oficio, pero es lo que tiene a mano para poder darle “libertades” a su familia.

No le gusta el boxeo, reniega de un ambiente “complicado”, pero sigue adelante sólo por sus hijos LA GACETA / Foto de Diego Aráoz
Mariana Apud
Por Mariana Apud 31 Marzo 2025

Ezequiel Casalicchio parece un error del destino. “No me gusta el boxeo”, sentenció el boxeador. Una verdad que revela el dueño de 15 victorias profesionales arriba del ring, con tan sólo tres derrotas y apenas un empate. Raro, rarísimo. Su foja todavía es envidiable pese a que hace pocas semanas “Danger” perdió. “Es un trabajo para mí. Una salida laboral para poder darle lo que yo quiero a mis hijos”, agregó el papá de tres varones. Casalicchio subió al ring de Villa Luján a combatir ante el rionegrino Christian Fabián Luis mejor preparado que nunca, había reconocido en la previa al combate titular. ¿Y ahora? “Estoy excelente. Yo gané mucho a pesar de la derrota”, dijo. “Voy a seguir porque tengo el apoyo de todo mi equipo. Me dijeron: ‘si querés seguir, seguí, sino te apoyamos’”, despejó toda duda. Así, seguirá viviendo del talento no correspondido sentimentalmente que tiene.

En el caso de “Danger” en cada golpe que le da a sus rivales descarga el anhelo de brindarles bienestar a los tres hombres más importantes de su vida: Ezequiel, Leonel y Emiliano, sus hijos. En las derechas va el sueño de la casa propia; en algún gancho se cuela el deseo de poder darles una buena educación.

Si el rosarino que vive en Tucumán desde los 12 años es boxeador es porque, de todo lo que hizo, el boxeo es lo que más dinero genera para todo eso que quiere concretar. “Quería ser futbolista. Antes me gustaba estar en el arco o en la defensa, ahora me gusta ser delantero”, afirmó el boxeador.

Su mamá vino a ver a su hermano en Tucumán, recordó “Danger”, y sintió que lo extrañaba demasiado, por eso se quedó. Ahí empezó una vida nueva para él. Completó la primaria; y lo que seguía ya no pudo hacerlo porque Mónica, su madre, necesitaba de su ayuda para poder vivir. Vaya paradoja del destino, finalmente, sus manos enfundadas en los gruesos guantes, con sus dedos vendados casi inmóviles, es lo que le da la libertad que otras actividades no le pudieron generar.

Trabajó de mecánico cambiando escapes, como seguridad de algunos locales, en alguna hamburguesería y atendiendo kioscos; quizás el oficio más redituable, no tanto en lo económico pero sí en lo sentimental. “La primera vez que fue hizo una carga virtual. Saqué su número de celular y la invité”, recordó la manera en que conoció a Rocío, su mujer.

No hay mucho más para decir en cuanto a cómo empezó la historia entre la salteña que vino a estudiar y el entonces empleado de un kiosco en barrio sur. “Fuimos a una pelea en la que iban a combatir unos amigos”, contó sobre la primera cita.

Y descubrieron que eran tal para cual porque a ella tampoco le gustaba (ni le gusta) el boxeo. La  velada de hace un par de noches atrás, entonces, fue otra de sufrimiento para Rocío. Y encima, la primera vez de las tres derrotas en la que se lo vio a “Danger” tan abatido. Tanto que le tuvieron que acercar una silla al centro del ring. A Casalicchio, reponerse del nocaut en el segundo round le tomó varios minutos. El golpe que lo conmocionó fue muy cerca de la zona del tímpano. La escena generó lágrimas en Rocío y en los chicos también. 

“En el fondo, yo sé que mis hijos quieren ser boxeadores. Pero mi punto de vista es que no. Yo quiero que estudien”, se sinceró con un tono de voz casi decepcionante. Transmitió el legado a la descendencia, pero lo lamenta porque a él moliéndose a golpes le va bien, pero no lo recomienda. “Es un deporte sacrificado. No es fácil recibir trompadas”, contó el púgil de Villa Alem. “Tampoco es simple la dieta, el sacrificio de estar todos los días entrenando con 40 grados”, agregó.

Quizás el refugio para Ezequiel y Rocío con respecto a lo que pinta en el futuro de sus hijos sea que ellos eligen el boxeo y no al revés, como sucedió con su papá. Lo mismo, falta para que tomen la decisión y puede que el resultado de la última pelea influya en los pequeños de 13, 11 y ocho años. “Ellos también van a fútbol y a básquet. Si quieren hacer boxeo, los voy a apoyar. Que sigan haciendo deportes es lo importante”, reconoció el hombre de 37 años.

Casalicchio en su foja no presentaba peleas por ninguna corona nacional. Directamente empezó la competencia titular por un cinturón regional: el de la Organización Mundial de Boxeo Latino Crucero, que estaba vacante. Si bien “Danger” ya tiene una reputación bien ganada (está noveno en el ranking de Argentina) un buen resultado lo hubiese ubicado con más exposición internacional. La intención de todo su grupo de trabajo es obtener una chance mundialista.

Según su foja oficial, Casalicchio es profesional desde hace 11 años, con una pausa de cinco. Ahí radica un poco el motivo del porqué recién ahora peleó por primera vez por un título. Hay que remontarse hasta el Ezequiel de 12 años, al que recién su mamá lo traía a “El Jardín de la República”. “Siempre es lo mismo en Tucumán. Es como una ‘selvita’”, empieza casi con ternura una comparación despiadada de lo que vivió. “Toda la gente está viendo qué beneficio te puede sacar. En el ambiente me encontré con gente bastante complicada. Yo siempre traté de sacar lo mejor de cada persona”, remarcó. Pero en esos cinco años no lo logró, hasta que apareció los que lo acompañan actualmente desde 2022.

Nueva etapa

Bajo la promoción de Villagra Box de Sebastián Villagra, la dirección técnica de Raúl Molina y todo el staff del gimnasio “Monobox”, que incluye a “Rolo” Marín como manager, “Danger” regresó al cuadrilátero con unos 30 kilos de exceso de peso. “No todos son iguales”, dijo sobre lo que descubrió. “Hace dos años y medio volví a competir. Es un grupo que lo vale. Villagra es un promotor que no está ‘monedeando’; no quiere sacar beneficios. Nos ofrecían peleas fuera del país por dos pesos. Nadie ve el sacrificio que hay detrás de todo. No solamente el mío, de todos los chicos que hacen este deporte que es duro y se entrena muchas horas”, reveló.

Si decidió hacer una pausa en su carrera fue porque eso de quererle sacar un rédito a alguien no le cuadrará nunca en su esquema de vida. “En 2017, las únicas dos peleas que hice, las gané por nocaut en Bolivia, en Santa Cruz de la Sierra, antes de dejar. Vino un promotor de acá, si se puede llamarlo así (aclaró con tono peyorativo) y me propuso una pelea en Canadá”, relató la buena propuesta... hasta ahí. “Tenés que ir y perder. ‘No, andá vos. Subí al ring vos y perdé vos’, le dije. ‘Pero ¿no querés conocer?’, me respondió. ‘Andá a conocer vos”, respondí”, recordó el episodio.

La calculadora no mostraba un saldo justo si el pedido del promotor era dejarse ganar.

“En Bolivia me pagaron 1.000 dólares en ese momento. Y en Canadá me ofrecían 1.500; nada en comparación. Y encima tenía que perder. Los promotores dejan mucho qué desear. Por eso muchos no me quieren porque digo las cosas como son”, definió.

Y con este aspecto de su personalidad es que quiere quitarle la reputación controvertida que tiene el boxeo. “Me tocó una vida difícil. He tenido miles de juntas… nunca me he drogado, nunca he tomado, nunca he fumado”, contó. La enumeración de acciones, ninguna positiva claro está, se la relaciona al mundo del boxeo. Lo mismo que los tatuajes; ya de moda, pero todavía asociados con la rebeldía y la agresividad. “Sin dudas llaman la atención. Por ahí dicen: ‘el boxeo es de animales’. No es así, es un arte”, aseguró. “No sólo la gente marginada hace boxeo”, agregó, buscando romper con los prejuicios y estereotipos que rodean al deporte.

Curiosamente, entre tanto dibujo, frases, números y fechas en su cuerpo, podría esperarse que entre los días marcados con tinta, alguno sea de un combate. Y no.

Están los días, años y meses del nacimiento de sus tres hijos, debajo de las fieles reproducciones de sus rostros. El nombre de su mamá. Incluso el de Brittany con unos guantes de boxeo color rojo. El tatoo de su sobrina cuando era bebé está en el antebrazo izquierdo y es muy significativo. Si ella que tiene 15 años en la actualidad está viva, es por la lucidez con la que actuó su tío. “Estábamos en una pileta en Lules. Ella tenía cinco meses y tuvo una convulsión porque un chico la golpeó. Se cayó y tuvo un golpe en la cabeza. La saqué y la traje hasta el Hospital de Niños”, explicó. Tanto fue el frenesí que vivió en el trayecto que hizo en auto lo más rápido posible, que merecía un espacio en su piel. “Todos tienen un significado especial para mí. Es cierto: no hay ninguno que sea de una pelea. Todavía…”, dijo con mueca pícara de sonrisa.

Casalicchio no dejará de buscar el tatuaje que marcará que el boxeo es mucho más que un deporte porque es el camino hacia un mejor futuro para sus hijos.

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