El optimismo todo lo puede y el sabor de lo que hasta ayer era todo dulce de leche para el gobierno nacional ha cambiado. Las lunas de miel van perdiendo su encanto y luego, terminan; lo notable es que todos lo saben y aun así apuestan a que no, por lo que a veces el palazo es indefectible. Es sabido que las tormentas perfectas tienen un final casi siempre desastroso, pero su característica principal es que nunca se sabe cuándo comienzan ni cuál es el gatillo que se apretó para que las fuerzas ya no sean más manejables y fatalmente se disloquen.
En ese sentido, las líneas que a veces parece que no tienen razón de ser, en un momento del devenir se cruzan y empiezan a cargar el futuro de vapor de agua; luego, aparecen los nubarrones cada vez más oscuros y a eso, le sucede el vendaval que tira el castillo de naipes, a veces tan trabajosamente construido. Nadie lo espera, no porque no sea esperable, sino porque el ser humano en general es optimista y prefiere no tomar en cuenta ciertas señales. Tampoco el político suele advertirlas, pero cuando se desata el tormentón lo que hay que hacer es recoger el barrilete y no meter dentro del arco las que iban afuera.
El caso de Franco Colapinto es un muy buen ejemplo, ya que tras su explosión de imagen se comió varios obstáculos en Interlagos y Las Vegas y, tras una salida más marketinera y promocional que romántica que le reprochó su equipo, el corredor se dijo a sí mismo que para no perder el tren tenía que dedicarse de ahora en más a evitar nuevos tropiezos que pudiesen cambiar su trayectoria. Nadie sabe todavía si ha llegado a tiempo, pero el caso del actual tobogán de incertidumbre del corredor de F1 es el perfecto símil del presidente Javier Milei, quien está a punto de caramelo para que le pase algo similar con dos temas que pueden tornarse inmanejables para su gobierno: el pacto con Cristina Kirchner y la situación económica de Brasil.
En el primero de ellos, esta vez Milei ha reaccionado al horizonte y por lo menos mostró que sabe adónde le aprieta el zapato. Tampoco se le han caído los anillos al Presidente para tratar de apagar el incendio, ya que ante el descrédito que hacia la tarde-noche del jueves lucía imparable para su Gobierno, tras el nuevo fracaso en el Congreso del proyecto de ley de Ficha Limpia y las sospechas de connivencia manifiesta entre LLA y Cristina para que la exvicepresidenta pueda ser candidata el año próximo, él reaccionó, le arrebató la batuta a quienes dentro de su espacio no dejaron error sin cometer, buscó reacondicionar la partitura y resolvió usar su WhatsApp para comunicarse con la diputada Silvia Lospenatto, del PRO, autora del proyecto.
Se sospecha que fue porque Milei observó cómo a través de las redes sociales, que tanto pondera el Presidente como una nueva expresión de la democracia, el discurso de Lospenatto había penetrado en la sociedad (y probablemente en él mismo, ya que le pudo haber servido para darse cuenta de los desatinos y agachadas cometidas por su Gobierno) que le dijo –quizás para ganar tiempo y para que todo pase para después de la proclamación de las listas de candidatos para 2025- que se quede tranquila, que él en persona iba a impulsar un nuevo proyecto, ya que quería cumplir con lo que prometió en el inicio de las Sesiones Ordinarias de este año.
Ese video de la eufórica promesa presidencial, en medio de las ovaciones de la bancada libertaria y de los palcos de entonces, pero sobre todo la alocución de Lospenatto tras el fracaso de la sesión, profundamente emotiva, sin lagrimitas impostadas y salida desde el fondo de su estómago como expresión de una minoría que hacía su catarsis, se desparramaron a toda velocidad y por todos lados. Después de la nueva falta de quórum, lo de la diputada fue una pieza de oratoria que sonó sincera y quirúrgica a la vez desde los argumentos que, por abarcativos y hasta autocríticos, calaron profundo. “Les voy a decir una cosa: la gente ya cambió. No importa que acá ya no los estemos representando. Y esa gente va a juzgar a quienes son cómplices de la impunidad”, repiqueteó la diputada.
En un momento dado, Lospenatto disparó otra frase que el Presidente, quien va a necesitar el año próximo enderezar los números del Congreso para tener las manos menos atadas, seguramente no pudo pasar por alto: “ese pueblo se los va a decir en las urnas. Acuérdense que esto no va a quedar así para los ciudadanos que van a mirar con lupa a quienes hoy no vinieron a este recinto para garantizarle impunidad a los corruptos”. Milei pareció comprender que se haya puesto sobre la mesa un pacto con Cristina era perder de nuevo casi a todos los votantes del PRO (algo que le importa seguramente más que distanciarse definitivamente de Mauricio Macri que mandó decirle “oportunista” al Gobierno) y a lo más “gorila” de LLA. Entonces, sacó la caja de herramientas para tratar de desandar el camino que su propia gente sembró de dudas.
Lospenatto aseguró que ella tiene por escrito lo que cada bloque le dijo que iba a aportar para superar el número mágico de 129 bancas ocupadas a la hora de sesionar: a la hora de la verdad hubo 115. LLA podría haber explicado que le habían prometido la presencia de la totalidad del bloque, menos Marcela Pagano a punto de ser madre, con lo cual aún iban a seguir faltando siete diputados más para el quórum y que eso ya era responsabilidad de otras fuerzas políticas. El Gobierno no supo explicarlo y, al decir de las abuelas, está claro que en LLA prevaleció el efecto “cola de paja”, ya que se metieron solos en el berenjenal de mostrarse en sociedad con el kirchnerismo.
Esa indubitable percepción fue determinante para que Milei tomara la batuta, aunque esta vez con un problema: la chapucería había partido de su más íntimo entorno. Cada vez que él tuvo que actuar para correr a alguien chasqueó los dedos y lo hizo sin mayores contemplaciones, ya sea con su ex Jefe de Gabinete, su ex canciller o varios secretarios, subsecretarios o personal diplomático. A la hora de ponerle la cruz a alguien, caso Victoria Villarruel, tampoco se lo ha notado blando. En este caso, las cosas fueron hasta ahora necesariamente distintas porque en el medio del zafarrancho estuvieron varios de sus predilectos, su hermana Karina, el presidente de la Cámara Baja, Martín Menem y hasta el jefe de Gabinete, Guillermo Francos,
En el desvarío de las idas y vueltas para mostrar que no tenían nada que ver con el kirchnerismo (pero sí), este último llegó a decir que dentro del bloque existían “varios diputados que no coincidían con la norma, tal como había sido planteada”. Tarde y mal aseguró que, por eso, no se consiguió el número pleno, pero también que no se quería avanzar para que Cristina Kirchner no se sintiera proscripta, ya que parecía una ley con nombre y apellido. Excusas de circunstancia, demasiado blandas.
Objetivamente, todo lo que dijo Francos sonó a un verso muy poco elaborado, ya que el proyecto de Lospenatto data del año 2016, cuando Cristina aún no había sido ni siquiera denunciada, por lo que mal podría ser la destinataria, Ésa ha sido la endeble justificación que esgrimió el Gobierno para bombardear la iniciativa, argumento bastante poco sustentable del que buscó despegarse Milei, aunque es obvio que de momento no puede.
El proyecto de ley que llevó a estos supuestos arreglos por debajo de la mesa y que quedó en la banquina era algo muy simple, ya que proponía agregar un inciso al artículo 33 de la Ley Orgánica de los Partidos Políticos para inhabilitar a los condenados en doble instancia por cohecho, tráfico de influencias, negociaciones incompatibles con la función pública, malversación de caudales públicos, exacciones ilegales, enriquecimiento ilícito, encubrimiento y fraude en perjuicio de la Administración.
Ésa efectivamente es la situación judicial de Cristina al día de hoy y por ese motivo, el Gobierno quedó preso de la situación sobre todo por sus argumentos más que endebles, ya que todo indica que la quieren de candidata, mientras ella busca negociar todo lo que le da rédito político, como los votos para llevar a Ariel Lijo a la Corte, el fin de las PASO u otros temas que le interesa sacar de cualquier eventual toma y daca.
“No hay y nunca habrá un pacto con la corrupción y eso implica que nunca va a haber un pacto con Cristina", sostuvo ya en la mañana del viernes el vocero presidencial, Manuel Adorni en línea –como debe ser- con el cambio de batuta que tuvo que hacer el Presidente en persona cuando se le quemaba el rancho por las denuncias de acuerdos con el kirchnerismo para polarizar la elección del año próximo. En medio de la ventisca, todo quedó bastante de utilería y demasiado pegado con harina y agua.
El otro tema que bien podría explotar como tormenta irremontable para el Gobierno es la devaluación en Brasil, si no se toman los recaudos del caso, uno de ellos es ir sinceramente hacia un camino menos aferrado al dogmatismo en materia económica, que tanto rédito le ha dado hasta acá al Gobierno. Los ejemplos del “tequila” o aún mismo el efecto “caipirinha” de 1999 que hizo sucumbir del todo a la Convertibilidad debido a su rigidez están a mano para ver qué no hacer, sobre todo.
No hay como los mercados para oler los parches y en ese plano crítico que tanto conoce Milei, quizás sea él mismo en persona quien deberá tomar la batuta otra vez sin salirse del molde ni disputarle a Lula –ni mucho menos al nuevo presidente del Uruguay- vidrieras ideológicas en la reunión del Mercosur en Montevideo. Seguramente, el Presidente piensa que la crisis brasileña es producto del populismo colectivista, pero debería prescindir de agitar la soga en casa del ahorcado ya que, mal que le pese, la Argentina es parte, ya que Brasil es su principal socio comercial.
En el caso de Cristina, ya demostró el Presidente que capta los problemas y que puede aportar soluciones por fuera de los libretos, aunque sean promesas que habrá que ver si se convierten en realidad. En esta nueva tempestad todo puede ser mucho más grave aún si no se actúa con mesura, ya que la región al completo está en el mismo barco y a merced de las olas.