Pareceres: gracias por el fuego

Pareceres: gracias por el fuego

Por Walter Gallardo para LA GACETA.

Pareceres: gracias por el fuego
26 Mayo 2024

En momentos en que la política europea estaba necesitada de calma, racionalidad y de algún acto edificante, justo entonces, llegó Javier Milei a Madrid con un lanzallamas; llegó con su parafernalia de telepredicador y un discurso plagado de eslóganes e insultos, cojo de rigor histórico y vacío intelectualmente. En el aire aún flotaba la conmoción por el atentado contra el primer ministro eslovaco, Robert Fico, ocurrido dos días antes. Un ciudadano aturdido por el ruido político había decidido hacerle conocer su opinión acribillándolo a balazos. No era un hecho aislado sino uno grave que le sucedía a otros de agresión física a políticos en Alemania, Francia y España, consecuencia de un enfrentamiento cada vez más descarnado entre las fuerzas de izquierdas y de derechas en el continente; del paso temerario de las palabras a los hechos.

¿A qué vino Milei? En principio mintió que era un viaje oficial, hasta que este jueves se reveló una carta de la embajada argentina en Madrid, fechada el 30 de abril, en la que se comunica al Ministerio de Exteriores español un viaje privado. De cualquier manera, y concediéndole un generoso beneficio de la duda, hay que decir que los viajes oficiales requieren de una larga y concienzuda preparación para firmar acuerdos, desplegar propuestas de negocios, buscar puentes de colaboración mutua y, en definitiva, sellar una amistad bilateral. No se debe olvidar que visitaba al segundo mayor inversor del país y lugar de residencia de medio millón de sus compatriotas. Pero, como ya se sabe, nada de esto ha ocurrido. Aterrizó un viernes y decidió no saludar al jefe de Estado, el rey Felipe VI; no se reunió con ningún miembro del gobierno que corrió con algunos de sus gastos; presentó su libro denunciado por plagio y con una biografía suya adulterada, corregida a toda prisa; atropelladamente, en apenas 24 horas, organizó un encuentro con empresarios, a los que citó un sábado a la mañana sin ninguna agenda, y el domingo fue a un acto de la ultraderecha a buscar el aplauso fácil, ese que le sigue a las frases demagógicas. Presupuesto para este frenético fin de semana: 415.000 euros, un detalle no menor en una nación sin plata.

Ese acto, el motivo más importante y quizás único de su viaje, se había organizado para lanzar con el mayor estruendo posible el ideario ultraderechista de Europa con vistas a las elecciones al Parlamento comunitario del 9 de junio próximo: el anfitrión fue Santiago Abascal, líder de Vox, partido que reivindica al sanguinario régimen de Francisco Franco, y entre los invitados más destacados estaban el primer ministro de Hungría, Viktor Orban, socio fiel de Vladimir Putin, y la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, admiradora de Benito Mussolini (intervinieron con mensajes telemáticos); en la primera fila se vio a Marine Le Pen, presidenta de la Agrupación Nacional de Francia, confesa enemiga de la inmigración, incluso de los franceses hijos de inmigrantes, y figuras poco conocidas o nuevas con un verbo incendiario, como el chileno José Antonio Kast, que llamó “travesti político” al presidente de su país, Gabriel Boric. Y como si faltara algún ingrediente populista, también estuvieron algunos partidarios de Donald Trump, con un mensaje de pastores evangélicos fanatizados. Digamos, para no parecer tan serios, que no era el mejor ambiente para iniciarse como demócrata.

Milei, en su inocultable intención de celebrarse a sí mismo y aprovechar el auditorio, creyó que era la hora de su consagración internacional. Pero en política, no todo lo que se ve es lo que pasa. De modo que cuando decidió distribuir agravios a grito pelado, casi en trance, no advirtió que su figura estrambótica satiriza cualquier propuesta que desee parecer seria. La izquierda, convencida de haber encontrado un tesoro en el personaje, lo azuzó para que se soltara aún más, y la estrategia no falló. Desde su llegada a la capital española, lo señalaron en voz alta y con insistencia para que el electorado juzgara dónde acaban los experimentos ideológicos. Milei se sintió desafiado y activó su lanzallamas, cuando en realidad sólo se lo invitaba a desnudarse. Así, terminó rindiéndose a su debilidad por los golpes bajos, a las medias verdades y al desprecio por el contrincante. Desde la izquierda, y sobre todo desde el Partido Socialista, se le agradeció tanto fuego.

A partir de allí, Milei jugó una apuesta personal sin pensar que sus ideas o sus intereses no son los de todos los argentinos, y no sólo tiñó de amarillismo político a los socios que supuestamente pretendía ayudar, sino que volvió a casa con las manos vacías y con el estigma de ser un excéntrico gobernante orgulloso de despedir masivamente trabajadores, de aborrecer a la cultura y de defender, entre otras cosas, la venta de órganos o de armas a los ciudadanos para que hagan justicia por su cuenta; de ser alguien que se pasa largas horas en las redes sociales como un adolescente y que, al acabar el día, se va a la cama con sus perros economistas.

Su ego, obviamente, no entendió el escenario, salvo que sólo haya pensado en su minuto de gloria. Las derechas se juegan una gran porción de poder en estas elecciones europeas, sobre todo la tradicional y conservadora, hoy temerosa del terreno perdido, y aún por perder, ante los más radicales a su diestra. España, con 61 escaños, es el cuarto país con más representantes en el Parlamento Europeo entre los 27 miembros.

El debate continental se centra en una amenaza seria y creciente: el avance de las fuerzas extremistas de derecha, las mismas a las que apoya el presidente argentino, decididas a modificar la esencia de la Unión, basada en un espíritu solidario y la protección social, en la cohesión económica, en el respeto a la diversidad cultural y la igualdad entre hombres y mujeres, y en una lucha permanente en defensa de los derechos humanos. Todo lo que abarca el conocido Estado de Bienestar.

En esta partida, España puede ofrecer una gran contribución a través de sus representantes. Las encuestas hoy dan casi un empate entre socialistas y populares y un tercer lugar a los camaradas de Milei, Vox, encabezados en las listas electorales por Jorge Buxadé, ex miembro de la Falange, un movimiento fascista. Para inclinar la balanza a su favor, la izquierda decidió usar a la ultraderecha como arma para luchar contra su verdadero contrincante, la derecha del Partido Popular. Y en ese afán, la visita provocadora e irreverente de Milei le cayó como anillo al dedo para mostrar que las propuestas de sus rivales acaban en la intolerancia política, la desigualdad económica y en la injusticia social.

Y mientras Milei, desde el otro lado del Atlántico, sigue creyendo que popularidad es igual a prestigio, desde aquí se le ha recordado con insistencia que está al frente de un país en recesión cuyos niveles escalofriantes de pobreza no han hecho más que aumentar desde su llegada, que la actividad industrial se derrumbó, que el poder adquisitivo cayó más del 20 por ciento desde diciembre pasado (un tercio en el caso de los jubilados) o que su política sanitaria pasa, entre otras medidas, por eliminar prestaciones a los pacientes con cáncer al mismo tiempo que decide modernizar a sus Fuerzas Armadas comprando aviones de guerra de 40 años de antigüedad.

En definitiva, si algo logró el presidente argentino con su ruidosa visita a España es que el ciudadano llegue a corporizar lo que hasta ahora era un fantasma político indeseado. Y por supuesto, también la silenciosa gratitud de Pedro Sánchez por su invalorable contribución a la campaña socialista.

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