El Oppenheimer tucumano

Dicen que vive en los valles, que lo llaman de la NASA y de Rusia (así dicen, así). Que hace décadas y  en el medio de un asado de egresados hizo un mayúsculo aporte a la conquista del espacio. En medio de uno de esos encuentros de viejos donde se habla del amor, de los viejos tiempos y se reflexiona sobre  la inmortalidad del cangrejo, le dio una gran mano a la segunda Viking, la misión espacial que llegó a Marte. Dicen que estaba su silla en el medio del  largo tablón,  o mejor dicho de cinco mesas arrimadas llenas de botellas, muchas más que los vasos presentes. Era  mediodía en Amaicha donde, según uno de los comensales de entonces  “el sol no quema pero da sed”. Que entre el humo,el trepidar e los chorizos, el buen vino y los compañeros la Técnica, que eran muchos pero igual faltaban varios ya, desde la casa salió clarita la voz del niño  (no de fuerte sino de distinta  a los vozarrones)

-Abuelo, te llaman de la NASA…

Que El flaco se disculpó ante la changada

-!Qué ganas de joder che! Un domingo. Perdonen, les dije a estos cráneos que iba a haber una ventanita para lanzar el cohete a Marte, vamos a ver si le pegué o no...  

Dicen que volvió exultante y que afirmó “Cuando yo les digo que es carnaval ustedes aprieten el pomo”.  Dicen que todos los aplaudieron, y le vitorearon “openjaimer tucumano”. El apodo era bastante correcto porque  de joven estuvo con el viejo Balseiro, que lo hizo conocer y ayudar con los cálculos del  fallido  Huemul,  “El álamo” argentino.  

Los reconocimientos sobre el momento exacto del lanzamiento de la Viking no fueron para él, ni le interesaban, aunque en algún archivo luego desclasificado se alude inequívocamente a los méritos de “el contacto tucumano”.

El Flaco estaba en la pomada de la energía atómica aunque apunto a otro lado. Fue un pionero en la siembra de nubes.

Venía del campo cuando entró en la Técnica, amaba la naturaleza. Se sabe que conocía todos los árboles y silbaba cualquier trino de pájaro como si tuviera ante sí la partitura de cada especie de ave.

Que era muy talentoso con el dibujo y los números.  Que además leía todo el tiempo, preferentemente ciencia ficción. No era un hábito que la secundaria suya incentive, todavía lo gastan con la frase del profe que lo tenía de punto “Ojo que algunos quieren humanizar la  Técnica, ojo”.

Dicen que su familia había sufrido la contingencia del tiempo tucumano, varias improbabilidades climáticas amargaron su fortuna.  Que esa es la razón de su fijación con hacer llover. Que se quemó las pestañas para intentar dominar los secretos del mundo de los enlaces atómicos.

Dicen que un día se marchó a Famatina, donde había sólo cinco días de lluvia al año y le decían tormenta a una llovizna de las que en cualquier otro lugar hace falta extender las manos para corroborar.  Se cuenta que nadie como él logró entender  la histeria de las partículas, las dificultades de juntarles aunque sea en una unidad tan ligera como una nube, paradigma de la oquedad y la ilusión. No quería romper los átomos ni nada, quería que acuerden en ser una gotita.

Veinte años dicen que le costaron cuatro nubes, lamentablemente la primera era un cirrocúmulo que no sobrevivió mucho tiempo. Al tiempo,  con diez aviones y una nueva fórmula, brotaron tres nimboestratos a los que llamó sus tres Marías. Era un adelanto increíble, pero tenía algo de monstruoso. Es como que las nubes despertaron donde no se podía. No eran nubes de ahí, no sabían la razón de su desubicada existencia.  Una de ellas se precipitó para sorpresa de un rancherío cercano. Esa gente jamás va a dejar de creer en Dios después del récord de 10 ms concentrados en tres manzanas. Las otras dos huyeron.

A los años el proyecto adquirió connotaciones desagradables para el gobierno y cerró.  El Flaco  partió al mundo. Volvió casado y cumplió su sueño de vivir en la paz del valle calchaquí con su familia.

Dicen que  vive en Los zazos.  Que lo llaman bastante seguido de la NASA y de  Rusia,  que no hizo más nubes, pero logró entenderlas  mejor que nadie. Que está viejo y medio loco. Saluda  las nubes que  pasan, quizás son suyas.

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