Sexualmente hablando: matrimonio y violación

Sexualmente hablando: matrimonio y violación

Sexualmente hablando: matrimonio y violación

Fue Diana Russell, activista y escritora feminista sudafricana, quien, en los ’90, en su libro “Rape in marriage” (“Violación en el matrimonio”) expuso hasta qué punto la violencia -golpes, abuso físico y emocional, violación y amenazas- formaban parte de la experiencia sexual de muchas mujeres dentro y fuera del matrimonio. Incluso desarrolló, a partir de sus investigaciones, una tipología masculina según parámetros de violencia y sexualidad: el espectro iba desde hombres que solo establecían contacto sexual cuando tomaban a la mujer por la fuerza, pasando por otros que preferían la violencia (pero estaban dispuestos a tener relaciones con el consentimiento de la mujer), hasta aquellos a los que la violencia no les interesaba ni los excitaba. Igual de sorprendente resultó la aceptación por parte de muchas mujeres de que el sexo y la violencia estaban íntimamente ligados.

Una “exención”

Lo cierto es que históricamente los tribunales se han negado a considerar el testimonio de mujeres maltratadas por sus esposos cuando el contexto de la violencia era sexual, argumentando que eso era parte del “juego sexual”. En 1981, cuando se publicó el Informe Hite, uno de los entrevistados declaraba: “nunca se me ocurriría tomarla por la fuerza, excepto a mi mujer. No creo que me pudiera empalmar durante una violación, creo que no podría hacerlo”. Para él, como para muchos otros hombres en su época -y no ha pasado tanto tiempo-, violar a la esposa estaba justificado. De hecho, hasta hace unos 50 años, en muchos estados de Estados Unidos, por ejemplo, no era algo expresamente condenado desde un punto de vista legal. Todavía gravitaba la llamada “exención de violación marital”, ya que la violación se definía como “la penetración forzada en el cuerpo de una mujer que no es la esposa del agresor”.

El origen de esta exención data del siglo XVII, cuando Sir Matthew Hale, un jurista inglés que se hizo famoso en los juicios a brujas, afirmó: “el marido no puede ser culpable de violar a su legítima esposa pues, por consentimiento mutuo y bajo el contrato matrimonial, ésta se ha entregado al marido a ese respecto y no puede retractarse”.

Cabe aclarar que hasta el día de hoy, tristemente, no son pocos los países donde la violación dentro del matrimonio no está penalizada.

¿Vivir en paz?

En otro estudio sobre la violencia en el matrimonio realizado por los sociólogos David Finkelhor y Kerti Yllö -del cual resultó el libro “Licencia para violar. Abuso sexual de esposas”- las mujeres víctimas de violación por parte de sus maridos no se resistían con tanta fuerza como aquellas violadas por extraños por las siguientes razones:

1) Sabían que no iban a detener la agresión del compañero por mucho que se resistieran.

2) Percibían al compañero como muy fuerte (por lo general existía una gran diferencia de tamaño corporal entre ambos).

3) Pensaban que, de alguna manera, ellas tenían la culpa.

4) A menos que estuvieran dispuestas a abandonar el hogar, sabían que tendrían que enfrentarse a su pareja al día siguiente.

5) Querían hacer la violación lo más soportable posible para ellas mismas.

6) Querían vivir en paz.

Aunque parezca increíble, culturalmente aún perdura -a veces enmascarada- la creencia que conecta la masculinidad con la violencia y la considera una forma aceptable para resolver conflictos. Lo cual de alguna manera legitima la autoridad del hombre por sobre la mujer, tanto en materia sexual como en otros aspectos de la vida diaria. Patriarcado, que le dicen.

¡Qué importante resulta no seguir educando a las chicas para que sean pasivas, dependientes y complacientes! ¡Qué necesario es dejar de hacerles creer a los chicos que son superiores, qué solo ellos son independientes! De otra forma, las consecuencias pueden ser devastadoras. A veces evidentes y trágicas, pero otras muy sutiles, aunque igualmente dramáticas. De hecho, son las más comunes.

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