Sexualmente hablando: Y por casa... ¿cómo andamos?

Sexualmente hablando: Y por casa... ¿cómo andamos?

Sexualmente hablando: Y por casa... ¿cómo andamos?

En una ocasión una mujer, cansada de que su hijo comiera muchos dulces, fue a ver a Mahatma Gandhi para pedirle ayuda. El chico comía tantos que no sólo sus dientes, sino toda su salud, corría peligro. Y aunque su madre le insistía en que debía moderarse, él no hacía caso. Luego de escucharla, tras una pausa, Gandhi le pidió que volviera con su hijo en tres semanas. Sorprendida, pero sin cuestionarlo, la mujer se marchó. Pasado ese tiempo volvieron, tal como él les había dicho. Esta vez Gandhi miró al chico a los ojos y con firmeza y en voz alta le ordenó: “¡Deja de comer azúcar!” Al presenciar la escena, la madre supo enseguida que su hijo no iba a desobedecer. Después de darle las gracias, se atrevió a preguntarle: “Gandhiji, ¿por qué no le dijo que dejara de comer azúcar cuando lo traje la primera vez?”. A lo que Gandhi respondió: “Antes, yo mismo tenía que dejarla”.

La sabiduría del gran maestro indio viene a cuento respecto de una costumbre muy nuestra: la de señalar con demasiada rapidez errores, defectos, aspectos que deben cambiar… los demás. Es probable que tengamos muchísimo que trabajar sobre nosotros mismos pero ¡cuánto más tendemos a reparar en las faltas ajenas! Es casi un acto reflejo. Puede quedar en un pensamiento, pero con frecuencia, sobre todo si hay una relación de confianza, lo expresamos con palabras: se lo decimos al otro en forma de comentario al pasar, de queja, de reproche, de sugerencia o, lo que es peor, de “crítica constructiva”. De más está decir que esta actitud se agudiza en el vínculo de pareja, más aún cuando las personas conviven: compartir espacios, el manejo del dinero, las tareas domésticas y otros temas en común suelen generar roces y conflictos.

No es tan frecuente hacer lo de Gandhi y mirar cómo resuena internamente lo que nos molesta afuera, qué tiene que ver con nosotros. Aunque no se trate de algo tan lineal, si hacemos un poco de silencio interno y lo meditamos con honestidad, lo más seguro es que veamos la conexión entre aquello que nos irrita y un aspecto nuestro.

Por supuesto que la evolución de todo vínculo involucra tener conversaciones incómodas, sincerarnos acerca de lo que no nos gusta, de lo que nos lastima, de lo que esperamos del otro. Pero cuidado con excedernos en señalamientos sobre temas menores, sin demasiada importancia a fin de cuentas, aunque capaces de desgastar la relación.

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