Sexualmente hablando: la vida es ahora

Sexualmente hablando: la vida es ahora

Sexualmente hablando: la vida es ahora

“El poder del Ahora”, del maestro espiritual y escritor alemán Ekhart Tolle, no ha perdido vigencia desde su publicación en 1997. Es un libro para tener en la mesa de luz y releer siempre (Oprah Winfrey es una de sus grandes impulsoras). En tiempos caracterizados por la incertidumbre -lo cual afecta nuestra vida familiar, de pareja, social, laboral-, resulta oportuno rescatar algunas de sus valiosas enseñanzas, más que alineadas con los deseos de paz, amor y felicidad que tanto se invocan en las fiestas de fin de año.

Una idea muy transgresora para nuestra concepción occidental planteada por Tolle es que debemos terminar con la “ilusión del tiempo”. ¡Nada menos! El gran alimento de nuestra mente atribulada, con la cual nos identificamos. Dicho de otra manera: solemos “creerle” a nuestra mente. Y ella siempre nos está hablando de tiempo, a través de la memoria y de la anticipación. Esto nos genera una preocupación interminable sobre el pasado y el futuro y una negativa a reconocer y honrar el presente y a permitir que “sea”. Compulsión que surge porque el pasado nos otorga una identidad -¿quiénes somos si dejamos de lado nuestra historia?- y porque el futuro contiene la promesa de una suerte de salvación o realización. Todo lo cual… ¡es pura ilusión! Cuanto más estemos enfocados en el tiempo -pasado y futuro-, más temerosos y/o ansiosos estaremos. Y nos perderemos el Ahora, lo más precioso que hay.

Pero, ¿por qué es lo más precioso? En primer lugar, porque es todo lo que hay, dice el autor. El presente eterno es el espacio en que se despliega la totalidad de nuestra vida, el único factor que se mantiene constante. La vida es ahora. No ha habido nunca un momento en el que nuestra vida no fuera Ahora, ni lo habrá. En segundo lugar, porque es sólo a través del Ahora que podemos acceder al más allá de los confines de nuestra mente limitada: al reino sin tiempo y sin forma del Ser.

Nos pregunta Tolle: “¿Alguna vez ha experimentado, hecho, pensado o sentido algo fuera del Ahora? ¿Cree que alguna vez lo hará? ¿Es posible que cualquier cosa ocurra o sea fuera del Ahora? La respuesta es obvia ¿no? Nunca nada ocurrió en el pasado, ocurrió en el Ahora. Nunca ocurrirá nada en el futuro; ocurrirá en el Ahora”.

Por supuesto que nuestra mente lee estas cosas y de inmediato empieza a argumentar en contra. Y es que la esencia de estas enseñanzas no puede ser entendida por la mente. Su registro es otro, supone un cambio en la conciencia, “de la mente al Ser”, “del tiempo a la presencia”. Cuando esto ocurre, súbitamente, todo se siente vivo, irradia energía, emana Ser. En situaciones de emergencia que amenazan la vida, el cambio en la conciencia del tiempo a la presencia ocurre a veces naturalmente: no hay espacio para la mente, no puede uno perderse en pensamientos. De ahí la sensación de vitalidad que se experimenta en esos momentos, aunque sean difíciles. Y es la razón por la que a algunas personas les encanta embarcarse en actividades peligrosas, como el montañismo, las carreras de autos u otras: aunque puede que no sean conscientes de ello, eso las fuerza a entrar en el Ahora, ese estado intensamente vívido que está libre del tiempo, libre de problemas, libre del pensamiento, libre del peso de la personalidad.

Desde los tiempos antiguos, maestros espirituales de todas las tradiciones han señalado al Ahora como la llave de entrada a la dimensión espiritual. “No se preocupen por el día de mañana, porque cada día trae su afán”, dice un pasaje bíblico. Y toda la esencia del Zen consiste en caminar por el filo de la navaja del Ahora, en estar tan absolutamente, tan completamente presente, que ningún problema, ningún sufrimiento, nada que no sea quién somos en esencia, pueda sobrevivir en nosotros. “En el Ahora, en la ausencia del tiempo, todos sus problemas se disuelven. El sufrimiento necesita del tiempo; no puede sobrevivir en el Ahora”.

Rinzai, un gran maestro de Zen, para apartar la atención de sus alumnos del tiempo, levantaba su dedo y preguntaba lentamente: “¿Qué falta en este momento?” Nuestra mente tendrá una larga lista de “faltas”, pero si por un segundo la acallamos, es probable que conectemos con la certeza de que, como diría Louise Hay, “en la inmensidad de la vida donde me encuentro, todo es perfecto, completo y entero”.

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