Atlético Tucumán y la Copa Libertadores: sueños, locuras y un encuentro mágico

Atlético Tucumán y la Copa Libertadores: sueños, locuras y un encuentro mágico

El autor del libro "Libertadores de América" repasa un fragmento del capítulo dedicado al reencuentro de Tucumán con su pasado americano a través de la aventura copera de "decano".

Atlético Tucumán y la Copa Libertadores: sueños, locuras y un encuentro mágico
14 Noviembre 2023

Por Alejandro Droznes – Especial para LA GACETA.

Mi relación con Tucumán, y con Atlético Tucumán, fue mágica desde un principio. Al confirmarse que el equipo jugaría por primera vez la Copa Libertadores empecé a preparar un viaje a la provincia. Quería presenciar un partido que sin duda quedaría en la memoria de todo un pueblo.

Lo primero que hice fue visitar la Casa de la Provincia, ubicada en el centro de Buenos Aires. Quería informarme sobre las opciones de alojamiento en la capital provincial y, lo más importante, recabar información sobre la riquísima historia de la provincia.

Suponía que en aquella dependencia habría una biblioteca bien abastecida. Esto último no sucedió pero, en cambio, la visita a la oficina dedicada a promover el turismo fue muy fructífera. Entré y pregunté por las opciones de alojamiento en San Miguel. Mi interlocutor me preguntó si realmente iba a ir a San Miguel, y si no prefería recibir información de alguno de los paraísos que la provincia suele ofrecer al visitante, como Tafí del Valle. Le respondí que no: que quería información de San Miguel. Entonces, muy extrañado, me preguntó por qué iba a ir a la capital provincial y qué pensaba hacer ahí. Le expliqué que viajaría especialmente para ver el partido de Atlético por la Copa Libertadores. Entonces el promotor tucumano saltó de su silla y empezó a golpear las paredes y a proferir exclamaciones de aliento al equipo que pronto tendría su debut internacional. Después explicitó lo que era evidente (“estamos convulsionados”, dijo) y me prometió que me iba a conseguir una entrada para el partido más importante en la historia de la provincia. Obviamente, él también iba a viajar mil kilómetros hasta San Miguel y también iba a ir a la cancha.

Como en la parte bibliográfica no me había ido bien, investigué un poco y compré un ejemplar usado del Ensayo histórico sobre el Tucumán de Paul Groussac. Es uno de los libros más importante que he leído en mi vida: todavía recuerdo lo que sentí cuando lo abrí y empecé a leer la primera página.  

Pues bien: créase o no, la dirección de la Casa de la Provincia de Tucumán en Buenos Aires es Suipacha 140. Y mi edición del Ensayo histórico sobre el Tucumán, publicada en 1981 por la Fundación Banco Comercial del Norte, se imprimió en la imprenta Gráfica Noroeste. ¿La dirección de la imprenta? Suipacha 140, San Miguel de Tucumán.

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Al día siguiente del partido de ida contra El Nacional publiqué un artículo en La Agenda, que es una revista del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Ahí sostenía que jugar la Copa Libertadores significaba, para Tucumán, reencontrarse con sus antiguos contextos americanos: antes de ser Tucumán, una provincia argentina, el lugar había sido “el Tucumán”, una dilatada región. Y esa dilatada región se relacionaba con Potosí y Lima más que con Buenos Aires. Su referencia era el norte y no el sur. Por lo tanto viajar fuera de Argentina, viajar por América, era más un retorno a las fuentes que una novedad. Y esto se veía en la consigna que se lee en una tribuna del estadio José Fierro: “Tucumán – América”.

EN TUCUMÁN. Droznes no se perdió el debut copero de Atlético, estuvo presente en el 2-2 con El Nacional. EN TUCUMÁN. Droznes no se perdió el debut copero de Atlético, estuvo presente en el 2-2 con El Nacional.

El artículo cerraba así: “Por eso celebro la coyuntura americana de Atlético Tucumán, su vuelta al continente. En la cancha las dos palabras que más escuché fueron “sueño” y “locura”. Y aunque alentamos como locos, el partido contra los ecuatorianos de El Nacional terminó dos a dos. Dice el cronograma del torneo que en los próximos días habrá que orientarse al norte, revivir la ruta altoperuana, remontar el Qhapaq Ñan, revisitar las gélidas alturas andinas, andar la huella, conferenciar con el Inca. O sea: llegar a Quito y pisar el Atahualpa”.

Fue casi una premonición: la última frase, lejos de pintar livianamente el plácido mundo de las copas internacionales tal como éstas se presentan al anochecer en los televisores hogareños, reponía la aspereza del viaje a Ecuador y lo mostraba como algo lleno de dificultades. A los pocos días fue la gesta de Quito: las cámaras mostraron el recorrido del micro que llevó al equipo desde el aeropuerto de Quito hasta el estadio, y parecía un auto de carrera por la manera en que surcaba la autopista.

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Vi ese partido en Amaicha del Valle. La pasión por Atlético se expresaba ahí de una manera distinta a la de la cancha. La muchedumbre de la capital había desaparecido, y lo que ahora se veía era un almacén pueblerino con la tele encendida, y la luna, y el ladrido del perro. Era algo parecido a lo que describía Groussac en las páginas de su Ensayo histórico.

En la plaza central de Amaicha el dueño de una heladería sacó un proyector a la calle para que unas cincuenta personas sentadas en la vereda pudiesen juntarse a ver las alternativas del partido.

Los hechos aún se recuerdan: Atlético ganó con un gol de Fernando Zampedri y se clasificó angustiosamente a la siguiente instancia del torneo.

En Amaicha del Valle unos tres autos empezaron a circular lentamente alrededor de la plaza, con las luces encendidas y tocando bocina. Abajo de las imágenes proyectadas en los altos de la heladería, unos cinco tucumanos se abrazaban saltando y girando. En un momento uno de ellos se separó del grupo y levantó la vista. Arriba, en la imagen emitida por el proyector, se sucedían los reportajes posteriores al partido. Entonces el anónimo tucumano gritó, aferrándose a su vaso y tomando aire antes de cada tramo de su frase: “Y no me he muerto… sin ver al Deca… jugando… la Copa Libertadores”.

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Aquella Copa Libertadores seguí a Atlético Tucumán todo lo que pude. Estuve en Montevideo y en Cochabamba, y también fui a San Pablo para el partido definitorio contra Palmeiras: estábamos todos sentados en un recóndito sector de la bandeja superior, confinados en el ápice de una estructura imponente, colgados como un racimo viviente. Había una excitación manifiesta, una conciencia de estar viviendo algo único, glorioso y fuera de toda escala. En las entrañas de la tribuna un hincha le explicaba a un policía: “Tucumán é chiquitinho, pero viene pum pum pum para arriba”. Pero Atlético perdió.

DIOS ES JUSTO. Pablo Lavallén posó con el libro de Droznes. DIOS ES JUSTO. Pablo Lavallén posó con el libro de Droznes.

Así pasó el tiempo. Yo fui escribiendo mi libro sobre la Copa Libertadores y finalmente lo presenté una tarde de 2022 en un centro comercial del centro de Buenos Aires. Unas horas antes, esa misma mañana, un amigo llevó a su hijo a entrenar a San Lorenzo, en el Bajo Flores, y vio estacionado el micro de Atlético Tucumán.

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Con el tiempo seguí leyendo a Groussac. Me fui fanatizando cada vez más, al punto de que solamente lo leo a él. Me compro todo lo que puedo. Y hace poco, ya el colmo, conseguí un extraño libro: Contribución a la bibliografía de Paul Groussac. Lo vi en la Biblioteca Nacional y me deslumbró: publicado por Juan Canter en 1930, es un listado de todo lo que publicó Groussac en su vida. Compré un ejemplar y, al revisarlo, me encontré con una sorpresa mayúscula: en la página 109 hay una carta de Groussac “al Sr. D. José Fierro”. Está fechada en Buenos Aires el 10 de diciembre de 1887 y empieza: “Mi querido amigo...”.

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