Born y Quieto*

Born y Quieto*

Montoneros y los U$S60 millones del mayor rescate de la historia.

03 Septiembre 2023

Por María O'Donnell

El abogado no deja por escrito nada sobre el primer encuentro que mantuvo cara a cara con uno de los montoneros; tampoco sabrá si era la misma persona que al teléfono se hace llamar Güemes. Mucho menos imagina que Roberto Quieto haya sido su interlocutor. Pero siente el impacto del memorándum sobre la compañía que le entregaron ese día con la fuerza de un rayo.

El informe elaborado por Born III a pedido de sus captores tiene un primer efecto inmediato: es tan detallado que Videla Aranguren concluye sin margen de duda que su autor ha decidido ser otro protagonista más de la negociación.

Ya tenía suficientes indicios de que el heredero participaba de la conversación, pero nunca lo imaginó tan activo, tan involucrado en los intercambios sobre el valor de Bunge y Born y sus posibilidades económicas. Deberá aceptar que la discusión tiene por lo menos tres patas, y por momentos no sabrá a cuál de los dos Born obedecer. En cambio, la consecuencia principal del memo queda registrada en las cintas con las que graba sus conversaciones telefónicas para control de La Maison: por fin, Born II le hace llegar a los secuestradores de sus hijos una primera oferta concreta.

Sucede poco antes del fin de 1974, cuando Jorge y Juan llevan tres meses y medio de cautiverio. Ofrece quince millones de dólares. Por los dos.

No es una cifra caprichosa, le advierte Videla Aranguren a Güemes; es el diez por ciento del valor de Bunge y Born:

—Creo que eso es fácil de demostrar —lo desafía—. Pregunte y pida usted una apreciación del aspecto patrimonial de la empresa.

En ningún lado, deducido activo y pasivo, vendiendo todo, estamos en más de ciento cincuenta millones de dólares.

Ante la indiferencia de Güemes, el abogado le pedirá que por favor le haga llegar también a Jorge ese ofrecimiento que a él le despierta tan poco entusiasmo: apuesta a que su reacción sea diferente.

—Si usted quiere, yo le puedo decir a Jorge —le concede Güemes en tono veleidoso, para darle a entender que no se haga ilusiones, porque las cifras que mencionan en Piojo 2 son mucho más elevadas—. De cualquier modo, esta discusión es de nunca acabar: usted plantea una cosa que está en las antípodas de lo que nosotros planteamos. No se arrimaría ni al veinte por ciento.

Los montoneros exigen cien millones de dólares, y ellos arriman quince millones. No parece una oferta seria. El desprecio por la oferta enfurece al abogado:

—Mire… la nuestra me parece una cifra tremenda. Cualquier banco, el Banco de Galicia, por caso, tiene en su tesoro ocho mil millones de pesos. Yo le estoy ofreciendo veinte mil millones: no me alcanzaría con agarrar dos bancos y vaciarlos íntegramente para entregarles todo ese dinero a ustedes.

—No, no. Mire, Reyes, a mí me informaban que Jorge —Güemes pronuncia el nombre con un énfasis particular, como si le pusiera mayúsculas— el otro día, por escrito, reveló que ustedes tienen capacidad… escuche bien: capacidad para juntar en el acto—esta vez junta las palabras para reforzar la idea de la inmediatez—, como una primera cuota, más de veinticinco millones de dólares. Es decir, arriba de cincuenta mil millones de pesos.

—¡¿Eso le escribió Jorge?!

Videla Aranguren se sobresalta. Creía que había agotado las sorpresas que el hijo mayor le podía deparar.

—En efecto: usted está ofreciendo menos de la mitad de lo que tienen a mano.

—Pero ¿eso es lo que escribió Jorge? —la incredulidad lo traba.

—Sí, sí —se deleita Güemes.

—No. No puede ser.

—Él hablaba de una primera cuota, ¿eh?, de un primer desembolso de veinticinco millones de dólares. Con lo que tienen a mano—dice, como si hablara de un vuelto—. Después sí, conseguir las otras cuotas puede implicar un poco más técnicamente.

—No, no… yo le ofrezco una cifra que me parece realmente anormal… créame…, piénselo, estúdielo… —Videla Aranguren no encuentra palabras que lo satisfagan—. No puede ser lo que dice Jorge.

—Mire que entiende un poco de eso —se pavonea Güemes— ¿eh?

—Seguramente que entiende, pero está totalmente equivocado. Está trastocado.

—No, ¡qué va a estar trastocado! ¡Está plenamente lúcido! Él sí plantea que técnicamente es muy difícil conseguir todo en un paquete junto, ¿no’cierto?, pero en cuotas de veinticinco millones de dólares puede andar.

—¡Oigame! Yo lo lamento de todo corazón, pero así no vamos a llegar a nada concreto. ¡Esto está totalmente fuera de cuestión!

—Si quiere le puedo mandar a preguntar a Jorge cómo se puede conseguir inmediatamente esa primera cuota. Pero igual estamos lejísimos, le reitero: lo que usted plantea no se arrima ni al setenta ni al ochenta por ciento.

La conversación se estanca. Videla Aranguren siente el impulso de cortar, pero aún tiene un pedido:

—A mí lo que me gustaría mucho es tener algún papelito de los muchachos. Algo actual ¿no? Aunque sea un saludito navideño.

Recibe la respuesta el mismo 24 de diciembre por la mañana.

Los hermanos están por entrar en el año 1975 casi sin advertirlo. Ni en Navidad ni en Año Nuevo sus guardias les van a ofrecer un menú especial; por el aislamiento sonoro de las celdas, tampoco escucharán los fuegos artificiales. Casi nada altera la rutina. Solo el detalle de las cartas que les han pedido que escriban con saludos especiales para sus familias.

—Tengo para usted esas cartas —le anuncia Güemes al abogado—. Las puede retirar en Rivadavia 2352, en un bar que se llama Garibaldi. Están en el segundo water, detrás de la tapa del botón del depósito del baño. Hay un sobre con varias cartas. Hay una carta para don Mario, hay una carta de los dos muchachos para la familia y para todo el mundo en general, digamos. Después le puse una carta vieja, del mes pasado, que me llegó un poco más tarde pero que yo considero importante porque demuestra el estado de ánimo de los dos muchachos. Yo se la pongo igual, creo que es interesante que la lean para que tengan una idea de cómo se sienten ellos ahí dentro.

—Me imagino que no se deben sentir muy contentos. Nadie se sentiría contento en su situación. Voy para allá a levantar eso. Antes tengo algo que decirle.

—Dígalo —se intriga Güemes.

—Antes le ofrecí veinticinco mil millones moneda nacional. Ahora hemos recibido algunas respuestas de los créditos que hemos pedido en el exterior y podríamos juntar treinta y cinco mil millones. Es decir: estaríamos en condiciones de ofrecer en total unos diecisiete millones de dólares, diecisiete y medio. Una cifra monstruosa, ¿no? Creo que es el récord mundial en la materia. No conozco nada semejante.

Videla Aranguren nunca esperó que su interlocutor reaccionara con algarabía. A estas alturas lo conoce bien. Pero su persistente indiferencia lo descoloca.

—Lo llamo el jueves. Feliz Navidad —se despide Güemes.

*Fragmento (Planeta).

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