El temido demonio azul

El de la Policía es un mundo tan oscuro como el azul de su uniforme. Y cada vez que sus miembros estornudan, los diferentes poderes del Estado y los tucumanos salen a buscar abrigo. En los últimos días quedó al descubierto la interna que se desató en la fuerza. Los autores forman parte de los sectores que no aceptan los cambios que pregona el jefe de la fuerza Manuel Bernachi que ha decidido, fundamentalmente, acabar con los recursos ociosos y tratar de desarmar todas las estructuras que estarían implicadas en hechos de corrupción.

La llegada de Bernachi al cargo que hoy ocupa fue extraña. Primero fue el único comisario que mantuvo el puesto después del cambio de autoridades en el área de Seguridad ocurrido a fines de 2017. Después, en apenas tres días, pasó de ser jefe de Operaciones Policiales, a subjefe de Policía y terminó jurando como titular de la fuerza. Su experiencia y preparación (tiene títulos que van desde mediador en toma de rehenes, pasando por instructor de tiro y organizador de operaciones especiales, hasta licenciatura en Seguridad Pública) lo respaldaron a la hora de su elección. Pero su fama de hombre de carácter fuerte y mano dura fueron determinantes.

Llegó a la función a poner orden en un momento donde la fuerza parecía estar descontrolada. Recibían cuestionamientos desde el agente recién ingresado hasta las máximas autoridades. Los hechos de corrupción golpeaban una y otra vez. Su antecesor, el comisario retirado José Díaz debió renunciar, al igual que su segundo Francisco Picón, por quedar “pegados” al fallo del juicio que se hizo por la desaparición y el crimen de Paulina Lebbos. En el debate no se encontró a los culpables, pero sí se comprobó la corrupción policial que permitió que el hecho quedara impune. Y en esa trama aparecían los nombres de las máximas autoridades de la Policía.

Varios golpes

Bernachi dio pasos que generaron un sacudón en la tropa. Movilizó a sus hombres a las calles para intensificar las tareas de prevención. Consiguió buenos resultados, ya que al implementar este sistema los homicidios en situación de robo, los crímenes que hablan de la inseguridad, disminuyeron. En la gestión de Díaz, el promedio mensual de ese tipo de hechos llegó a ser de nueve. Con esta nueva cúpula, esa tasa se redujo a cinco hechos. En algunos sectores del mundo azul este plan generó malestar y no porque implique una mayor dedicación. Con ese movimiento constante de hombres, cada vez hay menos personal para hacer las “fichas”, es decir, servicios adicionales clandestinos que terminan engrosando los bolsillos de los comisarios que castigan a los que no los quieren realizar. Cortó de un plumazo una actividad que creció desproporcionalmente en los últimos tiempos y que se conoce como el negocio de la inseguridad.

El comisario Alfredo Pineda recibió una medalla en diciembre pasado, pese a que tenía numerosos procesos judiciales en su contra. Su par, Sergio Sosa, con un cuestionable legajo personal, recibió la honrosa designación de segundo jefe de una división cuyos hombres deben tener una conducta intachable: la Dirección General de Drogas Peligrosas. Desde la fuerza aseguran que eran hombres muy allegados al ex jefe Díaz, que los puso disponibles cuando fueron procesados por hechos graves. Pineda fue acusado de robo de cable y Sosa, de supuestamente haber participado de una detención ilegal para exigir un soborno. Pero Bernachi aceleró el proceso para que lo pasaran a retiro en tiempo récord y, sin hacer mucho ruido, realizó importantes cambios en la siempre cuestionada ex Brigada. También les pidió a varios comisarios de la Unidad Regional Sur que se tomaran licencia, pero no hay dudas de que es porque les está buscando nuevos destinos. Uno de ellos, según trascendió, estaría involucrado en una causa con Julio “Gastonero” Chávez, un supuesto narco de Concepción que está detenido en un penal de Chaco.

Reacciones

La respuesta no tardó en llegar. Los hombres que iniciaron la depuración en la ex Brigada y el mismísimo jefe de Policía fueron víctimas de escraches en las redes sociales. Mientras los celulares ardían por los audios y los videos, en Raco y en El Siambón, desconocidos se dedicaron a desvalijar casas. Las víctimas reconocieron que en la zona se habían producidos hechos de estas características, pero nunca habían sido tantos en tan poco tiempo. Algunos investigadores hasta hablan de zona liberada y decidieron intensificar las tareas de inteligencia para evitar que se produzca algún hecho de gravedad.

Los chisporroteos de la contienda electoral dejó a esta interna en un segundo plano. Pocos llegaron a dimensionar la gravedad del problema. Sin embargo, las reacciones no se hicieron esperar por parte de los tres poderes del Estado. El ministro de Seguridad Claudio Maley fue claro: no sólo respaldó a Bernachi en su cargo, sino que además apoyó todos los cambios que venía realizando. El ministro fiscal Edmundo Jiménez fue un paso más allá: apostó por tener una policía más profesional y apoyó abiertamente la depuración de la fuerza. Desde la Legislatura no hubo un pronunciamiento oficial, pero varios parlamentarios se mostraron preocupados por lo que está sucediendo.

Esta interna no se produce por un hombre, sino por un modelo de fuerza. Está en juego un cambio que se viene reclamando desde hace mucho tiempo. Hay que definirse por una fuerza que salga a la calle u otra que se quede en la comisaría a negarse a tomar denuncias; una tropa que trabaje a la par de la Justicia o que falte el respeto a una fiscala por televisión; comisarios que ordenen a sus subalternos a estar presentes en los barrios o ganarse el dinero fácil cuidando comercios; o buscar hombres que estén comprometidos en la lucha contra el delito o dispuestos a hacer arreglos con bandas de ladrones o narcos a cambio de protección. En definitiva: está en juego sanear la Policía o permitir que el “demonio de color azul” se extienda.

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