La hora del Congreso

Algunos testigos de aquel momento histórico cuentan que se encontraron con un Adolfo Rodríguez Saá conmocionado, con miedo, desplomado en un sillón de su despacho. También que Ramón Puerta exhalaba nerviosismo y que apenas pasó el bastón de mando de mano en mano. Eran los últimos días de 2001, entre una Navidad literalmente sangrienta y un país sumido en una crisis aberrante.

En ese contexto de desconcierto, saqueos y cinco presidentes en una semana emergieron como protagonistas dos sectores: el de los gobernadores y el del Congreso de la Nación. Ellos impusieron las nuevas reglas. Los mandatarios esquivaron a los “malos nombres” y, por ejemplo, evitaron que el arrebatado Rodríguez Saá continuara con un mandato que prometía guerra contra todos y espejitos de colores. Le dieron la espalda cuando convocó a una cumbre de mandatarios en Chapadmalal y el puntano le dijo adiós al cargo. Allí aparecieron los senadores, que tejieron alianzas con la mayoría de los partidos y coincidieron en que el vencido en las urnas por el tibio Fernando de la Rúa sería el presidente de la transición. Eduardo Duhalde llegó al poder con ese mix de apoyo -plasmado en la Asamblea Legislativa- y logró sentar las bases para que el país comenzara a escalar desde el infierno.

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Podrá decirse que gobernadores y parlamentarios aparecieron tarde. Que su mora fue para forzar la salida de De la Rúa y que orquestaron el ascenso al trono del barón bonaerense, pero la lectura sobre la necesidad de que ambos sectores den su respaldo a un jefe de Estado en momentos de zozobra está probada.

La crisis cambiaria y financiera actual puso a prueba esa hipótesis, que otra vez rumbea a ser ratificada. Fueron los propios mandatarios peronistas, más que el propio Gobierno nacional, quienes se dieron cuenta de que Mauricio Macri necesitaba la foto con ellos para que se regara el mensaje de que no hay margen para un descalabro que termine perjudicando a todos. Juan Manzur y sus colegas del justicialismo así lo entendieron y se prestaron para ese encuentro. Sin embargo, entendieron que Cambiemos abusó de su buena predisposición y casi provoca que los gobernadores borraran esa imagen. ¿La democracia mejoró un poquito o la necesidad llevó racionalidad a los gobernadores? Tiempo mata incógnita.

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Ahora llegó el momento del Congreso. Los jefes de las bancadas del Senado, impávidos ante la repentina crisis, telefonearon al titular del cuerpo, Federico Pinedo. Le transmitieron su preocupación y así se gestó la reunión del lunes en la Casa Rosada. Pinedo organizó todo el domingo a la tarde y los que estaban lejos debieron rearmar agenda para cumplir con el convite. En apenas minutos, los senadores le dijeron a Marcos Peña que no pondrían trabas en el acuerdo con el FMI. El propio Miguel Ángel Pichetto llevó tranquilidad al Gobierno. Recordó que el presupuesto que aprobaron le permitía a la Nación incluso endeudarse por el triple del monto que se negocia con el Fondo (entre U$S 20.000 millones y U$S 30.000 millones) sin necesidad del acuerdo parlamentario. En la Casa Rosada temblaban ante la chance de que se consiguiera el crédito del organismo multinacional y el Congreso se lo trabara. Eso ya no pasará.

“Tomemos esto como una suerte de ‘Moncloa’”, habría propuesto el salteño Rodolfo Urtubey. Los senadores se comprometieron a articular dos o tres medidas estructurales para que el Gobierno nacional pueda transitar hasta el final de su gestión sin sobresaltos y garantizar el recambio -o continuidad- con la paz del mandato de las urnas. El macrismo celebró la racionalidad del grupo opositor, que advirtió dos cosas: el proyecto con media sanción para retrotraer las tarifas a diciembre del año pasado será aprobado en el Senado; es necesario que el Ejecutivo nacional consulte con más frecuencia a la oposición y dialogue con ella sobre las cuestiones candentes.

La reunión de hoy en el Senado para comenzar a debatir el proyecto de las tarifas será el primer indicio sobre si aquello que dijeron en la Casa Rosada fue sincero. Un sector amplio de la oposición lee que podrían vencer a Cambiemos el año próximo y que a nadie le conviene recibir un país destruido y, en el medio, comprometer a las provincias. Otra porción más radicalizada, como la del kirchnerismo, pregona que la destrucción de Cambiemos es el único camino. Madurez o barbarie, el dilema en juego por estos días.

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