Tan cerca, tan lejos: Boca siempre está

Tan cerca, tan lejos: Boca siempre está

EL ÍDOLO. Guillermo Barros Schelotto condujo al “Xeneize” a un nuevo título”. EL ÍDOLO. Guillermo Barros Schelotto condujo al “Xeneize” a un nuevo título”.

No hace falta tener mucha imaginación. River será tema casi central en la fiesta del título de hoy en La Bombonera. Para burlarse claro. Lo hicieron los jugadores de Boca en su hotel de Bahía Blanca, en el primer canto que entonaron ante la TV apenas después de la derrota de Banfield que marcó la coronación el martes pasado. Repitieron burlas los que minutos después salieron envueltos en sábanas blancas parodiando al fantasma de la B, dirigente del club incluido. ¿Por qué no deberían sumarse entonces los hinchas, si muchos de ellos ya lo hicieron burlándose en las redes sociales y hasta tratando a River de club narco por el extraño caso del doping inicialmente masivo y luego reducido a un par de jugadores? Podría haber sucedido a la inversa. Que River se burlara de Boca.

No sucede sólo aquí, pero en nuestro fútbol parece seguir siendo más importante burlarse del rival humillado que disfrutar del triunfo. Puede entenderse (no compartirse) en el caso de los hinchas. Distinto es para aquellos que tienen algún tipo de responsabilidad pública. El fútbol argentino ha sufrido y sigue sufriendo mucho por la costumbre ya naturalizada de despreciar al otro.

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“Yo he visto a correntinos alentando a ‘Boquita’ en guaraní, un paisano escuchando un partido a caballo en medio de la meseta patagónica, pescadores fueguinos discutiendo a Palermo, seis hacheros chaqueños peloteando en medio de la nada mientras se llamaban a sí mismos Tapia, Giunta, Navarro Montoya, collas en un salar jujeño pegándole a una tele que no terminaba de mostrar un partido contra Racing, tantos y tantos chicos vestidos de ‘bosteros’ que se reúnen para ver los partidos, conversarlos, organizar viajes a la cancha: para ser de Boca todos juntos. Boca crea, de maneras sesgadas, su propio efecto patria”. Lo escribió Martín Caparrós en “Boquita”, uno de los libros más hermosos que he leído sobre amar a un equipo y a su historia. Y preguntarse, de paso, qué es el fútbol. Si Boca celebró en el lobby de un hotel, a Caparrós, la coronación lo encontró arriba de un avión, en esos “únicos espacios del mundo -afirma- que todavía quedan blindados al fútbol”.

“En Boca, es cierto -me responde Caparrós ahora desde Colombia- conviven hoy su historia popular y esa impronta ABC1, con toda la exclusión que conlleva, que Mauricio Macri quiso darle al club, con las plateas más caras del fútbol argentino, y por diferencia. En La Bombonera, un palco que vale fortunas está a 10, 15 metros, de la popular, y se produce esa especie de, llamémoslo milagro, llamémoslo equívoco, compartir los mismos intereses, porque todos gritamos gol al mismo tiempo. Boca -me dijo Caparrós en el programa “Era por abajo”, de la “Radio de la Ciudad”, en Buenos Aires- es una contradicción. Porque además esa relativa identidad cultural de equipo popular no se corresponde para nada con su realidad económica y social”.

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El Boca que renació con Macri es hoy un equipo también muy cercano al poder, pero eso, me contestó a su vez Juan Sasturain, otro escritor “fana” de Boca, importa poco a la hora de gritar sus goles. Y aparece el peronismo: “como la contradicción de Boca, también el peronismo sigue siendo una representación de lo popular que a su vez también es poder”, dice Caparrós. “Boca -señala Sasturain- es como el peronismo, tiene garantía de conducciones traidoras”.

Para ambos, y también para muchos más, Boca 2017 fue un campeón “ciclotímico”. “Fue un sacrificio verlo en España a las dos de la mañana y sufrir, porque da pena que juguemos tan mal”, dice Caparrós. Sasturain admite que, tan acostumbrado a un Boca fuerte en defensa y poco ambicioso en ataque, le gustó tanta vocación ofensiva del equipo de “Mellizo” Barros Schelotto. “Pero en este campeonato -acepta- me pasó dos, tres veces, eso que le sucede creo que a todos los hinchas. Decir ‘a estos no le doy más bola’. Pero a mis setentipico aviso que no te curás, no podés zafar de eso”. Caparrós avala el juego opaco. Pero avala también que: “no podés zafar de eso. Una de las imágenes que más querría recuperar de la Argentina -cuenta desde su otra vez larga permanencia en Europa-, son esos pasillos grises de La Bombonera y luego esa explosión de colores”. El fútbol que nunca se va.

River, dijimos, escuchará seguramente nuevas burlas hoy en La Bombonera. Hay que decir que también el propio River ayudó a eso. Increíble cómo pasó esta semana del desastre de siete casos de doping, un rumor que salió desde la propia entraña del club, a sólo dos positivos. Y, mejor aún, a los refuerzos del nuevo equipo, la oportuna ampliación de tres a seis cupos de la Conmebol para la Libertadores que recomienza y la venta millonaria de Sebastián Driussi a Rusia.

También todo eso es el fútbol. Competir al límite y más allá de los reglamentos. Gran negocio. Argumentaciones primitivas. Resonancia enorme. Y, en medio de todo eso, una gran dosis de infantilismo. Un mundo del que nadie se quiere ir. Como confesó días atrás Juan Román Riquelme cuando le preguntaron por qué se sigue postergando su partido despedida. Le teme, admite, a la sensación de jugar por última vez en La Bombonera.

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