Lo que el Estado abandonó
 la gaceta / foto de analía jaramillo la gaceta / foto de analía jaramillo

¿Qué representa el niño desplomado sobre el cordón de la vereda en el barrio SEOC? “Una postal cotidiana con la que tenemos que convivir todos los días”, le dijo un vecino a la cronista de LA GACETA. Pero no es una respuesta. “Siempre está en la calle. Le dicen ‘Dame 10’ porque siempre está pidiendo para comprar drogas”, definió otro. “Un muchachito que anda vendiendo bolsas. La madre dijo que ya no sabía qué hacer con él, cómo tratarlo”, explicó luego otra vecina, que añadió que llamó al 911 y que no fue nadie, hasta que dos horas después aparecieron los padres y se lo llevaron como bulto en la moto. Ya era una respuesta. Trabajo infantil, adicciones, impotencia familiar, abandono de las instituciones. En un barrio lejano pero de clase media, como el SEOC. ¿Qué queda para la periferia? Un panorama peor: hay 180 villas de emergencia alrededor del Gran Tucumán y apenas se está contemplando lo que pasa en unos cuantos lugares, y se pone el foco en los barrios más empobrecidos como Los Vázquez, La Costanera, Santa Inés, El Sifón y Antena. Pero muchos de sus problemas se repiten en el SEOC: junto a las adicciones, la inseguridad cunde y a pocos metros del lugar donde estaba el niño abatido por la droga había sido asesinado el carnicero Héctor Omar Herrera por cuatro asaltantes.

Temores disparados

La conjunción de la escena del crimen la del niño adicto dispara los temores sociales. Las autoridades están uniendo estos fenómenos en la ecuación “más drogas=más violencia” (y con ello más delito), lo que explica los temores vecinales. Y antes de que se pueda saber qué hacer, muchos vecinos describen lo que padecen. “Acá es más fácil conseguir paco que tortillas”, dice Mariana M., de Villa 9 de Julio (LA GACETA, 18/6), donde la gente ha denunciado a los transas a través del programa “Denuncia Activa”, que ha implementado el gobierno provincial. “Creo que basta con poner un patrullero en las cuadras rojas para que no vendan. Así de simple”, sugiere Raúl Luna, residente del barrio. Las autoridades expresan preocupación pero creen que con su programa van por buen camino. “El drama es que aquí vive más gente de la droga. No tiene problema en venderla porque es el único ingreso que tienen”, explica Paul Hofer, secretario de Seguridad.

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¿Qué diferencia hay con la Villa 9 de Julio de hace 10 o 15 años, cuando se decía que los Toro y otras bandas eran las que traían estupefacientes? Los policías y los operadores sociales dicen que ahora se ha extendido el narcomenudeo, y mencionan que el sistema de distribución de drogas se ha sofisticado de modo que es muy difícil atrapar los pequeños vendedores, ya sea porque tienen lugares preparados para que sus clientes consuman, como hacían “Los Monos” en Rosario, o porque el esquema de distribución en pequeñas cantidades hace casi imposible su seguimiento, como hacía el detenido “Levadura”, según contó una fuente de la Policía Federal. ¿Es esto novedoso? De ningún modo. El método está relatado en el libro de 2006 “Policía en el barrio: mi año en el distrito oriental de Baltimore”, del agente Peter Moskos, que cuenta que los narcos en esa ciudad de EEUU tenían niños que avisaban con gritos cuando llegaba la policía, que había quienes cobraban y quienes entregaban la droga en pocas cantidades para que no fueran punibles, y quienes tenían las armas cerca como para poder usarlas. Moskos dice que normalmente los policías del 911 se frustraban al ver que quienes arrestaban salían por una puerta giratoria, porque normalmente no podían llegar al negocio de la droga. Ahora parece haberse descubierto esa realidad en Villa 9 de Julio, pese a que en teoría la fuerza de seguridad tucumana está preparada desde hace dos décadas para combatir el narcotráfico. Así lo planteó el jefe de la fuerza, comisario Dante Bustamante, en diciembre: “desde el año 1991 en forma permanente y continuada la Policía de Tucumán realiza cursos de capacitación en materia de narcotráfico, tanto para el personal superior como subalterno, o sea que los recursos humanos han sido oportunamente capacitados y ahora lo que tenemos acá es una cuestión de cantidad, lo que nos va a permitir afrontar las distintas necesidades”, resumió.

Cifras confusas

Es decir que no deberíamos hablar de sorpresa de los agentes de la ley frente a un fenómeno que debería haber estado previsto, sino que por algún motivo la cuestión los ha sobrepasado y ahora abren los ojos. ¿Hay más droga ahora? El Gobierno nacional, lanzado a una cruzada medieval contra el narcotráfico, lo afirma contundentemente, y ha empujado a las fuerzas de seguridad del país a meterse en esa pelea. Los resultados de esa embestida han sido llamativos y contundentes, como el gran operativo de hace unos días en Bahía Blanca y Mendoza, con 1.900 kilos de cocaína secuestrados. El camarista federal Ricardo Sanjuán aseveró en diciembre que de 2011 a 2016 las causas por droga aumentaron un 70% en Tucumán. Pero no sabemos si el hecho de que se esté secuestrando más droga significa que hay más estupefacientes circulando o que se está visibilizando el fenómeno.

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Al respecto, el sociólogo Juan Gabriel Tokatlian, de la Universidad Di Tella, dice (La Nación, 20/5) que los pocos estudios serios que hay -entre ellos las encuestas de la Sedronar- indican que, si bien ha crecido “un poco” el consumo de paco, no ha habido incremento en el de marihuana y cocaína. En su reciente libro “Qué hacer con las drogas”, Tokatlian afirma que el plan “Argentina sin drogas” lanzado por Macri es una copia del decreto de 1991 de Menem. “Un gran refrito de muy poca creatividad, que repite y reitera hábitos y formas de aproximarse al tema que solamente son sostenibles en una lógica prohibicionista y punitiva. Este plan, que no tiene ninguna métrica por donde podamos evaluarlo, no es un plan, son enunciados con niveles altísimos de generalización”. Y añade que en esta guerra se ha puesto el 95% de los recursos en la represión y el control de la oferta, y un 55% en la educación y la prevención. Dice que ni siquiera EEUU -líder en la política punitiva- hace eso. Ahí “se destina 52% a controlar la oferta y 48 a reducir la demanda. Acá no destinamos recursos a as personas, los consumos, los usos y los abusos, a la prevención y la educación, algo que en países desarrollados y no desarrollados se ha comprobado que es mucho más efectivo en términos de costo e inversión”.

Los olvidados

Y entonces se entiende que estemos atiborrados de operativos y de secuestros antidrogas pero no podamos explicar lo que está pasando en los barrios. Se entiende que se haya abandonado la obra del centro de atención de adictos (Cepla) de La Costanera (la Provincia y la Nación ni siquiera se pelean para explicar por qué no resuelven el problema de la plata); se entiende que desde hace dos años se esté esperando eliminar las trabas para construir una canchita en Los Vázquez, que se iba a hacer con plata de la Nación por medio de la Secretaría provincial de la Juventud.

Emilio Mustafá, operador de Desarrollo Social, explica que el adicto recuperado “debe tener un proyecto de vida, porque de lo contrario se hace una puerta giratoria: el chico se desintoxica, pero después vuelve al barrio, consume y no termnina nunca de recuperarse”. Los operadores de Adicciones están de protesta ahora, porque les cortaron los contratos a 23 asistentes sociales en la Secretaría provincial de Adicciones. El secretario Matías Tolosa dijo que buscan “la continuidad de los compañeros”, pero no puede explicar lo que sucede. Es la política, que ha puesto el énfasis en la guerra y no en la prevención.

Tokatlian puntualiza que hay que enfocarse más en la persona y menos en la sustancia. “Una buena polítitica para la juventud ayuda muchísimo y una de empleo y de provisión de bienes colectivos, es fenomenal... las políticas punitivas no solamente no han resuelto el problema de la pobreza sino que han generado más desigualdades”.

Con este enfoque, ese chico tirado en la calle del SEOC acaso podría dejar de ser “Dame 10” para pasar a ser una persona que necesita ayuda. ¿Vale la pena? Claro. Es triste que una sociedad necesite, para reaccionar, de ejemplos de alto impacto, como el del ex pibe chorro y ahora escritor y cineasta Camilo Blajaquis (14/4) para considerar que hay seres humanos en esos sitios abandonados por el Estado.

“Antes de leer todo esto yo pensaba que era natural que fuese pobre, que nací en una villa porque quise, que la gente es pobre porque quiere... A mí si no venía a ayudarme alguien... yo solo no logré nada, ¿eh?”, dice Camilo, que puede contar su salida del infierno. El chico del barrio SEOC está adentro. Y no tiene más de 11 años.

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