Escribir historia en 1916

En el prólogo de su “Historia del descubrimiento de Tucumán” (1916), Ricardo Jaimes Freyre se refería a la labor historiográfica en el país, en ese momento. Expresaba que las obras sobre el pasado que iban apareciendo se podían dividir en dos grupos, a saber: “libros de investigación y libros de filosofía de la historia; unos y otros producciones científicas, más bien que literarias”.

Hallaba que esos historiadores que se limitan a narrar su conocimiento del pasado, pero que ocultan “la labor previa, ardua y paciente, de documentación y de análisis”, ofreciendo solamente sus resultados, “no se encuentran hoy, ni siquiera por excepción, entre nuestros hombres de letras”. Reflexionaba que “la historia, en estas condiciones, ha dejado de ser la lectura fácil, amena y atrayente que compartió con la poesía el encanto de tantos espíritus. Lenta, fatigosa y sabia, se incorpora al grupo de las ciencias que exigen noviciado, iniciación, amor y consagración especiales”.

Con ello “se ha restringido, prodigiosamente, el círculo de su influencia”. No era deseable, sin duda, volver al sistema de los viejos historiadores, cuyas obras, faltas de documentos, se confundían con las novelas. Se preguntaba si sería necesario escoger entre los dos públicos: “el pequeño, el de los profesionales y los eruditos, el de los que soportan todas las fatigas con tal de adquirir la seguridad de una verdad nueva. O el otro, el grande, el que no quiere saber de métodos ni de procedimientos de epigrafía ni de diplomática, de códices polvorosos ni de enredadas verificaciones; que sólo pide al historiador el resultado final de su labor penosa y larga, y no tolera la discusión de los puntos de divergencia, las comparaciones escrupulosas, los análisis de textos y la multiplicación de las referencias y las citas”.