La teoría política de la relatividad de la ciencia

La teoría política de la relatividad de la ciencia

“No hay ningún país que, con un 30% de pobres, esté aumentando el número de investigadores” (Lino Barañao, ministro de Ciencia y Tecnología).

“Los países ricos lo son porque dedican dinero al desarrollo científico-tecnológico, y los países pobres lo siguen siendo porque no lo hacen. La ciencia no es cara, cara es la ignorancia” (Bernardo Houssay, premio Nobel de Medicina 1947).

En el primer capítulo de la serie “Genius”, que se estrenó hace dos lunes en National Geographic, el joven Einstein se distrae en clase con un rayo de sol que le ilumina el reloj y la mano. “¿Qué hace?”, le pregunta el profesor. “Estoy pensando en los secretos del cosmos”, le responde. “¡Mejor piense en trigonometría, en las leyes de senos y cosenos!”, le replica el docente. Luego lo echa del aula. Antes de irse, Einstein hace el cálculo velozmente en el pizarrón pero da a entender que lo importante es otra cosa: pensar, entender, más allá de la utilidad del asunto, más allá del profesor.

Hoy nadie discute a Einstein y tampoco cuestiona sus estudios sobre la relatividad, el tiempo y el espacio -aunque no los entendamos-, cuya utilidad no se analizaba en su tiempo. Hoy se dice que gracias a esos “experimentos de pensamiento” contamos con cosas útiles y “buenas” como los GPS y con otras cosas malas como las bombas atómicas. ¿Por qué ahora nos parece incuestionable que Eisntein se dedicara a divagar, a pesar de lo que le exigía su profesor, y en cambio hay quienes dudan acerca de la utilidad de los estudios de los investigadores, que están siendo recortados por el gobierno nacional?

Nos pasa a todos: pensamos para qué sirve divagar cuando el país está en crisis y entonces el tipo que no hace cosas de utilidad visible, el que filosofa, el que cuestiona sin interés partidario o monetario el mal funcionamiento del Estado, el que no hombrea bolsas, en fin, deja de tener sentido en la mirada social. “¡Andá a laburar!” les gritaban desde los autos a los estudiantes que protestaban en 2013 frente a la Facultad de Filosofía y Letras. “¿Para qué estudian la misoginia en Star Wars? Hagan algo útil”, les gritan por las redes sociales a los investigadores del Conicet. Y la sociedad duda, como dudó Sartre cuando se lamentó de que la literatura no tenía poder para evitar que un niño se muriese de hambre. Pragmatismo puro, como el del profesor de Einstein.

Crecimiento detenido

En el país hay 10.036 investigadores. Se llegó a esta cifra con un sostenido crecimiento desde los 3.000 de 2003. Con el plan Argentina Innovadora 2020 (de 2013) se avanzaba hacia los 14.000 científicos. Según el Banco Mundial, Argentina tiene 1.202 científicos por millón de habitantes; más que Brasil y Uruguay, pero menos que Israel (8.255), Dinamarca (7.198), Corea (6.899) o Suecia (6.868). El presupuesto para ciencia es el 0,62% del PBI. Los países desarrollados destinan entre el 2 y el 4% del PBI a ciencia y tecnología.

Cuando el Gobierno nacional redujo en diciembre el presupuesto para el ingreso de 455 aspirantes a la carrera de investigador del Conicet lanzó una bomba de pragmatismo puro. Y advirtió que en 2018 entrarán 450 investigadores, el 50% para temas estratégicos y de tecnología. Los argumentos oficiales: hay que hacer un cambio cultural en la ciencia, con más orientación a la producción y el trabajo -“ahora sólo se valora la publicación en ‘papers’”-; hay demasiada ciencia básica y poca aplicada; hay un divorcio entre la investigación y el mercado; el aumento exagerado de investigadores hará desfinanciar al Conicet -“se los aumentará pero de manera sustentable”-; y hay que lograr que un 30% de las investigaciones se hagan en el interior. Miguel Laborde, vicedirector de Asuntos Tecnológicos, dice que además el 70% de los doctorandos son absorbidos por el Conicet porque la sociedad no usa a sus científicos (Página/12, 15/3).

Pero los hechos dicen otra cosa: el Gobierno no dejó ingresar a 455 de los 1.000 investigadores que habían ganado sus becas con la excusa de la falta de presupuesto, mientras al mismo tiempo el presidente del Conicet, Alejandro Ceccatto, decía que se aumentaba en un 15% el presupuesto. Tras las protestas, la Nación les extendió por un año los contratos pero no les ha dado expectativas de ingresar al Conicet: quiere que se hagan cargo las universidades, el INTA, el INTI, el instituto del Agua o alguna empresa privada. Las universidades lo rechazaron: en el primer bimestre del año recibieron un 195% menos que en igual período de 2016 ($5.943 millones frente a $7.385 millones). Lucía Maffey, de la agrupación Jóvenes Científicos Precarizados, reveló: “Ahora plantean que no tienen la plata, cuando en diciembre dijeron que había una partida especial de Jefatura de Gabinete para solventar la inserción de los compañeros despedidos” (La Nación, 26/4)

Incertidumbre

¿Qué pasa en nuestra provincia? De los 1.000 aspirantes en el país, en Tucumán ingresaron ocho (sólo una en ciencias sociales) y 12 fueron rechazados. “En este momento estamos en incertidumbre. Si bien muchos de los que estamos en esta situación tenemos una prórroga de beca, nadie nos asegura que se vaya a dar el resultado que esperamos: ingresar al Conicet”, comentó Laura García, doctora en Letras (LA GACETA, 13/2)

Hace 15 días, la directora del Conicet, Elisa Colombo, advirtió en el día de la Ciencia sobre la precariedad, las carencias y la necesidad de apoyar la investigación científica. “Luego del recorte que hubo (de ingresos a la carrera del Conicet) la distribución que se hizo no siguió los parámetros de la federalización. Si vemos el porcentaje de cada región, nos tocó menos de lo que nos correspondía”, sostuvo. ¿Hubo reacción? Ninguna.

Colombo reconoce que en el viaje oficial de octubre a Chile la administración provincial llevó al Conicet junto a empresarios para promover los vínculos como región, lo cual fue un cambio en relación a la política del gobierno de José Alperovich, que ignoraba al Conicet, pese a la jerarquía que han tenido investigaciones aplicadas en nuestro medio, como la leche Bio o la alconafta.

Cuando hablamos de ciencia hablamos de seguridad contra la incertidumbre. La gente se guía por el sentido común para entender o aceptar las cosas que pasan en la comunidad. Si un funcionario nos dice que se hace una gran obra, ¿cómo saber si está bien hecha? El Conicet es una entidad que da seguridad sobre la calidad de los estudios, no sólo porque somete sus investigaciones a pruebas de control cada dos años sino porque la elección se hace entre pares, es decir entre gente que sabe del tema lo necesario como para evaluar al investigador.

Un problema, señala Colombo, es la falta de articulación entre las investigaciones y el mundo político y la sociedad. Los empresarios ignoran lo que hacen los científicos. El año pasado se hizo una encuesta entre los estudiantes secundarios y el resultado fue inquietante. Los chicos valoran la ciencia pero están muy lejos de ella. Pocos han trabajado en laboratorios, ni han conocido a un científico. “Nos falta divulgación”, dice.

También faltan muchas otras cosas. No se entiende que recién ahora la Legislatura haya formado una comisión con miembros del Conicet para hacer un monitoreo ambiental y prevención hídrica tras la crisis de las inundaciones en el sur. El mundo político nunca ha usado al mundo de la investigación, a pesar de que el Conicet en Tucumán, con sus 900 científicos, tiene 16 instituciones que estudian temas muy vinculados con la sociedad. Ejemplos: “La implementación de una plataforma tecnológica para biorrefinería” (Proimi); “Genética bioeconómica para el desarrollo agroindustrial del NOA” (Itanoa); “Estrategias biológicas para agregar valor a la producción de agroalimentos” (Insibio); “Agua, biodiversidad y cambio global” (Ibn); “Estrategias para la inclusión socioeducativa” (Invelec); “Uso del territorio, nuevos ecosistemas, servicios ambientales” (Ier); “Estrategias biotecnológicas integradas a la producción de legumbres y cereales del NOA” (Cerela). El Ier ha montado el foro ambiental NOA para estudiar los problemas ambientales de la urbanización del piedemonte, la minería, la agricultura y el cambio climático.

Esos mismos departamentos acaban de enviar una nota al presidente del Conicet para reclamar por las limitaciones presupuestarias; por las condiciones inseguras de algunas instalaciones (como las de Chacabuco al 400); la reducción de fondos de funcionamiento; la falta de personal administrativo y de apoyo y el atraso de dos años de los subsidios. O sea, problemas estructurales ocultos detrás de esa necesidad de cambio cultural que declama la Nación.

Idas y vueltas

El futuro es oscuro. Barañao no habla del plan Argentina Innovadora 2020, que planteaba hace cuatro años prioridades de estudios con impacto en la sociedad y ahora los menciona como algo nuevo. No se sabe cómo va a incidir esto en las ciencias sociales, que la lógica pragmática no considera importantes (la directora del área, Dora Barrancos, dijo en diciembre que la medida es “peligrosísima”). Así lo reclamó en su renuncia de 2015 el director kirchnerista del Conicet, Roberto Salvarezza, cuando dijo que “un gobierno formado por empresarios no garantiza la solvencia tecnológica”.

¿Quién va a medir las medidas oficiales, si el mismo Ministerio cuestiona a sus propios científicos? El escritor Noé Jitrik ha definido como “barbarie” la desjerarquización que hizo Barañao de las ciencias sociales y las humanidades. “La cultura se forma desde lo secreto hasta lo explícito. Para que haya buena ciencia es necesario que haya buena literatura”, opina (La Nación, 19/3). Por si acaso no bastara, vendría bien considerar los estudios de la ONU y la Fundación Carolina de 2008 que señalan que los países menos adelantados deberán incorporar el conocimiento, el avance tecnológico y su aprendizaje; de lo contrario, la marginación crecerá (“Más investigación, menos miseria”, La Nación, 18/8/2008).

Para Colombo, lo que pasa ahora es reflejo de las idas y vueltas de este país inestable. “La ciencia necesita de la continuidad y el dinero. Y eso es lo que no tenemos”. Alguien tiene que recoger el guante. Por si acaso, el lunes que viene es el tercer capítulo de la vida de Einstein. Acaso haya alguna idea sobre la relatividad del compromiso del mundo político.

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