Un intelectual que cierra una época

Un intelectual que cierra una época

EL JOVEN CASTILLO. En el autor de Las otras puertas, la versión del pasado podía ser perfectamente el argumento posible de una ficción. EL JOVEN CASTILLO. En el autor de Las otras puertas, la versión del pasado podía ser perfectamente el argumento posible de una ficción.
07 Mayo 2017

Por Fabián Soberón - Para LA GACETA - Tucumán

En la entrada penumbrosa de un teatro, en 1999, Abelardo Castillo me reveló cómo había hecho para quitar la huella de Borges de sus escritos tempranos. Dijo que en sus borradores solía tachar aquello que no se parecía a las oraciones del maestro. Con el tiempo, advirtió que el amasijo de lo negado contenía una voz, su voz.

Con la publicación de sus Diarios, le propuse una entrevista para LA GACETA. Había hablado por teléfono con Sylvia Iparraguirre para acordar un encuentro. Castillo estaba enfermo y demoró en responder. Luego, en el intercambio, no sólo negó la conversación en la antesala del teatro sino que, además, me dijo que él nunca diría una cosa así. Su versión del pasado era el argumento posible de una ficción.

Sin embargo, la idea del borrador tachado que luego es descubierto como el germen futuro de una estética concentra, de alguna forma, la poética de Castillo. Entre la lectura del pasado y la reescritura innovadora de la tradición, se inicia una forma que él funda y que consolida con los años. Abelardo Castillo publicó cuentos que no desmerecen la memoria de Borges y de Poe y que, como cuestión central, le dan una dirección impensada, única, a la sombra pretérita. Ese ha sido su gran hallazgo: Castillo supo darle a la tradición del cuento cerrado inaugurado por Poe una línea de continuidad que la alarga y la desvía. En este sentido, Castillo es un continuador inclasificable y un innovador impertérrito. ¿Cuántos escritores pueden arrogarse haber agregado un eslabón inusual a la cadena literaria? Por otra parte, hay dos Castillo: el primero es el de los cuentos que no borrará la brisa del tiempo; el otro, el defensor de ideas, es el provocador que confía demasiado en la razón. Los dos arman un intelectual que cierra una época.

Quizás esa sea la causa de una pérdida irreparable: con Abelardo Castillo finaliza no sólo la vida individual de un cuentista impar sino que, como quería Emerson, es el fin de un tipo, de una forma de entender la escritura.

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