El último gin tonic del Blanco Móvil

El último gin tonic del Blanco Móvil

“Jamás vas a encontrar una noticia en una conferencia de prensa, salvo por accidente”, sostenía el maestro de periodistas, Miguel Ángel Bastenier, fallecido ayer en España, a los 76 años.

El mismo que decía que el periodista nunca debe ser noticia, sino sólo un puente invisible y mudo entre el hecho y el lector, fue ayer la noticia más importante, al menos para incontables comunicadores y adeptos a la información en todo el mundo.

Lo conocimos en Madrid, en junio de 2008, en una presentación muy breve, a propósito de una visita al diario El País, y aquella primera impresión que tuvimos se confirmaría cuatro años más tarde, entre abundantes gin tonics, cigarrillos y café negro y amargo.

Su libro “El blanco móvil”, una especie de biblia del periodismo predigital, había inspirado a miles de periodistas en decenas de países y conocer a su autor, en persona, era como para un estudiante de cine estrechar la mano de Bernardo Bertolucci o de Woody Allen. Y más aún, no sólo saludarlo, discutir con él, de igual a igual, intercambiar puntos de vista, experiencias, anécdotas y mucho mucho humor.

Bastenier conoció Tucumán por primera y única vez en septiembre de 2012. Vino a dictar un taller de periodismo en LA GACETA, que acababa de cumplir 100 años, y el aula elegida fue la propia redacción.

También participó de talleres específicos con grupos más reducidos, de fotografía, de arte, y de distintas secciones del diario, y luego ofreció una charla abierta al público ante un Virla colmado.

Fue muy duro con nosotros y a la vez muy generoso. Dijo que éramos obvios, predecibles, cagones, condescendientes, catolicones, declarativos… entre otros piropos. Disparaba “malas palabras” e insultos como ametralladora de japonés asustado.

No sabía de eufemismos, protocolos ni buenos modales. Se chupaba los dedos cuando comía, hacía ruido con la boca, usaba la servilleta como si fuera el trapo de un taller mecánico y eructaba después de embucharse medio vaso de gin tonic en dos tragos, a cualquier hora del día.

Con las manos y a los gritos

Cuando comía parecía un francés de la Edad Media devorando una pierna de lechón con las manos, hablando a los gritos, mezclando términos en catalán, castellano, inglés, alemán o francés, según el origen o el personaje de la historia que contara. Pero sus modales de europeo medieval se difuminaban entre la exquisitez de sus palabras y conceptos. Estiletazos de sabiduría alejandrina, genialidades que brotaban de su boca con la misma naturalidad con la que pedía la segunda vuelta de café y gin tonic.

Y lo suyo no era falta de educación, por el contrario, era la consecuencia de su enorme formación y cultura, que lo alejaban de las frivolidades mundanas. Era un desatento de las formas materiales, un desinteresado por “el que dirán”, un absoluto distraído de trivialidades que a otros nos ocupan tantas horas, como peinarse, afeitarse o vestirse.

Al punto tal, que su francesismo medieval dejó una huella indeleble entre los periodistas de la redacción: nadie olvida y cada tanto alguien recuerda con humor que durante los cinco días que Bastenier estuvo en Tucumán usó la misma camisa, rosada con rayas blancas, poblada de cicatrices de sus atracones y beberajes.

Además de duro, en su evaluación del diario también fue altruista con nosotros. Y agradecido. Bastenier agradecía el respeto, que lo escucharan, porque ponía cuerpo y corazón cuando hablaba, cuando enseñaba.

También nos dijo que éramos buenos redactores, bien formados y, lo mejor de todo, honestos.

Bastenier era un tipo sin filtro, que ya estaba de vuelta en la vida, según él mismo repetía, y decía lo que se le venía en gana. De hecho, era la razón principal por la que lo invitaban los diarios de todo el mundo, para que fuera descarnadamente sincero en su diagnóstico.

La honestidad intelectual era un valor que para Bastenier estaba por encima de todas las cosas y que nos definiera como periodistas honestos fue muy importante para nosotros.

Una pasión de toda la vida

Lo que confirmaríamos cuatro años más tarde de aquella breve primera impresión en Madrid es que le apasionaba hablar y discutir sobre periodismo sin distinguir quién estuviera al frente, ya sea un estudiante de 20 años o un periodista consagrado a punto de jubilarse.

“El periodismo declarativo está muerto, porque la gente habla para salir en el periódico. Hay que publicar lo que se calla, que es lo difícil”.

Todo lo que volcó en sus libros, en sus crónicas, en sus ensayos y en sus clases supo adaptarlo luego perfectamente a las redes sociales. “En 140 caracteres se dice poco, pero muchas veces, por eso mismo, mejor”.

Durante los últimos años fue un apasionado de Twitter, donde llegó a tener más de 172.000 seguidores.

Utilizaba la red del pajarito como si fuera un aula virtual. Allí vomitaba su enojo contra la mala praxis periodística y recordaba algunas de sus máximas más conocidas. “Plagas periodísticas: declaracionitis; politización; oficialismo; desconexión mundial”.

Su visita y su asesoramiento en ese momento fue muy importante, porque el país atravesaba una crisis comunicacional sin precedentes, que aún perdura.

El periodismo que pretendía ser serio y honesto se debatía entre una monarquía mesiánica que ocultaba datos y barría la realidad bajo la alfombra y una oposición que los exacerbaba con perversa irresponsabilidad.

“El hecho de que no se exija titulación académica para ejercer como periodista no significa que un smartphone equivalga a una licenciatura”.

Aconsejó no dejarnos atrapar por “la grieta” informativa, soportar los embates del maquiavelismo político e ignorar la brutalidad prejuiciosa de los foros y las redes sociales.

“Os van a decir oficialistas cuando deis buenas noticias. Os van a decir opositores cuando deis las malas. No hagais caso a toda esa mierda, porque sólo el periodismo honesto, con todos sus errores, porque pues claro que los tiene, trasciende a todos los gobiernos”.

Periodismo militante y otras falacias

Era un fanático detractor de la demagogia mediática y de los titulares más enfocados en las ventas que en la información. “El click-bait (bait es cebo, carnada) no es una técnica periodística discutible, es un engaño que abochornaría a un profesional. La información no es un acertijo”, escribió en Twitter.

Y después aclararía: “El mejor periodista es un investigador, pero ni policía, ni juez. Documenta e interpreta el caso, y ahí acaba su función”.

Bastenier se enojaba cuando escuchaba a los argentinos hablar de “periodismo militante”. Consideraba que esta denominación era un absurdo en sí misma, una paradoja, ya que el periodismo indaga, fiscaliza e informa acerca de la militancia, sobre todo si ésta gobierna.

“Todos los periodistas tienen una ideología, aunque crean que no, pero si ponen el trabajo al servicio de la suya, dejan de ser periodistas”.

Y Bastenier no dejó de ser periodista nunca, como confirma su propio Twitter, donde estuvo publicando información y opiniones hasta el jueves, un día antes de morir.

En nuestra última conversación epistolar, hace un par de años, siempre agradecido por la maravillosa hospitalidad tucumana, como decía, prometió un recibimiento bien regado con gin tonics en Cartagena, ciudad donde vivía la mitad del año.

Ya no será en Colombia, pero en alguna parte andará ahora Bastenier bebiendo gin tonics, café negro y fumando como loco, rodeado de periodistas curiosos y fascinados con la atrapante retórica del maestro.

Bastenier se fue, pero su blanco seguirá siempre en movimiento.

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