Historias de diván
El aire es irrespirable. El oficialismo provincial y el oficialismo nacional dinamitaron una relación a la que llegaron forzados en apenas 15 meses de convivencia. Como esas parejas que no se escuchan y en el que uno habla más fuerte sólo para tapar lo que el otro dice, la Nación y la Provincia exacerbaron en la última semana todas las miserias de la vida conyugal. Lo dramático es que, como en toda separación, en el medio quedaron miles de hijos durmiendo a la vera de una ruta con las manos sobre los oídos, aturdidos de tanto alarido sin sentido.

Es difícil explicar tanto egoísmo. De un lado y de otro, lo único que se escuchan son reproches, quejas y acusaciones. Las lluvias causaron estragos en el sur tucumano gracias a la desidia oficial. La furia del agua se aprovechó de la chatura dirigencial para socavar el tejido social con la misma libertad con la que horadó caminos y destruyó casas. Niños que pintan villanos en forma de nubes grises con antifaces a la espera de volver a sus hogares, mientras los adultos se las ingenian para boicotearse mutuamente. Irónica metáfora la del barro que tapa pueblos enteros y que también sirve de escenario para una pelea política sin sentido.

El oficialismo provincial no puede eludir la responsabilidad de una docena de años de gobierno sobre sus espaldas. Presupuestos millonarios que pasaron sin que una obra de infraestructura para prevenir inundaciones se concretara. Juan Manzur puede dar fe de eso. Acompañó a José Alperovich en todos sus caprichos desde el inicio de su gestión, allá por 2003. Hoy, con el agua al cuello, reniega porque el senador –su asesor estrella- lo dejó solo. Alperovich, que gusta de dar abrazos y repartir colchones a los sufrientes, se llamó a silencio. El actual gobernador es consciente de esa postura cómoda del ex mandatario, pero necesita de su antecesor por lo menos hasta octubre. Hay entre ellos una relación patológica, al punto que muchas veces los peronistas dudan acerca de quién es el jefe. El ejemplo del ministro del Interior, Miguel Acevedo, es lapidario: el funcionario se reporta directamente a Alperovich y no a Manzur. Incluso hay testigos que dan cuenta de exagerados recaudos que toma el gobernador a la hora de plantear inquietudes o consignas a Acevedo, en cuestiones básicas de gestión. Esta semana, a Acevedo lo responsabilizaron desde el oficialismo y desde la oposición de ser quien “dificultó” en más de una ocasión las recorridas de funcionarios nacionales por las zonas inundadas. De ser cierto, cabe preguntarse quién es el cerebro que está por detrás de las andanzas del ministro: ¿el ex gobernador que quiere volver en 2019 o el actual mandatario que dice querer continuar? Hay una pista, en esa oficina fueron cobijados viudas y viudos del poder alperovichista.

Frente a esa realidad, Manzur calla y apunta los gritos hacia otro lado. Como en una pelea matrimonial, la culpa es de otro. El gobernador sostiene que el macrismo lo dejó en soledad para enfrentar una catástrofe que la Provincia no está en condiciones de afrontar. Se encargó de hacer circular la idea de que nadie le había avisado que vendría a Tucumán el ministro de Defensa, Julio Martínez, cuando en realidad la secretaria del funcionario nacional había informado a la suya el arribo del radical. Al punto que, en el aeropuerto, Martínez preguntó por qué no había ninguna autoridad provincial para recibirlo. Victimizarse es otra de las fases en una disputa de pareja y, por lo que se ve, el Gobierno tucumano optó por protagonizar el papel de víctima en estos días para camuflar su incapacidad de respuesta ante la crisis.

Es cierto que la atención del oficialismo nacional hacia lo que acontecía en el interior tucumano fue lenta y aún hoy es insuficiente. El macrismo envió un comité de emergencia que se instaló en una zona reducida del desastre y el radical José Cano se topó en sus primeros periplos con sugestivos cortes de ruta que lo demoraron, con piquetes de vecinos y con reclamos de punteros justicialistas por “puentear” a delegados rurales. No obstante, es claro que la capacidad de respuesta inmediata del Plan Belgrano es mínima. El peronista Domingo Amaya, que recorre comunas y municipios todos los fines de semana, casualmente no tuvo agenda en esta provincia devastada en esos días. Desde Buenos Aires, le enrostró a Manzur lo que él no se atrevió a gritar durante una década: la falta de inversión del alperovichismo en obras que trasciendan una gestión de gobierno y cambien la vida de la gente. Como corolario, el Gobierno nacional desnudó que gestiona desde la confortable Capital Federal al cerrar la semana anunciando una línea de créditos para los inundados con un 20% de interés y un sistema de scoring para acceder a los fondos. En muchísimos casos, los destinatarios de esa medida presuntamente ventajosa son tucumanos que viven en zonas rurales y subsisten de planes sociales y de la cría y venta de animales de granja en las ferias de fin de semana. Desconocer la realidad, muchas veces, puede resultar más dañino que manipularla desde el poder.

Frente al terapeuta, las parejas que ya no tienen retorno suelen hablar mal uno del otro. Se acusan y responsabilizan por la crisis entre sí. Luego salen del consultorio y se jactan ante sus conocidos del esfuerzo que hicieron por salvar el matrimonio. Algo así como limpiar culpas. A juzgar por lo que está ocurriendo en Tucumán, la política de 2017 dejará muchas historias de diván para contar.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios