"Se puede escribir muy bien desde Tucumán"

"Se puede escribir muy bien desde Tucumán"

Nació en Aguilares, vive en Buenos Aires y es noticia en el mundo literario: ganó el premio de la Fundación El Libro con su colección de cuentos “Salir a la nieve” “Fue una especie de conmoción, no lo podía creer”, confesó. Habló de su infancia feliz, del oficio del escritor aprendido junto a Liliana Heker y de los desafíos que vienen

Dos padres muy lectores, una biblioteca familiar inmensa en la que todos los libros estaban a la mano, una profesora de literatura que los alentaba en el oficio de escribir. Esos son apenas algunos de los ingredientes que ayudaron a que Máximo Chehín (Aguilares, 1971) haya pasado el fin de semana corrigiendo con fruición y nervios el libro de 12 relatos que incluye en “Salir a la nieve”.

Con esa obra, acaba de ganar el premio mayor de la Fundación El Libro, que lo ha colocado en la vidriera de la literatura regional hispanoamericana, elegido por un jurado integrado por Luisa Valenzuela, Pablo de Sanctis, Antonio Skármeta, Abelardo Castillo y el editor Daniel Divinsky. En ese certamen compitieron 207 autores de Argentina, Chile, Uruguay, Estados Unidos y México.

Dice el autor de “Vista al río” y “Una vida interesante” desde Buenos Aires, del otro lado del teléfono, que lo más deseable de este premio, que incluye la edición de “Salir de la nieve” y la suma de $300.000, sería permitirle vivir del oficio que lo deslumbró de chico, cuando daba la vuelta al mundo con Julio Verne o viajaba a Marte de la mano de Ray Bradbury en las ediciones coloridas de editorial Minotauro.

“Una familia grande, con hermanos y padres muy presentes. El de mi infancia era, para mí, un mundo sin peligros, en el que todo estaba ahí, muy cerca. Un mundo de estar en la vereda con amigos, de ir en bicicleta por el camino que subía a Los Sarmientos, de jugar a la pelota en canchas de fútbol con arcos de caña hueca hasta que se hacía de noche. Está por otro lado el descubrimiento de los libros, de la biblioteca enorme de mi casa, y, asociada al refugio de los libros, la sensación constante de ser un tipo raro, alguien que no terminaba de entender cómo relacionarse con el mundo exterior. Con el tiempo me fui dando cuenta de que esta sensación era algo permanente, que no tenía que ver ni con mi edad ni con el lugar donde estuviera viviendo, sino más bien con mi manera de ser”, describe Chehín su mundo de infancia y de germinar un oficio y vocación.

- ¿Se puede escribir y crecer en el oficio desde Tucumán?

- Yo comencé a trabajar en mi escritura en serio en Buenos Aires (es ingeniero en Computación y vive de su profesión). Pero estoy convencido de que se puede escribir muy bien desde Tucumán (o desde cualquier lugar del país). La calidad de los textos que produce el grupo Tucumán Zeta es un claro ejemplo de esto. Publicar es difícil, aun estando en Buenos Aires, porque hay una cantidad enorme de gente que escribe, y es prácticamente imposible que una editorial -incluso una independiente– reciba un manuscrito de un autor desconocido. A mí me abrió esa puerta el haber ganado un premio del Fondo Nacional de la Artes, un premio al que puede postularse cualquier escritor.

- ¿Cómo pensás que se pueden romper las asimetrías culturales entre Buenos Aires y las provincias?

- Creo que son un reflejo de las asimetrías económicas y políticas de un país en el que un gran porcentaje de los recursos se consumen, y casi todas las decisiones se toman, en Buenos Aires. La única manera, creo yo, de modificar esto, es con políticas activas de gobierno que tiendan a la descentralización y la federalización de la gestión cultural. Me pregunto, por ejemplo, qué pasaría si a Tucumán, una ciudad que ya tiene gran vida cultural, se mudara una institución como el Fondo Nacional de las Artes. Cuál sería el impacto no sólo en la literatura y la industria editorial local, sino en el teatro, las artes plásticas, la música.

- ¿Qué encontrabas en los libros en tu niñez, en tu adolescencia? ¿Respuestas?

- En los libros, más que respuestas, uno encuentra como campos abiertos: los escritores acercamos más preguntas que respuestas. Y eso, como lector, me parecía fascinante. Eso, en una casa en la que se leía mucho, y con la más absoluta libertad, era una suerte de descubrimiento. Yo metía la mano en la biblioteca y encontraba algo que no me interesaba o algo que era absolutamente conmovedor. .

- ¿ A qué se deberá que se ha vuelto tan “raro” el lector como especimen?

- Me parece que el que es muy lector tiene un componente de introversión. Es muy difícil que alguien disfrute de la lectura si no tiene la capacidad de meterse totalmente en el libro. No sé si es causa o consecuencia. Hoy hay tantos medios de comunicación y tantas distracciones asociadas a la lectura; estar en Twitter es muy fácil ; o hacer zapping en la tele; no le pide nada a uno. Leer un libro requiere más esfuerzo.

- ¿Cómo te has empezado a abrir camino?

- Como te dije, escribía de chico. Pero a los 30 años comencé a sentir una frustración grande. Sentía que lo que escribía no servía; que tenía que tratar de trabajar más. Ya estaba en Buenos Aires, era el año 99. Pensé en sumarme a un taller literario y fui a uno de los mejores, el de Liliana Heker. Ella me dio a entender que la escritura era un oficio, una responsabilidad, no algo que se podía hacer en los ratos libres, y escribir algo que no me gustaba y tirarlo a la basura. No, que es un compromiso, y que hay que trabajar, y fue ahí cuando me cambió la manera de ver eso. Hice tres años de taller con Liliana, y compartimos con escritores como Samantha Schweblin, entre otros; fue ahí donde me di cuenta cómo era el trabajo de la corrección; que hay que reescribir un cuento 20 veces hasta que uno encuentra la forma final, y entender qué es lo que uno quiere decir.

- Ahí, en el taller, la escritura deja de ser un acto solitario. El taller enriquece…

- Absolutamente. Para mí fue un cambio radical en mi manera de escribir y de autopercibir lo que yo escribo. Un problema que tenía es que escribía algo y no sabía qué es lo que quería decir, o dónde estaban los errores; y esto no es una iluminación. Uno lo va aprendiendo a través de la mirada de los otros. Uno está con gente a la que respeta y con quien comparte una idea sobre la literatura. Alguien ve lo que has escrito, y te dice: che, mirá. Y uno empieza a mirar los textos propios como si fueran ajenos. A esa posición es muy difícil llegar solo. De hecho, hoy me sigo reuniendo periódicamente con varios de los escritores con los que compartimos taller, a leer y a hacer comentarios sobre lo que estamos escribiendo. De todos modos, no creo que Liliana piense que ella está enseñando a escribir: yo creo que en la vida se puede aprender todo, pero las herramientas para escribir uno las tiene del aprendizaje del lenguaje y de la lectura. Al taller ya uno llega con ese bagaje; lo que hace allí es refinar el oficio, y comprender el compromiso con el lenguaje.

- ¿Qué hiciste cuando te enteraste de que habías ganado el premio de Fundación El Libro?

- Fue una especie de conmoción; no lo podía creer, porque era un premio de una magnitud enorme, y hay tanta gente buena que escribe, y con un jurado como ese. Y me está costando aterrizar. Me conformaría con poder comenzar a tener la certeza de que voy a poder publicar. Al libro que ahora me publicará la Fundación el Libro lo había escrito hace años. Y me decía: a estos cuentos no los va a leer nadie. Lo que es frustrante, porque el escritor escribe para que lo lean otros.

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