Por Carlos Páez de la Torre H
25 Marzo 2017
VICENTE FIDEL LÓPEZ. Al igual que Bartolomé Mitre, en sus escritos históricos denigró a Bernabé Aráoz.
No puede discutirse la talla de prócer que rodea justificadamente al coronel Bernabé Aráoz (1776-1824), primer gobernador de la provincia autónoma de Tucumán y figura de primera línea en la guerra de la Independencia. Curiosamente, hubo clásicos historiadores porteños que se refirieron despectivamente a Aráoz, con términos que hoy nadie admitiría.
Vicente Fidel López escribió que “aunque miembro de una de las familias más acomodadas y antiguas de Tucumán, era don Bernabé Aráoz un ‘guaso’ que hacía de devoto, no siendo sino un hipócrita rematado. Había consagrado su tiempo y su espíritu al trato de la plebe, en la que por su nombre y por su riqueza ejercía bastante influjo”.
Agrega que “dado a los alborotos políticos y a las bullangas de motines y de armas, había actuado en las manifestaciones patrióticas y populares originadas por la revolución y por las invasiones de los realistas; pero nunca como militar de categoría decente ni como magistrado, sino siempre como partidario de la libre escuela y como cooperador de alarmas. De todas sus pasiones, la que más calentaba su alma era la raquítica ambición de mandar. Verdad es que fuera de eso, nada había en su cabeza que pudiese levantarlo más alto, y su retrato podría resumirse diciendo, en dos palabras, que no servía para nada”.
Por su lado, Bartolomé Mitre lo llamaba “hombre de limitados alcances políticos; estaba saturado de las pasiones locales y era muy considerado por sus comprovincianos de la campaña, así por su fortuna y sus servicios como por su larga parentela, que formaba una especie de familia Fabia. Era un ambicioso vulgar, disimulado y devoto a la par que manso de carácter”.
Vicente Fidel López escribió que “aunque miembro de una de las familias más acomodadas y antiguas de Tucumán, era don Bernabé Aráoz un ‘guaso’ que hacía de devoto, no siendo sino un hipócrita rematado. Había consagrado su tiempo y su espíritu al trato de la plebe, en la que por su nombre y por su riqueza ejercía bastante influjo”.
Agrega que “dado a los alborotos políticos y a las bullangas de motines y de armas, había actuado en las manifestaciones patrióticas y populares originadas por la revolución y por las invasiones de los realistas; pero nunca como militar de categoría decente ni como magistrado, sino siempre como partidario de la libre escuela y como cooperador de alarmas. De todas sus pasiones, la que más calentaba su alma era la raquítica ambición de mandar. Verdad es que fuera de eso, nada había en su cabeza que pudiese levantarlo más alto, y su retrato podría resumirse diciendo, en dos palabras, que no servía para nada”.
Por su lado, Bartolomé Mitre lo llamaba “hombre de limitados alcances políticos; estaba saturado de las pasiones locales y era muy considerado por sus comprovincianos de la campaña, así por su fortuna y sus servicios como por su larga parentela, que formaba una especie de familia Fabia. Era un ambicioso vulgar, disimulado y devoto a la par que manso de carácter”.
Lo más popular
