Por Carlos Páez de la Torre H
28 Febrero 2017
MAXIMIO S.VICTORIA. El destacado pedagogo disertó en Tucumán en 1914. En esta foto de 1899, aparece con su esposa.
El profesor Maximio S. Victoria (1871-1938), tucumano oriundo de Graneros, fue uno de los grandes pedagogos argentinos. Condujo, entre otras instituciones, la famosa Escuela Normal de Paraná. En 1914, la Universidad de Tucumán lo invitó a disertar. El tema era la formación del maestro, las doctrinas que debían nutrir “su corazón y su espíritu”, y cuál era la manera de constituir “material, intelectual y moralmente”, una Escuela Normal.
El 2 de julio, lo presentó el rector de la casa, doctor Juan B. Terán. Interesan sus conceptos sobre el tema mentado arriba. Dijo Terán que los educadores del temple moral y la devoción a la cultura pública de Victoria, “se consagran a una tarea que es al mismo tiempo ardua, puramente espiritual y exclusivamente de bien social, sin reservar para el obrero las satisfacciones brillantes que otras más fáciles procuran en nuestro medio”.
Subrayaba que “es tal vez la más ascética de las profesiones: las recompensas materiales no llegan nunca, las recompensas sociales se otorgan tardíamente. Quedan, para sostener la perseverancia que requiere y sin la que nada es, las satisfacciones íntimas, las alertas del espíritu, gozoso de la tarea por la sola grandeza de la tarea”.
Entendía que la obra de los educadores “no tiene testimonios visibles proporcionados a ella, que detengan y atraigan la atención de las gentes y que se impongan a su instinto fetichista”. Esto porque “el libro, la conferencia, la labor -dispersa por definición- del maestro, nada dice de su acción verdadera, que es difusiva, de sugestión, de diseminación de ideas, de estímulos que se insinúan y se propagan como perfume derramado”.
El 2 de julio, lo presentó el rector de la casa, doctor Juan B. Terán. Interesan sus conceptos sobre el tema mentado arriba. Dijo Terán que los educadores del temple moral y la devoción a la cultura pública de Victoria, “se consagran a una tarea que es al mismo tiempo ardua, puramente espiritual y exclusivamente de bien social, sin reservar para el obrero las satisfacciones brillantes que otras más fáciles procuran en nuestro medio”.
Subrayaba que “es tal vez la más ascética de las profesiones: las recompensas materiales no llegan nunca, las recompensas sociales se otorgan tardíamente. Quedan, para sostener la perseverancia que requiere y sin la que nada es, las satisfacciones íntimas, las alertas del espíritu, gozoso de la tarea por la sola grandeza de la tarea”.
Entendía que la obra de los educadores “no tiene testimonios visibles proporcionados a ella, que detengan y atraigan la atención de las gentes y que se impongan a su instinto fetichista”. Esto porque “el libro, la conferencia, la labor -dispersa por definición- del maestro, nada dice de su acción verdadera, que es difusiva, de sugestión, de diseminación de ideas, de estímulos que se insinúan y se propagan como perfume derramado”.
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