Se acaba el período de gracia
Se cumple hoy el primer aniversario de la nueva administración Cambiemos, después de 12 años y medio de peronismo. Una década “extra large” de peronismo nacionalista y populista, unitario, autoritario, híper personalista, cuasi monárquico, con un rey y una reina en sucesión nepótica, con traspaso de mando entre sábanas y calzones.

En retrospectiva, quizás por esta razón Cristina Fernández de Kirchner se negó a entregarle el bastón de mando a su sucesor, creyendo en su íntimo fuero subconsciente que debía hacerlo en una alcoba, como le ocurrió a ella.

Caprichitos y chiquilinadas de lado, al gobierno de Mauricio Macri se le está terminando el período de gracia prolongado.

En países institucionalmente más estables, este período suele durar unos seis meses, donde en términos de crítica periodística o de fiscalización opositora, se observa más de lo que se actúa y se escucha más de lo que se dice. Puede no ser demasiado tiempo para que las decisiones de un gobierno impacten en la cotidianidad del vecino, pero es el suficiente para que las gestualidades develen las verdaderas intenciones, confirmando o traicionando lo que se anunció en campaña.

En Argentina, las herencias suelen ser tan pesadas que los períodos de gracia, como los llama la prensa internacional, podrían extenderse tranquilamente durante todo un mandato, o dos o tres. De hecho, después de 12 años de gobierno, Cristina se fue sin jamás dejar de culpar al neoliberalismo de los 90 -donde ella tuvo una membresía de lujo- por cada uno de los fracasos de su gestión.

Con “la Play”

No es el caso de la mayoría de las provincias, donde en un país teledirigido desde la Rosada con una Play Station, no se necesita achacar los yerros o la falta de resultados a la gestión anterior, sino que alcanza con señalar al Obelisco ante cualquier reclamo.

Al gobernador Juan Manzur le incomodan los balances. Tiene la doble obligación de responsabilizar al centralismo porteño por todo lo que le pase: porque es absolutamente real que en Argentina los gobernadores son embajadores de lujo de la Quinta de Olivos, pero porque además Manzur no puede siquiera sugerir la idea de una pesada herencia; él es su propia descendencia.

Lo único que distingue a Manzur de José Alperovich, además de sus modales más refinados, diplomáticos y dialoguistas, es la ambiciosa carrera por el poder que se dirime en el mezquino juego de la silla, donde ambos corren alrededor del sillón de Lucas Córdoba para ver quién se sienta primero, cuando se corte la música en 2019.

Hasta que ese momento llegue siguen siendo socios en todo, o cómplices, según se mire. A un año y dos meses de haber asumido, la sociedad feudal con Alperovich sigue intacta. La Legislatura es un antro controlado por millonarios levantamanos y el Poder Judicial un principado repleto de privilegiados al servicio de otros privilegiados. Cobran fortunas, no pagan impuesto a las Ganancias y se jubilan con el 82% móvil. Una justicia social a la que sólo acceden los miembros del -nunca más atinado- Palacio de Justicia.

La excepciones son honrosas, como suele decirse, tanto entre los hacedores de leyes como entre los togados, pero insuficientes para garantizar la división de poderes, la autodepuración republicana, el control de los actos de gobierno y una mayor calidad institucional.

Los insondables fondos legislativos son acaso uno de los ejemplos más escandalosos de la impunidad con que esta gente saquea al Estado, a la vista de todos y con la absoluta certeza de que nada, nunca jamás, podrá ocurrirles.

La estafa de los acoples

“Gastos sociales” es un eufemismo con el que se levantaron lujosas mansiones en countries y lugares de veraneo, se compraron vehículos de alta gama al por mayor y se costearon vacaciones obscenas.

Pretender que sin el dinero público hay gente que nunca podría acceder a la política no sólo es una mentira perversa, sino que es la gran pantalla que permite financiar ejércitos de acoples, la gran trampa matemática para atornillar al poder al que maneja la oscura caja fiscal.

“El dinero público garantiza representantes populares, independientes de las corporaciones empresarias”, afirman quienes defienden el latrocinio, como si el empresariado argentino no financiara por partes iguales las campañas de los principales candidatos con posibilidades de acceder a un cargo, del partido que sea.

“Somos buenos pero no boludos”, se quejó un ministro nacional, cuando en una reunión privada luego de Chapadmalal le consultamos sobre la derrota que sufrió Cambiemos en el Senado, a propósito de la reforma política que pretende el gobierno. Los gobernadores y senadores peronistas ya mostraron los dientes y la mitad del gabinete nacional quiere empezar a hacerles pagar la traición, al no avalar una reforma que al principio apoyaron casi todos.

La otra mitad de los ministros insiste en seguir negociando, en no caer en las mismas extorsiones a las que los sometió el kirchnerismo durante 12 años y que ellos siempre denunciaron.

En la lista de “dudosos”

Manzur intentó hasta ahora moverse en las sombras y pasar desapercibido, parecer ambiguo, movedizo, jabonoso, y mostrar en Buenos Aires que no es lo mismo que Alperovich; que quiere una reforma, que no apoyará a las mafias ni a los feudos. Pero en el retiro espiritual de Cambiemos ya lo sacaron de la lista de “confiables” y lo pusieron, por ahora, en la de “dudosos”. Quedó a un paso de integrar la nómina de “enemigos”, donde están, entre otros, Gildo Insfrán y Alicia Kirchner.

A la confianza en Manzur le queda menos que un tanque de reserva, no sólo porque no apoyó a Macri en la reforma para transparentar las elecciones y disminuir el fraude y el clientelismo político, una de las banderas de Cambiemos, sino porque a nivel local pretende hacer lo mismo.

Despacito y sin hacer ruido, con Osvaldo Jaldo están empezando a enterrar la reforma electoral que impulsó a poco de asumir, exigido por el escándalo de los acoples rentados y el fraude generalizado. Manzur debe pensar que como ya pasó la tormenta ya no necesita la demagogia.

Al gobernador ya se le terminó el período de gracia. Ya no hace gracia, aunque él siempre se ría. El año del Bicentenario fue todo jolgorio y le ayudó mucho para maquillar los verderos problemas de fondo.

Habrá que esperar para ver si elige a Macri o a Alperovich. A los dos los necesita y a los dos los va a traicionar cuando pueda. Pero ya no tiene demasiado margen para estar con los dos al mismo tiempo.

Este año Macri los necesitaba a todos. Si el año que viene la economía empieza a recuperarse las fichas del TEG se moverán de otra manera. Quizás se impongan los halcones de Cambiemos y comiencen los escarmientos. Si la economía no levanta cabeza habrán tenido razón las palomas y tendrán que imponerse las negociaciones.

Lejos del bronce

Entre el poder y el bronce, Manzur empezó eligiendo el bronce. Lo mismo había hecho Alperovich en 2003 y durante los primeros meses se mostró como el hombre que iba a cambiar Tucumán para siempre.

El período de gracia luego pasó y el poder se le subió a la cabeza tan rápido como las cloacas que afloran a la superficie por toda la ciudad. Se batieron récords de inseguridad, impunidad, corrupción, basurales, calles y rutas destruidas, contaminación.

Se eliminó la división de poderes, el dinero sojuzgó a la política, los negocios inmobiliarios al desarrollo urbano, los edificios a las plazas, el nepotismo al esfuerzo, el clientelismo al trabajo. Los delincuentes se adueñaron de la calle, de las canchas, de la noche.

Las oficinas públicas se llenaron de amantes, de familiares y de cómplices, los tribunales de amigos, las empresas de evasores y especuladores y los partidos políticos de ladrones.

A nivel nacional algunos de estos problemas se repiten y otros no. Faltan inversiones, obras, trabajo, educación y sobra inseguridad, inflación y pobreza.

Macri y Manzur no son lo mismo, pero en algo se parecen: los dos piden más tiempo para mostrar resultados. Un año después y por diferentes razones, ninguno lo está logrando.

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