Muchas lágrimas y poco suspenso
Origen: EEUU, 2016. Dirección: Tate Taylor. Con: Emily Blunt, Rebecca Ferguson, Haley Bennett, Justin Theroux. Guión: Erin Cressida Wilson. Música: Danny Elfman. Fotografía: Charlotte Bruus Christensen. Cines: Atlas, Cinemacenter, Cines del Solar, Sunstar.

REGULAR

A los lectores de “La chica del tren”, el best-seller de Paula Hawkins, esta adaptación les gustó poco y nada. Será porque de Gran Bretaña la historia se mudó a Estados Unidos, será por la cantidad de elementos omitidos de la novela, será porque el guión de Erin Cressida Wilson deviene en un tour de force temporal; una colección de flashbacks que oscurecen más de lo que aclaran. Razones puede haber de sobra. Para quienes se acomodan en la butaca sin haber hojeado el libro -la amplia mayoría- la sensación es que el melodrama le ganó por goleada al thriller psicológico, lo que no supondría un problema si la intención no hubiera sido la contraria. A “La chica del tren” lo que le sobra de lágrimas le falta de intriga y de tensión.

Tate Taylor, director de la recomendable “Historias cruzadas” y de una biopic de James Brown que no pasó por nuestros cines, termina enredándose en ese afán por avanzar y retroceder con la historia. Cuándo, cómo y por qué pasa lo que pasa no termina de quedar claro en más de un pasaje. ¿Hacía falta tanta sofisticación narrativa?

Desde la ventanilla del tren, Rachel (Emily Blunt) asiste a diario al espectáculo de la idílica vida de Megan (Haley Bennett, a quien disfrutamos este año en “Los siete magníficos”). Rachel es una alcohólica que destila resentimiento y acosa a su ex marido (Justin Theroux), que se casó con Anna (la sueca Rebecca Ferguson) y tiene una bebé. La desaparición de Megan pondrá a Rachel bajo el foco cuando revele algo que vio (desde el tren, claro).

Emily Blunt le pone garra y no ahorra sufrimiento durante casi dos horas. Es el sostén de una película cara y técnicamente impecable, aunque las emociones que intenta transmitir el trío de mujeres -atrapadas en una telaraña en la que nada es lo que parece- no consigue alterar ni la frialdad ni la superficialidad que exuda la película.

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