Hillary vs Trump

Hillary vs Trump

Dos libros recientemente reeditados se meten en los pasajes decisivos de las vidas de los candidatos de las elecciones norteamericanos que se celebran este martes y nos ayudan a conocer mejor al próximo/a presidente de EEUU

06 Noviembre 2016

La primera

Por Dolores Caviglia - Para LA GACETA - Buenos Aires

Para ser presidente de cualquier nación hay que tener agallas. Y si esa nación resulta estar entre las potenciasque marcan el rumbo de las demás, la necesidad es doble. Hillary Clinton las tiene. Más allá de lo que ocurra el 8 de noviembre, día en que se abrirán las urnas en todo Estados Unidos y los ciudadanos elegirán a su nuevo gobierno, esta mujer tiene agallas, muchas agallas.

Lo demostró en 1992, mientras su marido, Bill Clinton, era gobernador y hacía campaña para llegar a la Casa Blanca y los rumores sobre infidelidad generaban más y más ruido. Se sentó junto a él en un programa de televisión, con un atuendo informal verde esmeralda, el pelo rubio largo, sus 45 años, lo miró con ternura y lo acompañó mientras respondía a las acusaciones. Lo bancó. Dio la cara por su esposo.

Hillary Rodham nació el 26 de octubre de 1947 en Park Ridge, un suburbio de Chicago. Su padre era veterano de la Segunda Guerra Mundial y mantenía a su esposa y a sus tres hijos con un negocio de venta y confección de cortinas. Estudió en escuelas públicas hasta que asistió a Wellesley College para especializarse en Ciencia Política. Fue la oradora en su graduación. Tenía 22 años y ya se podía ver.

Se convirtió en Hillary Clinton el 11 de octubre de 1975, cuando se casó con Bill en una ceremonia simple en Arkansas, estado en que él creció. Lo había conocido cuatro años antes en la Universidad de Yale, donde estudiaban Derecho, y le costó dar el “sí”. Ella misma lo cuenta en su libro Historia viva, editado en 2003 por Planeta: “Lo rechacé dos veces cuando me pidió que me casara con él. Me lo pidió, estábamos en un viaje por Europa después de nuestra graduación de la escuela de Derecho. Le dije, ‘¿Sabes?, no puedo decirte que sí. Después, un año más tarde me lo volvió a pedir y dije que no. Me dijo: ‘Bueno, no te lo voy a pedir otra vez hasta que no estés lista para decir sí’”.

Fue tras un viaje que hizo sola que se decidió. Bill la había ido a buscar al aeropuerto y ella estaba lista. “Cuando me recogió a la vuelta me dijo: ‘¿Recuerdas aquella casa que te gustaba? Bueno, pues la he comprado, así que ahora más vale que te cases conmigo, porque no puedo vivir allí solo’. (…) Esta vez dije ‘sí’”.

Hillary no sabía lo que le esperaba. Conocía la determinación de su esposo pero el sueño de Washington parecía enorme. Tampoco podía adivinar los escándalos que estaban por venir, la frustración que iba a llegar a sentir, la rabia. Sobre eso también habló en ese libro, en el que relató sus años como primera dama y confesó cómo reaccionó al affaire con Monica Lewinsky. ”Estaba atontada, descorazonada y enfurecida por haberle creído”.

Sobrevivieron. Juntos. Al engaño, a la posibilidad de que perdiera la presidencia, a la opinión pública. Con trabajo y un pacto incondicional. Bill, en los últimos años de su mandato, juró fidelidad a su mujer, a su carrera. Si ella había seguido a su lado, era tiempo de demostrar que él también era capaz. Así comenzó.

En el 2000 Hillary se convirtió en la primera mujer senadora por Nueva York. En el 2001 se puso al frente de la reconstrucción de la ciudad tras los atentados contra las Torres Gemelas. En el 2008 se enfrentó a Barack Obama por la candidatura demócrataa la Casa Blanca. Perdió y no se rindió. Trabajó cuatro años como secretaria de Estado, visitó 112 países, estuvo involucrada en el operativo que terminó con la vida del terrorista Osama Bin Laden, esperó su momento y en 2015 volvió a anunciar que quería convertirse en la primera mujer presidenta del país. Este año ganó la primaria con una campaña centrada en regularizar a los inmigrantes ilegales, cuidar de las mujeres y los niños, impulsar la economía con trabajo y terminar con la amenaza terrorista.

En dos días, esta mujer se enfrentará al empresario republicano Donald Trump. La mayoría de las encuestas la dan como ganadora. Ella sabe que no puede confiarse.

© LA GACETA

Dolores Caviglia - Periodista cultural.

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El Constructor

Por Juan José Fernández - Para LA GACETA - Nueva York

“Siempre ha habido varios Trump: el adicto a la hipérbole, que tergiversa por diversión y en beneficio propio; el experimentado constructor cuya atención al detalle asombra a sus socios; el narciso, cuyo ensimismamiento contradice, sin embargo, su mortífera capacidad para explotar las debilidades de los demás; el perpetuo adolescente de 17 años que vive en un mundo de suma cero, donde solo hay ganadores y ‘perdedores totales’, amigos leales y ‘completos canallas’; el insaciable cazador de publicidad que a diario corteja a la prensa, a cuyos mensajeros, sin embargo, califica como ‘basura humana’ si no le gusta lo que publican; el presidente y principal accionista de una empresa pública de miles de millones de dólares, incapaz de resistir la tentación de pronosticar ganancias en exceso optimistas y que no llegan a materializarse, lo que merma el valor de su inversión; en resumen, un hombre a la vez resbaloso e ingenuo; calculador hábil, ciego, no obstante, ante las consecuencias”.

El párrafo pertenece a Mark Singer, destacado redactor del New Yorker, y forma parte de su biografía, recientemente reeditada, El show de Trump (Debate). Allí rastrea estas múltiples y contradictorias caras del candidato republicano, pero se concentra en el material de una larga crónica que escribió para su revista a partir de varios días de convivencia con el biografiado durante los 90, década en la que el magnate sobresalía en la escena empresaria norteamericana.

Su trayectoria como constructor ofrece alguna claves para comprender la extraordinaria construcción de una carrera política que fue subestimada por el “círculo rojo” de los Estados Unidos. Hay un montaje permanente en su estrategia, una apropiación de terrenos de dominio dudoso como los edificios que siguen llevando el nombre del emprendedor inmobiliario después de haber sido vendidos. Trump se autoadjudicaba el título de “mayor constructor de Manhattan” pero ese rótulo no era avalado por cálculos traducidos a metros cuadrados. Singer muestra las lagunas e inconsistencias del discurso de Trump y también su conciencia de que esas fallas no atentan contra sus objetivos en una era caracterizada por la “posverdad”.

El biógrafo rastrea las características de su personalidad que se articulan en torno de ciertos slogans que sintonizan con el hastío de buena parte de la población estadounidense respecto de la oferta política tradicional y con la baja autoestima de ciudadanos que han quedado marginados del american dream. “Hagamos que América vuelva a ser grande” repite Trump, plagiando a Reagan, en su intento de despertar la creencia en un destino manifiesto -tan arraigada entre los norteamericanos- y un reflejo xenófobo ante el temor al terrorismo. Los muros de su discurso político son la otra cara del aislacionismo inmobiliario de sus torres.

“Le pregunté a Trump en quién confiaba en momentos difíciles. ‘En nadie. Simplemente no es lo mío’, respondió. Su declaración no me sorprendió en absoluto. Los vendedores -y Trump no sería nadie si no fuera un vendedor brillante- se especializan en simular intimidad, en lugar de practicarla. En su modus operandi, jamás perdía de vista su objetivo: iza la bandera, jamás dudes de la premisa de que el mundo gira en torno de ti y, sobre todo, no te alejes de tu personaje. El tour de force de Trump -su evolución de chico adinerado y sin pulir, con contactos en los círculos políticos de Brooklyn y Queens, a producto de marca internacional- sigue siendo, sin duda, el logro más satisfactoria de su exitosa carrera”, concluye Singer.

© LA GACETA

Juan José Fernández - Crítico literario y cinematográfico.

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