Un curita gaucho de alma buena

Un curita gaucho de alma buena

Brochero fue un ejecutor del progreso y de la emancipación. Llegó a lomo de burro al pueblo que hoy lleva su nombre. Construyó 200 kilómetros de caminos, proyectó un tramo del ferrocarril, multiplicó las acequias, fundó escuelas, instaló correos y telégrafos.

UNA GESTA DE 1869. El cura Brochero llegó a lomo de burro hacia el curato que le habían encomendado y se encontró con un pueblo olvidado de la memoria de los hombres. UNA GESTA DE 1869. El cura Brochero llegó a lomo de burro hacia el curato que le habían encomendado y se encontró con un pueblo olvidado de la memoria de los hombres.
02 Octubre 2016

Por Jaime Nubiola y Graciela Jatib - Para LA GACETA - Pamplona (España)

Proclamando su popular dicotomía entre civilización y barbarie, y en asombrosa disidencia con su figura emblemática de eximio maestro y padre del aula, nos desconciertan las palabras de Sarmiento: ”No ahorren sangre de gaucho que sólo sirve para abonar la tierra”. Esta expresión emerge de la prometedora segunda mitad del siglo XIX, con su fe en la razón y en el progreso, su mirada europeizante y su desprecio por lo autóctono. Pero en la culta Buenos Aires, mientras tanto, los diarios liberales y anticlericales elogian la labor de un sacerdote de tierra adentro: José Gabriel Brochero, el curita gaucho del oeste cordobés.

La vida de este curita, un humilde hombre de fe que miró la patria desde dentro, fue una respuesta histórica a las necesidades de aquel momento. Allá por el año 1869, llegó a lomo de burro hacia el curato que le habían encomendado y se encontró con un pueblo olvidado de la memoria de los hombres, herido por el dolor y el abandono, agobiado por la tristeza, abatido por la exclusión. Los pobladores de su curato eran habitantes espectrales de un espacio desolado; como ha dicho el poeta Ramón Cortez: “quedaban del otro lado hasta orillar la vejez”. Fantasmal metáfora de la devastación, llegaban a la vejez encriptados en un destino sin auroras, como en esa estupenda referencia borgiana del Eclesiastés. “Ya se han oscurecido los que miran por las ventanas pero la sombra no ha traído la paz”.

Brochero, el curita gaucho de Traslasierras, trabajó en un sueño sin fronteras que le llevó 40 años; fundó escuelas, instaló correos y telégrafos. Proyectó un tramo del ferrocarril. Al lado de sus feligreses construyó 200 kilómetros de camino, en un pueblo alejado de las principales rutas de la provincia. Armó senderos en las emboscadas, hizo florecer acequias en las tierras secas y condujo a todo un pueblo a instalarse en espacios diáfanos con horizontes certeros. No quiso cargos en el gobierno, rechazó honores y menciones. Fue un ejecutor del progreso y de la emancipación y tuvo una idea recurrente que le acarreó horas interminables de luchas: conducir a su gente de la oscuridad de la ignorancia hacia la luminosidad del conocimiento.

Fue un andariego de la solidaridad, “un callejero de la fe”, como lo llamó el Papa Francisco. Puso su rostro en el cielo y, como quien carga una alforja, se puso a los hombros el dolor de la gente, anunciando amaneceres de redención. Aprendió el habla rústica y empobrecida de los pobladores tamizando las contingencias del lenguaje y los límites de la comunicación. Brochero con su decir “de entrecasa”, con su palabra sin barnices, con sus verdades sin máscaras, los condujo hacia el lugar sagrado de la Única Palabra.

En abierta rebelión hacia la lapidaria expresión sarmientina, en la actual Villa Brochero, resplandeciente ciudad cordobesa erigida por este curita de alma santa, los ecos de la barbarie interpelan a la civilización.

© LA GACETA

Jaime Nubiola - Doctor en Filosofía, profesor de la Universidad de Navarra.

Graciela Jatib - Escritora, profesora de la UTN.

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