Una patria con mil rostros
¿De qué hablamos cuando hablamos de patria? ¿De apenas un territorio con una bandera? ¿De un grupo de personas que cantan el mismo himno? ¿No estaremos exagerando un poco? O, por el contrario, ¿deberíamos ejercitar más nuestro patriotismo? ¿Será que no todos entendemos lo mismo cuando nos referimos a la patria?

Ya desde su origen etimológico este vocablo arrastra un sutil e imperceptible cortocircuito. Deriva del latín patria, que significa familia o clan. Dos conceptos que estuvieron antes más ligados que hoy.

La patria como familia puede vincularse más a los lazos culturales de una nación, a su territorio, a su historia y a su pueblo.

La patria como clan es otra cosa. Clan o conjunto de clanes bajo una misma bandera. Amparados por una constitución y un conjunto de leyes y tradiciones. Poderes políticos, económicos, religiosos o ideológicos que usufructúan la patria en tanto les sea funcional a sus propios intereses.

O grupos de poder públicos y privados que trabajan para engrandecer a la nación, generar empleo y riqueza y garantizarle a la sociedad un futuro mejor. De allí que no existe una sola patria.

La grieta en el desfile

La patria del desfile paralelo en contra del presidente Mauricio Macri, con globos negros y panfletos con insultos, promovido principalmente por agrupaciones de izquierda y cierto kirchnerismo residual que no se resigna al destete.

O la patria que se “infiltró” en el desfile oficial como “héroes del Operativo Independencia”. Héroes que, primero en el gobierno democrático de María Estela Martínez de Perón y luego en la dictadura, secuestraron, torturaron, asesinaron y desaparecieron a profesores universitarios, senadores, diputados, maestros de escuela, obreros, periodistas, artistas, estudiantes… Y aún cuando sí eran guerrilleros armados les negaron la identidad, el cuerpo a sus familias y una sepultura digna. No tuvieron siquiera el coraje de asumir sus propios asesinatos. Los héroes no son cobardes.

“Infiltración” que, por otra parte, figuraba en el guión de la locución del desfile elaborado y aprobado por el gobierno provincial días antes.

De esa patria hasta ahora nadie se hizo cargo.

La patria del golpista Aldo Rico desfilando en Buenos Aires como si el intento de derrocar a un gobierno elegido por el voto popular fuera amor a la patria.

O la patria de los camporistas mezquinos que se negaron a participar del histórico Congreso del 6 de julio en Tucumán.

Una frase desafortunada

La patria del Pesidente haciendo proyección psicoanalítica al interpretar que los próceres sintieron angustia al separarse de España y dejar en ridículo a nuestra independencia.

O la patria de los kirchneristas acusando a Macri de cipayo, cuando no hubo en la historia presidentes que se hayan reunido, abrazado y fotografiado con los reyes de España más veces que Néstor y Cristina.

“La patria contratista” acuñada en la década del 70, por la que ciertos grupos económicos hicieron millonarios negocios prebendarios con el Estado.

Grupos encabezados por las empresas del padre del propio presidente, Franco Macri.

O “la patria financiera” que fundó la última dictadura -y que todavía subsiste- que privilegia a la especulación por sobre el esfuerzo y el trabajo productivo.

La “madre patria” que confunde a los escolares, que nunca llegan a aprender bien si nos independizamos de la opresión conquistadora o nos independizamos de la madre que nos parió.

La patria verde

“La patria es el otro” repetía la ex presidenta en un gesto de aparente desprendimiento franciscano, mientras humillaba por cadena nacional a un jubilado “amarrete” porque había intentado comprar 10 dólares para su nieto, en tanto su familia se forraba de billetes verdes de dudosa procedencia.

Lejos, muy lejos esto de “todo hombre está obligado a honrar con su conducta privada, tanto como con la pública, a su patria”, como sostenía el revolucionario cubano José Martí.

“La patria grande” que trasciende las fronteras y que imaginaron San Martín y Bolívar, tantas veces reinterpretada a imagen y semejanza del gobernante de turno.

Para Juan Domingo Perón, por ejemplo, la patria grande debía ser autosuficiente y cortar marras con los Estados Unidos. Para Hugo Chávez debía ser socialista y para Lula, desarrollista. Y así abundan los ejemplos sobre la manoseada patria grande.

O “la patria futbolera”, que en nombre de una pasión, asesina a sus hinchas y se constituye en patotas con fines delictivos amparados por la política.

También está esa patria del patriotismo exacerbado hasta la enajenación, germen de la xenofobia, el racismo y de numerosos genocidios en todo el mundo. Esa es la patria que se divide en negros y blancos, en argentinos de bien y “bolivianos” del norte, en porteños y provincianos.

Tal vez la Argentina está más cerca de la “patria potestad”, esa institución jurídica por la que antes el padre -y hoy también la madre- ejercen la autoridad sobre sus hijos aún no emancipados. Es decir, un país que está más cerca del lugar del hijo que del padre.

A poblar la Argentina

“Hagamos patria”, suele afirmarse con convicción cuando se está frente a un desafío complejo, generalmente de índole social o colectivo, como poblar una zona inhóspita o participar de una cruzada solidaria. O “por amor a la patria”, en un sentido similar, aunque en los últimos años fue derivando hacia un uso más cotidiano y a veces hasta humorístico.

Es así que no todos pensamos lo mismo cuando decimos “¡viva la patria!”. Millones de argentinos desparramados por todo el país gritaron ¡viva la patria! en el primer minuto del 9 de julio pasado. Y aún cuando cada uno glorificaba a una patria distinta, a su propia patria interior, en este acto de enorme simbolismo quizás está el camino hacia la verdadera patria, hacia una patria que recobre su sentido original: que incluya a todos los argentinos de una vez por todas.

De pueblos y emociones

Pocas veces se vio a tanta gente volcada a las calles de forma espontánea como la noche del 8 de julio y la madrugada del 9 en Tucumán. Unos hablan de 80.000 personas, otros de más de 200.000. Difícil saberlo porque todo el centro estaba colapsado. A cuatro cuadras de la Casa Histórica ya era imposible llegar.

Familias enteras con niños en brazos vestidas de Argentina, sin banderas políticas ni identificaciones divisionistas de ningún tipo. Cientos de hombres y mujeres con lágrimas en los ojos a la hora de cantar el himno. Emoción que eriza la piel y que vaya uno a saber de qué fibra íntima proviene. En esa emoción hay patria. En ese pueblo unido y emocionado, diferente al pueblo dividido del desfile, hay una semilla latente de una nación grande y progresista que no termina de germinar.

En ese pueblo, en tanto pueblo entendido como un colectivo con valores más elevados que un simple partido político, en ese pueblo que no es de Macri ni Cristina, en ese pueblo que no es negro ni gorila, hay una esperanza.

En ese pueblo está la patria que soñaron y soñamos y que pese a todo lo que hicimos y hacemos para aniquilarla sigue viva. Como viva la patria.

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