El bicentenario de un crimen

El bicentenario de un crimen

El 7 de julio de 1816, los realistas mataron por la espalda al cura guerrillero tucumano Ildefonso de las Muñecas.

- ILDEFONSO DE LAS MUÑECAS. Única imagen que se conserva del famoso líder de la “guerra de las republiquetas” en el Alto Perú.- - ILDEFONSO DE LAS MUÑECAS. Única imagen que se conserva del famoso líder de la “guerra de las republiquetas” en el Alto Perú.-
El 7 de julio de 1816, dos días antes de que en San Miguel de Tucumán se declarara la Independencia, el tucumano Ildefonso de las Muñecas era ultimado por la espalda, en las soledades altoperuanas. Lo mató un milico del pelotón realista que lo llevaba prisionero. Así terminó la vida de este sacerdote combatiente que, como líder de la “guerra de las republiquetas”, se había jugado por la liberación americana desde la hora inicial.

Nadie le hubiera supuesto ese destino cuando nació, en 1776 ó 1778, en el acaudalado hogar del español Juan José de las Muñecas y la tucumana Elena de Alurralde. Tenía un hermano varón, Juan Manuel, y una mujer, Ángela. Perdió al padre cuando tenía siete años, y doña Elena volvió a casarse con otro español, don José Ignacio de Garmendia, con quien tuvo siete hijos más.

Instruido en las primeras letras en Tucumán, pasó casi niño a seguir la carrera sacerdotal en Córdoba. Se doctoró en Teoogía en 1798, con un breve grupo donde estaban Miguel Calixto del Corro, futuro congresal de Tucumán, y Vicente Mena, quien sería capellán del Ejército del Norte.

Cura del Cusco  
    
No hay referencias precisas de los años inmediatamente posteriores. Los biógrafos como Carlos Gelly y Obes, afirman que Muñecas recorrió varias provincias del Virreinato del Río de la Plata, y que luego se embarcó a España, para regresar finalmente al natal Tucumán. Su casa estaba en la calle que hoy lleva su nombre. Se dedicó entonces a recoger limosnas para edificar un templo del Señor de la Paciencia. Quería reemplazar con un edificio digno la ermita de esa devoción, que existía en el amplio terreno -tantos años sede de El Buen Pastor- de las actuales Mendoza y Salta.

Cierto día, el presidente de la Audiencia de Charcas pasó por Tucumán rumbo a Lima. Favorablemente impresionado por el joven sacerdote Muñecas, lo invitó a acompañarlo, y este aceptó. Poco tiempo estuvo en Lima, Su salud se resentía en ese clima y emprendió la vuelta. Pero al pasar por el Cusco, la jerarquía eclesiástica peruana lo nombró cura párroco de esa Catedral.

El patriota

Pronto compartió el brote revolucionario que germinaba velozmente en América, y que se expresó, en 1809, en el levantamiento de La Paz, reprimido a sangre y fuego por los realistas. Así, Muñecas empezó a participar activamente en reuniones secretas de los conspiradores cusqueños: su casa, así como la del patriota Agustín Chacón y Becerra, eran los sitios donde se congregaban por las noches, alternándolos para no despertar sospechas del gobierno.

Monseñor José Pérez y Armendáriz, el obispo de quien dependía, no le obstaculizaba esas actividades.

Se carteaba con compatriotas de las flamantes Provincias Unidas. “Hay que terminar con esta esclavizante situación de vasallos de Fernando VII”, escribía al doctor Juan José Gorriti en julio de 1810, en una de las pocas misivas particulares que se conservan con su firma.

El 3 de agosto de 1814, estallaba la revolución en el Cusco. Los alzados pusieron en prisión al presidente y a los oidores de la Real Audiencia, y colocaron al frente del gobierno al brigadier Mateo García Pumaccahua, cacique de Cincheros y caudillo de los indígenas.

La guerra

Para profundizar el movimiento, resolvieron además enviar tres expediciones, destinadas a cortar las comunicaciones del futuro virrey, general Joaquín de la Pezuela y ponerlo entre dos fuegos: los alzados, por un lado, y por otro el Ejército del Norte, que avanzaba al mando del general José Rondeau.

El doctor Muñecas, como capellán, cabalgaba junto al coronel José Pinelo, lugarteniente de García Pumaccahua, en el contingente que ocupó Puno, el 29 de agosto, y que logró de llegada sublevar a la guarnición. Siguieron al Desaguadero, donde se les entregó la tropa con todo su armamento y artillería. Así, arribaron a La Paz.

La resistencia que opuso su intendente, el sanguinario marqués de Valde Hoyos, fue rápidamente superada por las fuerzas de Pinelo. En el combate, el 24 de setiembre de 1814, actuaba del lado realista –obligado por sus jefes- Juan Manuel de las Muñecas. Terminó tomado prisionero y condenado a muerte por Pinelo, pero salvó la vida gracias a su hermano.

Jornada de sangre

Cuatro días después del victorioso ataque a La Paz, el estallido accidental de unos proyectiles derivó en una tremenda explosión, que abatió el cuartel y varios edificios vecinos. Alguien atribuyó el suceso a los realistas derrotados, y el pueblo se volvió contra ellos en una horripilante jornada de matanza sin control.

Valde Hoyos fue arrojado por el balcón del Cabildo y su cadáver terminó arrastrado por las calles. Fue ultimado salvajemente también su segundo, el brigadier Jorge Ballivián. En medio de tan caótico desenfreno, con el crucifijo en alto, el doctor Muñecas trataba de contener a la turba enfurecida. Logró salvar así a medio centenar de padres de familia, que se refugiaron detrás de su persona, y a los que pudo llevar a lugar seguro junto con su hermano Juan Manuel.

Pezuela destacó al general Juan Ramírez para que reprimiera el movimiento. Al saber su avance, Pinelo y sus milicias evacuaron La Paz, mientras Muñecas era enviado a la provincia de Yungas en busca de refuerzos. Pero Ramírez los atacó y los derrotó el 2 de noviembre, en Achocalla, y luego en Puno y en Arequipa.

Pesadilla de realistas

Junto a Pinelo, estuvo Muñecas en la decisiva acción de Humachiri, el 11 de marzo de 1815, tremendo revés para los patriotas altoperuanos. Allí, los 30.000 hombres de Pinelo, armados sólo 800 de ellos con fusiles y el resto con armas blancas y palos, fueron batidos por los 1300 soldados de Ramírez. Este ejecutó sin contemplaciones a los principales cabecillas. Pero Muñecas había logrado escaparse a la provincia de Puno. Su fogosa oratoria levantó en armas al partido de Larecaja, y pasó a ser la pesadilla de los realistas. Sus guerrillas los atacaban con “la emboscada o la sorpresa, utilizando la fragosa sierra o la selva enmarañada”, a la vez que mantenía activa comunicación con los patriotas argentinos.

Sembraba por toda la región los panfletos antirrealistas, y remitía a los generales Rondeau y Álvarez de Arenales detallados partes de sus encuentros. El general Balcarce expresó que Muñecas obstaculizaba las reclutas de Pezuela, y que había logrado contener “muchas partidas superiores en armamento”, esto además de “preparar un camino ventajoso a nuestras armas”.

Derrota final

Años después, en su proclama “a los indios naturales del Perú”, de 1820, el general José de San Martín los exhortaría a luchar por la libertad, como dignos “compatriotas y descendientes” de Manco Capac, de Tupac Amaru y de otros grandes peruanos, y como “feligreses del doctor Muñecas”. El tucumano estaba conectado con los caudillos Monroy, Carrera y Carrión, cuyas vidas fueron terminando trágicamente.

Empezaba 1816 cuando Muñecas venció una partida de 400 hombres que lo había perseguido hasta el lago Titicaca. Se hizo fuerte en una de sus márgenes, como lo comunicó al general Rondeau. Pero los realistas se habían propuesto terminar definitivamente con Muñecas, cuya acción constituía ya un grave peligro para ellos en los departamentos de Puno y de La Paz.

Dos columnas, al mando respectivo del coronel Gamarra y del comandante Aveleyra, partieron en su búsqueda. Lo alcanzaron en la cordillera de Cololó, donde lo vencieron completamente, el 27 de febrero de 1816. Fueron tomados allí 100 prisioneros mestizos, que constituían el “batallón sagrado” de Muñecas, además de degollar a sus oficiales.

Traición y muerte

Entre el estrépito de la derrota, logró huir el indomable tucumano. Llegó hasta las quebradas del valle de Larecaja, donde se escondió en una cueva. Creía contar con la fidelidad de los indios; pero uno de ellos, Manuel González, lo entregó a los realistas por 500 pesos. Cargado de cadenas, lo enviaron a Lima: el Consejo de Indias había resuelto separarlo de su ministerio y someterlo a juicio.

El 7 de julio de 1816, en un recodo del camino de Tihuanaco a Huaqui, mientras cabalgaba leyendo su breviario, lo mataron por la espalda. El peruano Lorenzo Vidaurre escribió que Muñecas, “al saber que lo iban a asesinar, suplicó que se le diese tiempo para hacer un acto de contrición”, lo que no le fue concedido. Acaso por esa causa leía su breviario.

Las versiones

Por otra parte, se decía que su asesino era hermano del entregador González; que este tenía órdenes superiores de terminar con Muñecas, y que le dieron como premio por su crimen “una charretera refulgente”. De todos modos, en el parte oficial, Pezuela sugería que la muerte del tucumano fue un accidente. “La divina providencia, por un efecto de sus inescrutables juicios, frustró mis designios sobre la suerte de aquel sanguinario sacerdote”, escribió.

“Ora perseguido, ora persiguiendo, casi siempre contrariado por la suerte, no pocas veces vendido por la traición, Muñecas dio larga tarea a los enemigos de la Independencia”, sintetiza José Domingo Cortés. Los restos del doctor Ildefonso de las Muñecas yacen en la capilla de Huaqui y un departamento de Bolivia lleva su nombre.

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