Comercializaban drogas a una cuadra de la seccional 13

Comercializaban drogas a una cuadra de la seccional 13

La Policía Federal secuestró más de un kilo de cocaína y detuvo a cuatro personas. Clamor por un centro para adictos. Vecinos denunciaron que policías cobraban coimas a los responsables del quiosco.

CUSTODIADOS. Los efectivos de la Federal custodian a tres de los cuatro detenidos por venta de drogas. la gaceta / foto de jorge olmos sgrosso CUSTODIADOS. Los efectivos de la Federal custodian a tres de los cuatro detenidos por venta de drogas. la gaceta / foto de jorge olmos sgrosso
10 Junio 2016
Gritos y corridas de niños y madres desesperadas. Papeles glasé, que utilizan para armar y entregar la droga que comercializan, tirados en algunos rincones a la par de la vía. Un helicóptero rodeando la manzana y los móviles de la División Antidrogas de la Policía Federal cubriendo la esquina de Magallanes y Bernabé Aráoz. Ese fue el escenario donde se vivió el operativo para detener a banda encargada de estirar y vender drogas, a una cuadra de la seccional 13.

“Viene el móvil de la comisaría 13, cobra y se va. Un tal ‘Cebolla’ es el oficial que anda en la ‘lancha’ y que me dice que me van a cortar la cabeza si hablo. Así que, si no tengo plata, me voy en cana seguro. Los que tienen la moneda, entran pagan y salen”, declaró Fernando Juárez, un vecino de la zona que sabe muy bien cómo es el movimiento de los estupefacientes que circulan por el barrio Presidente Perón.

Policías de la División Antidrogas, formada en enero e inaugurada por la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, detallaron que en el allanamiento encontraron: una caja fuerte con un kilo de cocaína, una licuadora con restos de esa sustancia, otra caja con papel glasé para el armado del producto, y un total de 470 ravioles, preparados para la venta. Además, un arma calibre 22 con cuatro cartuchos dentro. “La organización está desbaratada y atrapada”, aseguró el subcomisario Jorge Alberto Luján, encargado del operativo.

Una balanza digital, siete ralladores y una máquina para rallar en forma automática fueron los elementos incautados que dieron cuenta de que se trataba de un lugar donde se produce el estiramiento de drogas.

Casi al final del operativo aparecieron las voces desesperanzadas, cansadas y angustiadas, pero sin miedo.

“Todas las noches de mi vida vengo a sacarlo de acá a mi hijo. Si lo encadeno me meten presa a mí. Ellos no dejan de venderles droga y los están matando. Lo hacen con niños de 8 y 10 años”, aseguró Miriam Salguero en una charla con LA GACETA.

Además, aseguró haber hablado con algunos funcionarios de Gobierno, como la ministra de Salud Rossana Chahla o Gustavo Vigliocco (Siprosa), para pedirles ayuda respecto de la rehabilitación de sus hijos. “No hay un lugar donde los chicos vayan. Me dicen que depende de la voluntad de mi hijo. ¿Cómo puede ser que piensen que a los 14 años él va a decidir dejar la droga? Rogamos ayuda. Díganme, ¿con quién más tenemos que hablar? Por favor, ¿a dónde vamos a golpear las manos?”, se preguntó Salguero.

Quien se sumó al pedido de ayuda fue Lucía Herrera: “tengo a mi hijo perdido en la droga hace dos años. Cada vez que lo veo pasar por aquí me doy cuenta que son unos zombis. Acá está el distribuidor más grande”, afirmó. Y agregó: “se realizaron todas las denuncias. A una cuadra de la comisaría. Cuando dije que iba a quemar ese rancherío me amenazó con que yo iba a ir presa”.

Alejandra Barraza es otra madre que no tiene miedo. Ella afirma que si le hacen algo, sabe quiénes podrían ser. No le importa mostrar su cara o decir su nombre y arriesgarse por sus hijos. Ella reclama ayuda, porque no tiene nada en su casa; su hijo le robó todo para poder conseguir “paco”.

“No tengo nada en mi casa. Nada. Empeñan todo y lo traen acá, para amanecer drogados al otro día. La Policía lo único que hace es coimear a la gente que tiene más poder y más plata, pero no saben que hay un Dios que tiene más poder que ellos y que sabe todo lo que hacen”, expresó Barraza mientras sollozaba de la impotencia.

Cada una de ellas dio su nombre y mostró su cara. Ninguna tuvo miedo. Aunque anunciaron que la noche se acerca y sus casas, sus familiares y ellas mismas corren peligro, por haber denunciado la preocupación como madres de que sus hijos terminen muertos por consumir droga, por pedir un lugar para rehabilitarlos y por no sentirse seguras a una cuadra de la seccional 13.

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