Fiebre amarilla
Los políticos tienen esa habilidad para adaptarse, rápidamente, a los cambios. No hay excepciones. En mayor o en menor medida, todos tienen ese dote camaleónico de modificar el color según la circunstancia, sin perder el original. Más temprano que tarde eso les sirve para reubicarse en el mapa político argentino, un verdadero arco iris.

Los aliados de antes son los rivales de mañana. Los padrinos políticos de ayer pueden llegar a ser los escollos de mañana en ese eterno sueño de la dirigencia de mantenerse en el poder, indefinidamente. Mauricio Macri sabe que no baila con la más fácil en la Argentina. Juan Manzur está seguro que puede mantener el barco a flote por un tiempo más, a la espera de que la economía del país se encarrile. Luego, el tiempo dirá.

Macri observa desde su ventanal que su antecesora no pasa por el mejor de sus días, por más que baile en el balcón de un quinto piso de un departamento en la porteña Recoleta. Manzur suele reunirse con su antecesor, José Alperovich, pero los encuentros ya no son tan amistosos como antes. El actual gobernador no dice nada; tampoco es demostrativo respecto del enfriamiento de las relaciones con su padrino político. Alperovich realiza visitas como en sus tiempos de gobernador en distintos puntos de la provincia, una estrategia que incomoda a Manzur, en su afán de sostenerse en la vidriera electoral. El actual titular del Ejecutivo ha optado por mirar más a la Casa Rosada que bajar a “pelearle la cancha” a su antecesor en el cargo.

A Juan Manzur le ha atacado la “fiebre amarilla”, la de su cercanía a la dirigencia del PRO. “No dejé de ser opositor, pero es necesario llevarse bien con la conducción nacional porque eso dependerá el futuro de Tucumán”, dice públicamente. En su interior, la música es otra. Un mayor contacto con Mauricio Macri le sirve para olvidarse de su pasado kirchnerista, del que prefiere no hablar, del que opta por distanciarse.

Manzur no ha visitado a la ex presidenta de la Nación que lo tuvo como su ministro de Salud Pública. En cambio sí tiene previsto ir el jueves, por la tarde, a tomar mates con Macri en Balcarce 50, el viejo edificio donde se toman las decisiones de poder. El gobernador acompañará al arzobispo de Tucumán, monseñor Alfredo Zecca, que invitará formalmente al Presidente a que asista a los actos del Encuentro Eucarístico Nacional que se hará en la provincia, en el marco de los festejos del Bicentenario de la Independencia.

La invasión amarilla continuará esta semana. El jueves por la noche llegará a esta ciudad la vicepresidenta de la Nación, Gabriela Michetti. Al día siguiente, la compañera de fórmula de Macri tiene agendada una visita a Manzur. Uno de los temas que se abordarían en esa cumbre está relacionada con la posibilidad de que el Congreso Nacional sesione, por primera vez, fuera de su recinto habitual, en Tucumán en un día de julio a confirmar. Al mismo tiempo, otros dos escuderos de Macri llegarán el viernes a la provincia: el jefe de Gabinete Marcos Peña y el secretario general de la Presidencia, Fernando De Andreis. Es posible que ambos anuncien también formalmente de qué manera el Gobierno nacional contribuirá para las celebraciones del Bicentenario. De a poco, la camiseta naranja que supo lucir hasta el año pasado Manzur se torna amarilla. “No voy a dejar el peronismo”, dice el gobernador. Tal vez no le haga falta para convertirse en otra pata justicialista del macrismo. Cuestión de tiempo.

Manzur es pragmático, afirman los macristas. Hay quienes lo llaman el “pequeño Miranda ilustrado”, por su forma sindical de moverse en terreno político pantanoso. No va al choque; trata de negociar todo; delega cuando es necesario y se hace el desentendido cuando una brasa se le acerca. Julio Miranda tenía muchas de esas habilidades de gremialista de la vieja escuela, pero no el título de médico sanitarista. En política, la viveza es un capital que cotiza.

Manzur visita la Rosada, pero no pierde de vista el contacto con sus compañeros del conurbano bonaerense. Cada vez que viaja a Buenos Aires suele tener reuniones con la dirigencia del mayor territorio electoral de la Argentina; también con los empresarios radicados en esa zona. Uno de ellos mantiene firme su idea de “resolverle un problema” que puede estallar en cualquier momento: la frágil situación financiera del ingenio San Juan. El gobernador no quiere que haya conflictos socioeconómicos antes del 9 de julio. Cree que en un plazo de dos semanas puede resolverse el futuro del establecimiento azucarero.

A menos de tres meses para los 200 años de la Declaración de la Independencia, no se percibe el clima festivo esperado para semejante celebración. En esta, los políticos no estuvieron a la altura de las circunstancias. Tal vez la invasión amarilla termine de unir aquello que el sentido común no pudo, que todos tiren del carro porque es la fiesta de la patria toda.

Los tiempos se aceleran. En un plazo de 20 días puede que el Gobierno nacional cierre con las provincias el acuerdo para devolver parte del 15% de la coparticipación retenida para atender las obligaciones de la seguridad social. El pacto sigue siendo el mismo: abonar este año un 3% de aquel porcentual y acordar la entrega de un monto equivalente a otro 3% (en el caso tucumano serían $ 600 millones) en instrumentos financieros negociables. Hay distritos que necesitan con urgencia que le anticipen esa deuda para poder encarrilar la situación fiscal. Chaco se sumó ayer como el décimo distrito en pedirle un salvavidas financiero al Gobierno nacional. En lo que va del año, Macri ya anticipó fondos por $ 11.000 millones para que esa decena de gobernadores pueda pagar los salarios a los estatales. No es el caso de Tucumán que, tras el viaje de Manzur a Bahamas, ve más cerca el crédito del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para encarar obras de infraestructura. Lo que sí pudo confirmar el gobernador en Nassau es que el 9 de julio no vendrá el presidente del BID, Luis Moreno, que le anunció que ese organismo organizará una misión a Tucumán para agosto o septiembre. Puede que hasta entonces Manzur no modifique su color político, sino que siga tonalizándolo.

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