Tránsito lento
Durante tres meses de 2015, entre marzo y mayo, estuvieron cortadas al tránsito vehicular las cuadras de Maipú al 100 y al 200. La Municipalidad decidió jerarquizar la peatonal Mendoza y aprovechó para mejorar el sistema de desagüe pluvial del microcentro. En esos tres meses, los peatones fueron dueños de las dos cuadras de la Maipú, convertida a la fuerza en peatonal en una ciudad que por momentos parece a punto de estallar.

Las dos primeras semanas, el caos se hacía sentir con estrepitosos insultos de taxistas al borde del ataque de nervios, que al llegar a la esquina de Maipú y Córdoba se topaban con una muralla de agentes de la Dirección de Tránsito. Todavía hacía calor y los automovilistas se prendían fuego. “Recalculando”, como diría la española de los GPS. Los conductores estaban obligados a recalcular su ruta, en una cachetada a su rutina diaria.

Fueron unos 15 días de enojos, nada más. Después de ese tiempo los conductores lograron entender que no tenía sentido meterse hasta el asfixiado cuello de la botella del microcentro. Entonces buscaron caminos alternativos para llegar a donde tenían que llegar durante los siguientes dos meses y medio que duró la obra debajo de la futura peatonal. Nadie se murió de impaciencia durante ese tiempo y el tránsito en las calles cercanas no fue más caótico de lo que es habitualmente. Ni más, ni menos: igual.

Era una buena oportunidad para implementar lo que todos los urbanistas recomiendan en esta y en todas las ciudades: desalentar la circulación de vehículos particulares en el microcentro y alentar el tránsito peatonal, para que el paseo de compras sea un paseo de compras y no una carrera de obstáculos esquivando autos a punto de treparse a las veredas. Pero no estaba en los planes de la Municipalidad tomar esa decisión a pocos meses de las elecciones. Transformar en peatonales dos calles del microcentro sería una medida antipática para muchos conductores, aún cuando comprueben diariamente que no tiene sentido meterse a los intestinos de una ciudad que funciona con tránsito lento.

También para los estacionamientos de la zona hubiese sido un cambio poco amable y el Gobierno capitalino necesitaba reducir asperezas al máximo, postergar los conflictos y cortar cintas en espacios verdes e iluminados, con jueguitos de colores y alegría indiscutible para todos los vecinos. Había alternativas, como permitir que esos garajes sean de uso exclusivo para clientes mensualizados, pero no había tiempo para pensar soluciones intermedias.

En esos momentos, consultados por este diario, urbanistas y funcionarios (algunos de ellos, los más involucrados en que la ciudad funcione y no tanto en el juego de tronos gubernamental), coincidían en que era una buena oportunidad para ampliar el área peatonal de la capital, porque la prueba de fuego, las dos semanas de furia y posterior acostumbramiento al nuevo recorrido, ya había pasado. “Pero no es algo que esté en nuestros planes todavía... es un tema complicado”.

Y sí, es complicado

Nadie dijo que iba a ser fácil. Ni que los problemas se puedan solucionar o acallar señalando culpas a la siempre pesada herencia de gobiernos anteriores. ¿Cuándo será el momento de pisar el acelerador en estos temas complicados? Los ciudadanos no pueden seguir perdiendo la oportunidad de vivir en un lugar mejor. Ni tampoco pueden darse el lujo de avanzar al calculador y sosegado ritmo de la política.

Este verano se cumplieron dos años de otra promesa incumplida. A fines de 2014 el municipio que conducía Domingo Amaya y que testó en favor de Germán Alfaro había anunciado que en enero de 2015 se implementaría un rotundo plan de reordenamiento del tránsito. Los cambios necesarios no habían surgido de una consulta pública, ni de un concurso de ideas, ni siquiera de las ¡cuatro! universidades locales. Los diagramaron dos empresas privadas, IRV (argentina) y Logit (brasilera), consultoras especializadas en redes viales y transporte. La Municipalidad pagó dinero por ese plan, que estuvo terminado ¡en 2012!

Esas empresas le pusieron el estetoscopio a la ciudad, le diagnosticaron tránsito lento y prescribieron un tratamiento: calles exclusivas para el transporte público (ómnibus y taxis); calles compartidas, pero con sendas exclusivas para cada tipo de vehículo; modificar los recorridos de los colectivos para que sean más directos y, más a largo plazo, establecer corredores únicos para líneas urbanas y otros para líneas interurbanas.

Nada de eso se ha implementado. Ni una de esas recetas ha llegado ni siquiera a la categoría de intento o prueba piloto. Algunos de esos cambios precisan de decisión más que de dinero, porque no implican grandes obras, sino reorganizar. Poner la cabeza, la voluntad y (sobre todo) el coraje político para producir el cambio. De lo único que se jacta la capital es de haber pavimentado calles en los barrios e implementado el pago del boleto con tarjeta magnética, dos pasos que los funcionarios consideran fundamentales para mejorar el servicio de transporte público. Y no mucho más.

Mientras tanto, el reloj que la Municipalidad ha montado en la peatonal hoy marca 149 días en la cuenta regresiva hacia el Bicentenario. La Cuna de la Independencia recibirá el aniversario más importante de los últimos 100 años con autos estacionados en doble fila, ómnibus que no pueden cumplir con los horarios establecidos, taxis que parecen desarmarse con cada nuevo bache y conductores exasperados capaces de invitar a boxear a los policías de la Dirección de Tránsito cuando marcan un error. Es una falta de respeto que ellos mismos supieron conseguir, pero eso es tema de otra larga reflexión. Pero mientras ese reloj avanza a una velocidad torrencial, la ciudad continúa marchando con tránsito lento.

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