La historia detrás del Triple crimen

La historia detrás del Triple crimen

Investigación que retoma actualidad a partir de la fuga de los Lanatta y Schillac. Juan José Fernández.

OPERATIVO. Tras 15 días de intensa búsqueda, la Policía atrapó a los prófugos en Santa Fe; el gobierno ofrecía una recompensa de $ 2 millones. dyn OPERATIVO. Tras 15 días de intensa búsqueda, la Policía atrapó a los prófugos en Santa Fe; el gobierno ofrecía una recompensa de $ 2 millones. dyn
31 Enero 2016

En los últimos días de 2015 y en las primeras dos semanas de enero de este año los argentinos siguieron, como si fuera una novela policial por entregas, la fuga de los hermanos Martín y Christian Lanatta junto a Víctor Schillaci del penal de General Alvear, los avatares de su huída en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, finalizando en una polémica captura en dos tiempos. La fuga reinstaló la acusación contra Aníbal Fernández que había hecho uno de los prófugos en una entrevista de Jorge Lanata emitida en su programa de televisión antes de las elecciones del año pasado y las múltiples conexiones del denominado “Triple crimen” con la política, la mafia de los medicamentos y el narcotráfico mexicano.

La primera edición de este libro se publicó en 2011, tres años después de que los cuerpos de Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina aparecieran en un zanjón de General Rodríguez. Emilia Delfino, periodista de Perfil, y Rodrigo Alegre, de Canal 13, son los autores de un riguroso análisis del perfil de los muertos, los acusados y las tramas que rodearon a los homicidios. El móvil del crimen se relaciona con la incursión de las víctimas en el contrabando de efedrina, precursor de las metanfetaminas que era legal en la Argentina, prohibida en México y buscada por los carteles del narcotráfico. El emprendimiento se convirtió en una “molesta competencia” para quienes controlaban el negocio que derivó en los asesinatos. La investigación policial y el juicio por los crímenes mostraron una red de complicidades que abarcaba organismos públicos que autorizaban la ostensible multiplicación de los volúmenes de importación de la sustancia, agentes policiales que ofrecían protección y vínculos de los protagonistas con la financiación de la campaña presidencial de Cristina Kirchner y la mafia de los medicamentos.

Al crimen le siguieron misteriosos suicidios, la desaparición del supuesto autor intelectual del crimen (Ibar Pérez Corradi), una crisis política ligada a la recaudación de fondos para la política, modificaciones en las políticas oficiales de salud, cambios en el manejo de las obras sociales sindicales. La fuga de los condenados por el Triple crimen mostró a la sociedad que la connivencia entre sectores del narcotráfico, las fuerzas de seguridad y la política llega a niveles insospechados o, al menos, indigeribles para ciudadanos que aspiran a vivir dentro de marcos básicos de seguridad y legalidad.

© LA GACETA

INVESTIGACIÓN - LA EJECUCIÓN

EMILIA DELFINO Y RODRIGO ALEGRE

(Sudamericana - Buenos Aires)

Tres por tres

Fragmento de La ejecución

Por Emilia Delfino y Rodrigo Alegre

Últimas horas: 7 de agosto de 2008.

La cocaína, que de repente le apareció tan amarga, invadió la boca de Sebastián Forza. Con la fuerza de una muerte violenta que llegaría en poco tiempo, atravesó la garganta. Uno de los verdugos lo había obligado a tragarla a la fuerza, como un mensaje encriptado de que podía someterlo a lo que quisiera. Los tres estaban con vida. aún. Nunca debían haber aceptado esa invitación a pasar a esa habitación fría y ajena. Damián Ferrón y Leopoldo Bina se habían resistido hasta el final. Golpeados, tajeados, reducidos a muñecos de trapo, ambos habían pagado con saña la resistencia inicial. El piso duro y frío había recibido sus cabezas con intensidad y perseverancia, una y otra vez. Las caras hinchadas y el mareo por los golpes les provocaban una sensación de huida. A Forza todavía no le habían tocado un pelo.

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De rodillas, con las manos sobre la espalda y los precintos cortándoles el paso de la sangre en las muñecas, se entregaban a lo inevitable. Veían la pared y la vida les pasaba por delante, abandonándolos sin culpas. Se acercaba el turno de Ferrón, el primero que dejaría la agonía.

El ejecutor experto tomó la pistola Tanfoglio que le había quitado a Forza. Apreció el arma italiana, calibre 40, y buscó la mejor posición a espaldas de los tres jóvenes. Ferrón lo vio alejarse de reojo. El ejecutor prefería no mirarlos a la cara. Había sentenciado que morirían como perros sin dueño.

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Caminó con tranquilidad, rodeándolos. Miró a Ferrón y sintió que le despertaba una incipiente culpa. “Pobre pelotudo”, pensó. “Tiene cara de buen tipo”. La orden era dejar a Forza con vida hasta el último momento. Prefirió que ese hombre que le generaba una tímida compasión fuera el primero en morir. Damián sintió una sobra invisible posarse sobre su espalda. Sintió el frío y el calor suave de los besos de Mariela, las palmas de su hija acariciándolo, el abrazo de su hermano, la comida y el amor de su madre intentaron regresar a rescatarlo. La sombra se detuvo por completo, tan cerca como para fusilarlo y lo suficientemente distanciado como acostumbra un profesional. Ferrón ya se había percatado de todo. EL tirador alzó una brazo a la altura de la cabeza de su blanco y, sin dar más vueltas, disparó dos tiros. Le voló la tapa de lso sesos. El medio cuerpo de Ferrón se desplomó, la cara golpeada rebotó contra el piso y quedó rendido e inmóvil. Forza y Bina se sobresaltaron. Podían ver los pedazos de cerebro escurriéndose sobre la sangre a través de la grieta en el cráneo.

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