La magia de la Nochebuena transformó la soledad en amistad y alegría, en la plaza Independencia

La magia de la Nochebuena transformó la soledad en amistad y alegría, en la plaza Independencia

Al principio, la fiesta era para “los sin techo”, pero fue todo el mundo. La comida sobró y se entregó a los más pobres

TODOS TENIAN UN LUGAR. El rico y el pobre se sentaron a la mesa, comieron y disfrutaron de la fiesta. TODOS TENIAN UN LUGAR. El rico y el pobre se sentaron a la mesa, comieron y disfrutaron de la fiesta.
Faltaba apenas una hora para que sean las 12. La plaza Independencia lucía como un gran salón de fiesta a cielo abierto. Una hilera de 25 tablones con manteles y centros de mesa artesanales se extendía casi de esquina a esquina, frente a la Casa de Gobierno, con su mega Árbol de Navidad. No había lugar para un plato más. El menú, variadísimo. Y los solitarios, los aburridos, “los sin techo”, los artesanos, los aventureros, los chicos de la calle, los curiosos, los solidarios ... todos, ya estaban sentados disfrutando de “Una Nochebuena diferente”, la convocatoria ciudadana que se hizo anoche por primera vez en Tucumán.

Aunque sólo faltaba una hora para el brindis, Nadia Escobar apostó a encontrar más mendigos en las calles para invitarlos a la gran fiesta de la plaza. Esa era su misión en la movida que se armó en pocos días, por WhatsAap. La camioneta que conducía otro voluntario que conoció en ese momento se paró en Sarmiento y Suipacha. Los dos jóvenes bajaron y se acercaron a Pedro, que dormía acurrucado en una silla de plástico. “¡Eh! ¡Despierte!”, lo zamarrearon un poco. Pero Pedro seguía dormido.

Ya eran las 23.30. Las empanadas y las pizzas (donadas por distintas familias) llegaban calentitas desde el patio de la Catedral, donde se habían colocado tres hornos pizzeros. La música tronaba y muchos ya se habían puesto a bailar frente al pesebre de la plaza. Las donaciones no paraban. Seguían llegando familias vestidas de fiesta, apresuradas, para dejar bolsas con regalos para cualquiera (panes dulces, sandwiches y gaseosas o sidras (sólo para el brindis final) y llegar antes de las 12 a sus propias fiestas familiares.

Pedro seguía sin entender de qué se trataba todo aquello. ¿A él lo venían a buscar para una fiesta? Quizás pensó: “¡seré linyera pero no estoy loco!”. Nadia y el otro chico al que ella nunca le preguntó el nombre, lo apuraban. ¡Le rogaban que se levantara! ¡Sólo debía aceptar y subir a la camioneta! Pero Pedro, en medio de su confusión, explicaba: “yo no puedo irme y dejar esta silla sola, que me han prestado, porque me la van a robar”. Ahora eran Nadia y el otro chico los que no comprendían.

En la plaza, la Nochebuena había derribado las barreras. Una señora de barrio Norte compartía la mesa con vecinos de Alberdi Norte y del ex Aeropuerto. El arzobispo Alfredo Zecca conversaba animadamente con Mario E., un paciente bipolar que perdió a su esposa a causa de su enfermedad y que esperaba pasar la Nochebuena en soledad hasta que se enteró de la fiesta. Un poco más allá estaban Los Brizuela, un grupo folclórico familiar, que decidió compartir la noche con los demás y regalar un espectáculo gratuito.

Casi 150 personas estaban ya sentadas a la mesa, mientras Pedro seguía sin entender a qué fiesta lo invitaban. “Como ya casi eran las 12, decidimos bajar de la camioneta la comida que nos habían donado y compartirla con Pedro”, contó Nadia emocionada.

Silvina Terán, Daiana del Campo y Francisco Díaz Vázquez, los organizadores, nunca imaginaron que la convocatoria por Whatsaap tendría tanta respuesta. Después del brindis de las 12 llegó más gente y se largó el baile. Los organizadores creen que había 300 personas en distintos momentos. Lo cierto es que la fiesta no paró hasta las 7, cuando unos 70 voluntarios despidieron a los invitados con un paquete de comida y regalos a cada uno.

A Nadia y al otro chico la medianoche los pilló lejos. Sólo cuando Pedro vio los fuegos artificiales en el cielo se dio cuenta de que era Navidad. Abrió grande sus ojos ancianos y lloró como un niño. Los tres se abrazaron fuerte y sollozaron, sentados en el cordón de la vereda de la Sarmiento y Suipacha.

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