Las grandes potencias deberían definir una estrategia común

Las grandes potencias deberían definir una estrategia común

Patricia Kreibohm, magister en Relaciones Internacionales.

24 Noviembre 2015
Como sabemos, un sector fundamentalista suní, denominado ISIS, (o Daesh por sus siglas en árabe) creó, el 29 de junio de 2014, el Estado Islámico y decretó el establecimiento del Califato. Una estructura política que pretende restaurar el antiguo Imperio Árabe, que dominó vastas regiones de Asia, África y Europa entre los siglos VII y X.

En primer lugar, una aclaración. Afirmar que Daesh es un grupo terrorista, sería una simplificación y, sobre todo, un error. Esto por dos razones fundamentales: la primera es que las organizaciones terroristas nunca combaten; por el contrario, siempre buscan alcanzar sus objetivos triangulando la agresión mediante el ataque a víctimas inocentes, desprevenidas y vulnerables. Si bien es cierto que Daesh aplica esta estrategia, lo hace sólo contra Occidente pues, en la región que actualmente ocupa, sus milicias -convertidas ya en un ejército- sí combaten militarmente contra sus enemigos. En segundo término, los grupos terroristas no buscan dominar territorios. De hecho, buena parte de su fortaleza se encuentra en su “invisibilidad”. Evidentemente, este no es el caso de EI que, en la actualidad, controla aproximadamente el 50% del territorio sirio y el 30% del iraquí.

En otras palabras, Daesh es mucho más que un grupo terrorista; es una poderosa organización armada que emplea distintas estrategias de acuerdo a sus intereses y a los escenarios en los que actúa.

Ahora bien, si nos concentramos en el análisis de los atentados del viernes 13, en Francia, hay tres rasgos que parece adecuado destacar.

a) Para muchos especialistas, la acción terrorista es un acto de comunicación que debe ser interpretado como un mensaje, una advertencia o un castigo. En este sentido -y como ya se ha mencionado en un artículo anterior- la estrategia terrorista potencia sus efectos incrementando la innovación, la crueldad y el número de víctimas. Los atentados de París cumplieron acabadamente con esta lógica. De hecho, los activistas no dudaron en profundizar la brutalidad y la crudeza de sus actos; actos que ejecutaron sin escrúpulos ni remordimientos. La matanza del Bataclan, es su prueba más concreta. “Nos están matando uno a uno; como a pájaros. Esto es una carnicería” expresaba uno de los rehenes. ¿Cuál es aquí el mensaje? Estamos dispuestos a todo; incluso a sacrificar nuestras propias vidas, porque este es el castigo que se merecen ustedes, nuestros enemigos.

b) Se sostiene también que el atentado terrorista tiene una profunda impronta simbólica. En el caso del 11-S, esto se verificó por los lugares que se eligieron como blanco. Desde nuestra perspectiva, en París, lo emblemático fue el sector de la sociedad a la que se atacó: población joven, cosmopolita y progresista que se reúne normalmente en la margen izquierda del Sena; gente que cree en la igualdad, en la multiculturalidad y en la armoniosa convivencia con el “otro”. ¿El mensaje? Esta convivencia equilibrada, fructífera y amigable, no es real; no existe ni existirá. La integración entre europeos y árabes es una falsedad; una ficción espuria; una ilusión absurda. La integración nunca va a alcanzarse porque, en realidad, los unos son los enemigos de los otros y jamás podrán coexistir en paz.

c) Finalmente, y en este sentido: las acciones del viernes son un castigo; pero no sólo un castigo para Francia y los franceses autóctonos. También pretenden ser un escarmiento contra los musulmanes y los árabes que eligieron vivir en un mundo al que ellos -los fundamentalistas- identifican como idólatra y perjuro; un mundo que traiciona y reniega de lo que ellos consideran los principios y las normas del Islam. De hecho, para estos fanáticos, los musulmanes que emigraron a Occidente son traidores, apóstatas y sacrílegos que sólo merecen la muerte.

Algunas reflexiones

A pesar de las declaraciones de las autoridades francesas y de muchos ciudadanos de a pie que afirman su voluntad y su vocación de no renunciar a su estilo de vida, a sus valores y a sus principios, parece importante plantear algunos interrogantes:

¿Cómo habrán de sostenerse dichos valores y principios bajo el acecho del miedo, de la angustia, de la repugnancia y de la incertidumbre colectiva? ¿Cómo evitar el resentimiento, la angustia y la ira de quienes perdieron a sus seres más queridos en estos ataques? ¿Cómo impedir, de ahora en adelante el incremento de los sentimientos xenófobos y discriminatorios? ¿Cómo reconstruir los lazos de la convivencia y superar las heridas y las desconfianzas?

Y aún más polémico: desde hace años, Europa ha proclamado su adhesión a una identidad fundada en la tolerancia, la integración multiétnica y cultural y, sobre todo, a la promoción y la defensa de los derechos humanos. Dentro de Europa, Francia ha sido uno de sus grandes estandartes. Ha sido el país que ha acogido a los exiliados, a los perseguidos, a los diferentes, a los que buscaban -a toda costa- la libertad.

¿Podrá La France, a partir de ahora, sostener esta posición? ¿Será capaz de mantener el equilibrio entre sus convicciones y sus acciones?

Matar o morir

Daesh ha elegido jugar un juego de Suma Cero. Un juego que supone matar o morir. Frente a esa ecuación, es imperioso que Occidente deje de cometer errores. Es prioritario que evalúe sus capacidades y sus acciones, que mida sus posibilidades a fin de potenciar sus fuerzas y que busque las vías más eficaces que le permitan seguir siendo lo que es.

Daesh no sólo es el enemigo de Europa; también lo es de Rusia y de China. Sin embargo, no ha habido hasta ahora, un acuerdo entre las grandes potencias para enfrentar este desafío. Esperemos que se alcance; al menos, debería ser así.

Finalmente: los países de Medio Oriente también tienen un papel fundamental en este conflicto; al igual que los buenos musulmanes del mundo, golpeados injustamente de un lado y de otro. Indudablemente, es tiempo de revisiones, de replanteos y de reflexiones, pero sobre todo, de acción. Es imprescindible desarticular este fenómeno.

Se afirma en el Sagrado Corán: “Por esta razón prescribimos… que quien matara a una persona que no hubiera matado a nadie ni corrompido en la tierra, fuera como si hubiera matado a toda la Humanidad… Y que quien salvara una vida, fuera como si hubiera salvado las vidas de toda la Humanidad. Nuestros enviados vinieron a ellos con las pruebas claras, pero, a pesar de ellas, muchos cometieron excesos en la tierra”.

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