Héroes revolucionarios o mendigos humillados

Héroes revolucionarios o mendigos humillados

Este lunes, el Parlamento de Cataluña aprobó una declaración de la independencia, en un proceso con vistas a romper con España.

Esto ocurrió porque en las elecciones del mes pasado, los partidos pro secesionistas Junts pel Sí y Candidatura de Unidad Popular obtuvieron el 48% de los votos y 72 de las 135 bancas, con lo que forman la nueva mayoría parlamentaria.

Los nueve puntos que contiene la declaración de la independencia fueron aprobados por los 72 diputados independentistas, mientras que los 63 restantes votaron en contra.

España declaró ilegal este proceso y el presidente Mariano Rajoy adelantó que recurrirá al Tribunal Constitucional. Los catalanes advirtieron que no reconocerán cualquier intento de bloqueo desde Madrid y que, en 30 días, iniciarán “el proceso de desconexión democrática” de España.

Entre los principales argumentos de los catalanes en su lucha por la independencia figuran que existen importantes diferencias históricas y culturales con Madrid, que Cataluña nunca alcanzará su máxima plenitud cultural, social ni económica mientras forme parte de España, y que son una nación oprimida desde que fue ocupada por las tropas borbónicas, en 1714.

Situaciones similares hay por decenas en el mundo, de estados, regiones autónomas, reinos o provincias en conflicto con sus respectivos poderes centrales. Algunos llegaron a violentos enfrentamientos armados o guerras, como la misma Cataluña, Irlanda, los Balcanes, en distintos países de África o en Chiapas, México, a mediados de los 90.

En otros, se mantienen negociaciones más pacíficas, institucionales, como el reciente caso de Escocia, que perdió su independencia en 1707, y el año pasado realizó un referéndum para decidir si debía ser o no un estado independiente. Finalmente ganó el no por el 55,3% contra el 44,7% del sí. Esta fue la tercera consulta que hicieron los escoceses: 1979, 1997, y ahora, en 2014.

En un tercer nivel, hay regiones con tensiones por desigualdades, opresiones culturales o económicas, subyugaciones políticas o injusticias de diverso calibre, en estado latente, en una especie de ruptura en estado de hibernación.

Este es el caso que comprende a la mayoría de las divisiones secesionistas del mundo, incluida la Argentina.

A lo largo del tumultuoso Siglo XIX, las regiones y provincias disputaron numerosos enfrentamientos, conocidos como “las guerras civiles argentinas”, que se extendieron desde 1814 hasta 1880.

No viene al caso entrar aquí en detalles, pero el eje de estos choques fue el intento por equilibrar las fuerzas y los recursos nacionales, conocido como federalismo, contra otro movimiento que buscaba conservar el centralismo porteño y la supremacía sobre el resto de las provincias, conocido como unitarismo.

La clave estaba en el puerto de Buenos Aires, desde y hacia donde iba y venía todo el tráfico comercial, cultural y político argentino. Los bonaerenses llegaron, incluso, en tiempos de Juan Manuel de Rosas, a prohibir la libre circulación por los ríos interiores para fortalecer a la Aduana de Buenos Aires.

Esto llevó, como se sabe, al levantamiento del general Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos, que tras formar el Ejército Grande, con colaboración de Brasil, derrocó a Rosas en la célebre batalla de Caseros, en febrero 1852.

Aquí surge una de las grandes contradicciones o paradojas fundacionales de este país. Luego de Caseros, Urquiza impuso una serie de medidas contra el unitarismo portuario y convocó a un Congreso Constituyente con el objetivo de elaborar una carta magna para todo el país.

Aunque ya no estaba Rosas, los intereses de la clase alta porteña seguían siendo los mismos, entonces Bartolomé Mitre y Adolfo Alsina dieron un golpe de Estado, conocido como la “Revolución del 11 de septiembre de 1852”. Buscaban mantener el status quo para seguir imponiendo condiciones políticas a las provincias y conservar la tradicional preeminencia política y económica de la capital.

A partir de allí se dividió la Argentina en dos: por un lado, el Estado de Buenos Aires, que comprendía parte de la actual provincia de Buenos Aires y la Patagonia, compartida con los pueblos originarios del sur, y por otro lado, a la Confederación Argentina, con capital en Paraná, que abarcaba desde el actual centro de Córdoba y norte de Mendoza hasta Jujuy, y desde la cordillera hasta el Litoral, también en convivencia con territorios pertenecientes a pueblos originarios. Esta ruptura duró diez años y lo curioso es que, en esta nación dividida, o en estos “dos países”, es cuando se sancionó la primera Constitución Nacional Argentina, en Santa Fe, en mayo de 1853.

Esta división se terminó tras la Batalla de Pavón (foto), en septiembre de 1861, con el triunfo de las fuerzas porteñas al mando de Mitre, quien dispuso el regreso de Buenos Aires a la Confederación, bajo la tutela y con los términos que el puerto le impusiese al resto de las provincias.

La violencia en el país continuó a lo largo de todo el Siglo XX, con 11 golpes militares, varios levantamientos guerrilleros y cientos de conflictos armados y confrontaciones políticas de alto voltaje. Todos los casos, absolutamente todos, estuvieron atravesados por esta división fundacional, la tensión entre el centralismo porteño y la postergación del interior.

El sojuzgamiento, la desigualdad de fuerzas y la injusta administración y distribución de las riquezas no ha variado mayormente en estos dos siglos.

Argentina tiene 5.000 kilómetros de extensión, como sólo otros seis países con esta longitud en el mundo, pero casi todos los trenes, las principales rutas y más del 90% de los vuelos terminan en el obelisco.

Para ir en avión a Catamarca, un tucumano debe ir primero a Buenos Aires y volver, es decir hacer 2.600 kilómetros, en dos aviones, y perder todo un día para recorrer apenas 200 kilómetros.

La única comunicación que existe entre Salta y Tucumán, las dos ciudades más importantes de todo el norte argentino, con una población similar a la de la Ciudad de Buenos Aires, es una ruta atestada de tránsito pesado y destruida por partes. No hay aviones ni trenes.

Para volar hasta Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, ciudad con importantes relaciones comerciales y culturales con nuestra provincia, un tucumano debe viajar hasta Buenos Aires. Es decir, bajar y volver a subir en total más de 4.000 kilómetros, y volver a pasar por Tucumán, para haber viajado finalmente 1.100 kilómetros.

A las provincias del norte, las más empobrecidas de la nación desde hace 200 años, sin excepción, todo les cuesta el doble, el triple o más, en distancia y tiempo, en fletes, en impuestos.

Es casi una obviedad afirmar que el Pacífico, Chile, Bolivia y Paraguay son las salidas naturales del norte argentino, proyectos que históricamente han sido boicoteados o desanimados por el gobierno central. Las vías de comunicación con esos tres países y con ese océano, que ofrece grandes oportunidades, son escasas y en muchos casos inexistentes o inoperables.

Y ni hablar de la coparticipación de recursos, de las inversiones nacionales y extranjeras, de las relaciones internacionales, o de las posibilidades laborales, de la oferta cultural, académica o deportiva. La brecha entre lo que hay de uno y otro lado de la avenida General Paz es inmensa y se agranda más y más con el paso de los años.

La deuda que mantienen algunas provincias con la Nación es descomunal y eso transforma a los gobernadores en mendigantes subordinados a los humores de la Rosada.

El gobernador salteño, Juan Manuel Urtubey, sorprendió hace un par de días al decir en una entrevista con Alejandro Fantino que “hace ochos años que no nos mandan recursos”. Y no es precisamente un opositor. Su “castigo”, y el de un millón y medio de salteños, se debió a no haberse subordinado a los caprichos emocionales de la presidencia. Luego acotó: “somos herederos de Güemes, no vamos a ir a mendigar allá”.

No hace falta imaginar la suerte que corren aquellos de otro partido o que tienen la osadía de formular alguna crítica en público.

En el norte hubo gobiernos malos, pero también hubo buenos. Y nunca en dos siglos, en el mejor de los casos, la pobreza fue inferior al 30%. Por el contrario, casi siempre rondó el 50% y más en algunas zonas.

Ahora, los dos candidatos presidenciales hablan de que están en juego dos modelos de país, pero en cualquiera de los dos el norte seguirá subordinado a la asfixia porteña, porque todos los relatos son federales, pero las gestiones unitarias. No preanuncian ningún cambio radical ni estructural, sino sólo promesas o amenazas de más o menos asistencialismo.

No vamos a compararnos con Cataluña ni mucho menos, son contextos muy diferentes, pero los argumentos independentistas de los europeos nos hermanan. Tucumán necesita héroes que pongan lo que hay que poner y que exijan un cambio revolucionario en las relaciones con la Rosada o, de lo contrario, empezar a buscar otras alternativas más osadas y creativas.

Este modelo de país, para esta región, es inviable, según lo confirman 200 años de fracasos sociales y políticos. Es una discusión que hay que dar de forma urgente. Si los dirigentes no tiene el coraje de hacerlo o prefieren seguir cuidando sólo su quintita, la sociedad debe exigirlo con firmeza. Está en juego ya no el futuro, sino el presente de la Nación.

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