“Cuando se escribe, se utilizan elementos que uno conoce”

“Cuando se escribe, se utilizan elementos que uno conoce”

El destacado escritor italo-argentino, fallecido la semana pasada, habla en este reportaje, realizado en el pueblo que adoptó para vivir, sobre el origen de algunos de sus libros y acerca de su forma de escribir. También recuerda a su amigo Osvaldo Soriano

15 Noviembre 2015

Por Hernán Carbonel - Para LA GACETA - Salto


- Alguna vez Guillermo Saccomanno dijo que usted escribía su biografía de manera alternada, aleatoria, dentro de su obra; que para reconstruir su vida a través de sus libros habría que reordenar los tiempos en que fueron publicados.

- Sí. Podría verse así, y de muchas otras maneras, supongo. Supongo que depende de la mirada. A mí nunca se me ocurrió tratar de definir lo que escribo y cómo escribo, cuales son las etapas. En realidad, yo supongo que, según la edad del que escribe, va cambiando también la perspectiva, y la mirada y la elección de los temas. La experiencia ayuda mucho a elegir un tema.

- Hablando de Osvaldo Soriano, él fue muy amigo suyo. De hecho, la tapa de Piratas fantasmas y dinosaurios -usted lo cuenta en algún libro- fue una colaboración suya con aquel libro de Salgari.

- Me acuerdo que una persona de Salto, un amigo, en una de mis últimas idas a Salto, hará cinco o seis años, me decía: “Anoche soñé que vos estabas sentado sobre un murito con Osvaldo Soriano, y conversaban, y yo pasaba por ahí y pensaba: como me gustaría estar ahí”.

- Qué lindo sueño.

- Sí. Un poco resume lo que estás contando, eso de la amistad.

- Algo parecido a lo que usted cuenta en El padre y otras historias, que lo imagina a Briante (después de la muerte de Briante) sentado a orillas del río, en una reconstrucción emotiva de la vida.

- Sí, sí. Exactamente. Yo, en ese libro, traté de fijar a esos dos amigos que se habían ido, Osvaldo y Miguel. Son de esos amigos que uno encuentra a los veinte años, y esto fue en realidad en los ‘60, porque esa generación nació ahí. Y en general todos venían de la provincia. Soriano, en ese momento, venía de Tandil; Miguel, de General Belgrano, yo de Salto. Y había muchos más. Pero yo recuerdo a los que nos juntábamos en los bares, y que empezábamos a armar revistas y ese tipo de cosas, todos provincianos. Y otros grupos que se armaban a la par, también, Abelardo Castillo...

- Justamente, de San Pedro. O Haroldo Conti, de Chacabuco.

- Haroldo, claro. Jorge Di Paola, también, de Tandil.

- En la trilogía que tiene a Bosques como protagonista (Siempre es difícil volver a casa, Bosques mismo y Sacrificios en días santos), usted ha dicho que no habla de un pueblo en particular, sino de muchos. Sin embargo, no es difícil advertir rastros de una sola aldea (Salto, en este caso) en esos libros. ¿Cómo hacer para construir un lugar que sea uno y todos a la vez?

- Yo dije repetidamente que Bosques es el resumen de muchos pueblos, y las historias que transcurren en mi Bosques podrían ocurrir en una ciudad o inclusive en otros países, no necesariamente en un lugar en especial. Pero cuando uno escribe, e incluso cuando lee, trata de identificar rasgos. Cuando se escribe, se utilizan elementos que uno conoce. O sea, si yo quiero ubicar una historia en un pueblo, ¿qué pueblo acude a mi imaginación, dónde encuentro rasgos?

- Necesita un lugar conocido.

- Sí, obviamente, un lugar conocido. En este caso, las calles, la plaza, el río, son saltenses. Porque me sirven, porque los conozco. Porque, justamente, cuando uno escribe trata de utilizar elementos que realmente conozca para que resulten verosímiles. De lo contrario, si uno inventa, corre el riesgo de que el lector no le crea.

- Alguna vez usted contó que el argumento de Siempre es difícil volver a casa se le ocurrió en un viaje a Río de Janeiro, leyendo un diario en una playa de Brasil, ¿es efecticamente así?

- No es que se me ocurrió. Sucedió un hecho, estando en Río de Janeiro (yo tendría 20 años, algo así), un robo en un pueblo cercano, y me enteré porque lo leí en un diario de allá. Y era muy extraño el robo, muy curioso por la forma en que habían asaltado el pueblo, lo habían rodeado. Era casi un grupo comando. Y pensé inmediatamente: qué buena historia para una película, para un cuento. Ahí quedó; pasaron los años, y de vez en cuando volvía esta historia, ya modificada en mi cabeza. Tan modificada que, con el paso del tiempo, me olvidé absolutamente de cómo era la anécdota original, la historia original. 

- No recuerda el nombre del pueblo, ¿no?

- Para nada. No recuerdo nada. Me quedé con la mía, que iba creciendo y mudando de piel. Esto ocurrió en los años ‘60, y la historia salió publicada a mediados de los ’80.

- Fue un fruto que tardó en madurar.

- Muchísimo tardó en madurar. Hay un trabajo subterráneo y silencioso, que no sé cómo calificarlo, que trabaja en alguna parte de uno mismo, solo: trabaja solo. Y de pronto aflora. Aflora y te dice estoy acá. Y después desaparece y vuelve a aparecer. Y un día, resulta que te despertás y vuelve a aparecer, pero ya armado, completo, o semicompleto, por lo menos con los elementos necesarios como para que uno diga bueno, ahí está: puedo sentarme a escribir.

- ¿Cómo es esa historia de que va amontonando posibles argumentos futuros en una caja de zapatos, hasta que ellos mismos se revelan válidos en un momento?

- Le conté está historia a Osvaldo Soriano y él la registró en uno de sus libros y seguramente su relato es mejor del que yo pueda hacer. Cierta vez, durante mucho tiempo fui tomando apuntes para una idea de una novela. Un par de líneas anotadas en una servilleta de papel en un bar, en hojas sueltas de libreta, un breve diálogo a máquina, una frase en el borde de la hoja de un periódico. Todos esos papelitos iban a parar a un gran cajón que había en mi departamento. Con los meses el cajón se fue llenando. Un día volqué el contenido sobre una mesa y era una montaña. La miré descorazonado y me pregunté si valía la pena intentar ordenar ese material o lo mejor era tirar todo a la basura. Opté por lo primero. Me dije: Por lo pronto, sin duda algunas, una novela se puede dividir en tres partes: comienzo, parte central y parte final, empecemos por ahí. Fui sacando papel por papel y con cada uno resolví si esa anotación podía ir en la primera, segunda o tercera parte. Así que la montaña quedó divida en tres. Todo eso fue a parar a cajas de zapatos que guardé en un armario. Un día saqué lo que correspondía al supuesto comienzo y me hice el mismo razonamiento: Todo comienzo puede dividirse en tres partes: comienzo de comienzo, mitad de comienzo, final de comienzo. Nueva subdivisión. Y así seguí. La cosa terminó con docenas y docenas de pequeños paquetitos marcados con números e inscripciones y por supuesto las cajas de zapatos. Finalmente un día me animé, lo fui abriendo uno por uno y traté de pasar a máquina lo que había ahí adentro y esbozar capítulos. Todavía no tenía computadora. Fue una tarea ardua. En fin, son múltiples y complejos los caminos para escribir una novela. Sin duda éste es uno de los menos recomendables. Sigo trabajando con anotaciones desordenadas, pero cuidándome de volver a caer en semejante trampa.

© LA GACETA

PERFIL

Antonio Dal Masetto nació en Italia, en 1938, y en 1950 emigró a la Argentina. Se radicó en Salto con su familia y aprendió español leyendo libros que elegía al azar en la biblioteca del pueblo. Tras desempeñar variados oficios fue, finalmente, periodista y escritor. Lacre, su primer libro de cuentos, mereció en 1964 una mención en el Premio Casa de las Américas. Ha escrito las novelas Siete de oro (1969), Fuego a discreción (1983), Siempre es difícil volver a casa (1985, llevada al cine por Jorge Polaco), Oscuramente fuerte es la vida (1990), La tierra incomparable (1994), Demasiado cerca desaparece (1997), Hay unos tipos abajo (1998, filmada por Rafael Filippelli y Emilio Alfaro), Bosque (2001), Tres genias en la magnolia (2005) y Sacrificios en días santos (2008). Entre sus libros de cuentos, Ni perros ni gatos (1987), Reventando corbatas (1989), Amores (1991) y Gente del Bajo (1995), El padre y otras historias (2002), Señores más señoras (2006) y los relatos Crónicas argentinas (2003). Fue premiado en diversas oportunidades y sus libros han sido traducidos al italiano, alemán, francés y hebreo.

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