El 70 % de las muertes de chicos en la capital es por traumatismo

El 70 % de las muertes de chicos en la capital es por traumatismo

En una década, se multiplicó por 10 la cantidad de menores heridos en accidentes. En el Hospital de Niños, la guardia tuvo que adaptarse: hay más traumatólogos y cirujanos. Los sábados y los domingos realizan 20 operaciones de pequeños accidentados. El boleto estudiantil gratuito podría disminuir el empleo de motos.

OPTIMISTA. Luciana se aferró a la fe, está feliz y pronto volverá a ser mamá. Con su esposo Javier miran las fotos de sus hijos y los recuerdan contentos.LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL. OPTIMISTA. Luciana se aferró a la fe, está feliz y pronto volverá a ser mamá. Con su esposo Javier miran las fotos de sus hijos y los recuerdan contentos.LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL.
Inoportuna. Desconcertante. Brusca. Sorpresiva. La muerte de un niño siempre es inesperada. Se supone que ellos tienen toda una vida por delante. Hasta que la tragedia se cruza en sus caminos. Y precisamente son las tragedias camineras las que hoy más preocupan y alarman: porque los accidentes de tránsito se han convertido en el peor enemigo de los chicos.

Cada mes mueren en el país 30 menores de 14 años como consecuencia de los siniestros viales. En Tucumán, todos los que trabajan en emergencias coinciden en que esta realidad es desesperante. El doctor Juan Masaguer, de Emergentología, detalla que el 70% de los menores de 13 años que mueren en la capital es por traumatismos. En el hospital de Niños, la sala de urgencias y la terapia tienen cada vez más camas destinadas a pequeños que han sido víctimas de choques. 

La doctora Julieta Vilar, coordinadora de la guardia del nosocomio, contó cómo el servicio tuvo que ir cambiando para adaptarse a esta nueva realidad. Mientras que antes las enfermedades típicas, virósicas y bacterianas, eran el centro de las atenciones, ahora los accidentes de tránsito y otros hechos violentos están llenando las guardias, especialmente los fines de semana.

“Tenemos cada vez más pacientes traumatizados y a edades más tempranas. La gran mayoría de las víctimas iba en moto. Chicos que a los 10 años ya están conduciendo un vehículo de estos y se accidentan. También los que viajan como pasajeros sin ningún tipo de protección: bebés que van en los brazos de su mamá y pequeños a los que trasladan sentados en el tanque de nafta”, señala.

Los riesgos

Cuando viajan desprotegidos, los niños son los pasajeros más frágiles. “Cuando el cuerpo es más pequeño, más grande es la cabeza. Al accidentarse, la lesión más frecuente en los chicos es el traumatismo de cráneo. Por eso, la mortalidad es alta en ellos y cuando sobreviven lo hacen con graves secuelas neurológicas”, resalta la especialista, quien desde hace 14 años trabaja en la guardia.

Pera dar una idea de la magnitud que tiene la inseguridad vial, la médica cuenta que hasta hace unos 10 años en el hospital se atendía un accidentado grave cada 15 días. “Hoy tenemos cinco casos graves por fin de semana”, puntualizó. Es decir, que la atención de los heridos en choques se multiplicó por 10 en una década.

Un sábado o domingo cualquiera se hacen hasta 20 intervenciones quirúrgicas de chicos accidentados. “Antes, eran casos aislados y, cuando llegaban, se los pasaba a sala de cirugía. Ahora, como aumentaron los casos y la complejidad de estos, los atendemos en la guardia, en shock room especialmente equipados para actuar de inmediato. También se duplicó la cantidad de traumatólogos y cirujanos por guardia”, detalló.

Culpabilidades

“De la siniestralidad de los niños, los únicos responsables somos los adultos. Los chicos son rehenes de nuestras decisiones. Nosotros los ponemos en peligro”, sostiene Juan Masaguer, de Ermergencias del Sirposa.

Quienes van abordo de las ambulancias que recorren la provincia ven cómo cada vez se apagan más vidas de niños sobre el pavimento. “Detrás de siete de cada 10 chicos que fallecen en Tucumán hay un hecho violento, un accidente o una agresión. En el país, la situación es bastante similar. Según datos de la Sociedad Argentina de Cirugía, el 60% de los muertos de 0 a 14 años es por trauma. Son al año 1.500 muertes de niños que se podrían haber evitado”, reniega.

“El problema es que no se respeta la ley: un menor de 12 años no puede viajar en moto. Eso está prohibido. Pero pasa. Pasa porque no hay conciencia y porque faltan controles. En el interior de la provincia la situación es más terrible porque los chicos manejan motos desde los 11 años para ir a la escuela, y muchas veces lo hacen por rutas”, especifica.

Masaguer sostiene que en la actualidad los chicos se han convertido en víctimas de una variable de ajuste económico: porque las motos son fáciles de comprar y economizan muchísimo el presupuesto familiar.

“El cálculo es así: cada vez que llevo tres chicos a la escuela en una moto, ida y vuelta, me ahorro unos $ 30 del colectivo”, ejemplifica.

“Por eso, creo que una gran política de reducción de mortalidad de menores sería que el transporte de pasajeros sea gratuito para ellos”, propone. Y compara: “a la larga, al Estado le conviene. Eso si tenemos en cuenta que un niño en respirador artificial cuesta unos $ 5.000 a $ 10.000 por día”.
 
La más dura batalla de un padre: aceptar la muerte de un hijo

No hay juguetes en ningún lado. Ni una sola prenda dando vueltas. Ninguna señal de que hasta hace poco más de un año en esa cocina comedor jugaban alegres dos hermanitos. Es una casa sencilla, de esas que construye el Estado. Para llegar, hay que entrar por la avenida principal de Famaillá, pasar un caserío y otro hasta chocarse con al barrio 60 Viviendas. Ahí, en el fondo, donde las calles de tierra están llenas de pozos y hay una gruta de la virgen de Urkupiña, viven los Orellana Casmuz.

La mesa redonda del comedor está pegada a una ventana por la que se cuela un chorro de luz clara. Afuera el día está nublado. Javier Orellana (35) nos atiende amablemente. Nos avisa que su esposa está por llegar para la entrevista. Mientras pone los pocillos de café sobre la mesa, Javier habla de su trabajo como camillero en el hospital Padilla. Detrás, sobre un mueble de madera, hay todo tipo de adornos. Sobresalen los portarretratos con las imágenes de sus dos pequeños hijos. “Ellos eran todo para nosotros. Fue muy, muy duro”, dice él segundos antes de que lo interrumpa, con una sonrisa de oreja a oreja, Luciana Casmuz (32).

Pide perdón por la demora. Tiene puesto un jean y un buzo rosa. Lleva peinado ligero, pero prolijo. Nada de maquillaje. “Ellos eran mis solcitos; me enseñaron todo”, dice. Trae un álbum y muestra fotos. Está ansiosa por contar su historia. Después de tanto sufrimiento, tiene fe en que sus palabras puedan resultar de ayuda a otros padres. “Para que te des una idea: nosotros formamos parte de Renacer (grupo de ayuda para quienes pierden hijos). Ahí, de cada 10 papás nuevos que llegan seis han perdido a sus hijos en choques. Evidentemente, algo hay que hacer para crear más conciencia”, propone.

A Ramiro le faltaban solo 72 horas para cumplir tres años. Tenía la sonrisa amplia, la mirada pícara. Su hermanita María Emilia, a los ocho meses, ya estaba empezando a hacer monerías. Por el tono cobrizo que barnizaba su tez, le decían “la Negrita”.

Ese día, el 31 de agosto del año pasado, restaba poco para el mediodía. Javier, que además de ser camillero hace filmaciones, tenía que trabajar en una fiesta en Simoca. A Luciana le pareció un buen plan ir de paseo a las Termas de Río Hondo con su hermano, su cuñada y los niños. Se subieron felices a la nueva y reluciente camioneta Renault Kangoo.

Luciana iba atrás con los niños. En el cruce de las rutas 306 y 323, en Santa Rosa de Leales, un camión apareció en el camino, se sintió un fuerte reventón y todo, absolutamente todo, en cuestión de segundos se volvió una pesadilla. Ella, la mamá, sintió como si de repente alguien la hubiera empujado al vacío. Estaba tapada por los hierros: tenía un brazo totalmente deshecho, un dolor fuerte en el cuerpo y la angustia insoportable de no escuchar el llanto de sus hijos. A lo lejos, estaba el conductor del camión, parado, los vecinos de la zona, la ambulancia, el horror.

Ya en la camilla, Luciana tuvo un presentimiento. “Sólo le pedía a la Virgen que si mis hijos iban a sufrir era preferible que se los llevara”, cuenta con los ojos iluminados. Pero no se le cae ni una lágrima. Ella dice que sus “ángeles” le dan fuerzas para salir adelante, para luchar en la batalla más dura: volver a encontrarle sentido a la vida.

Una vez que ingresó al hospital Centro de Salud vio que 10 profesionales la rodearon. Ahí supo que le iban a confirmar lo peor, que lo imposible estaba pasando. Quedó solamente una psicóloga en el shock room. En ese momento, se podía cortar el aire con un cuchillo, recuerda. Luciana la miró fijo y emitió dos frases, casi sin poder respirar: “no me digas nada”. “Se dónde están mis hijos”.

“De ahí en más entré en otra dimensión. Me aferré a la fe. Ya no me pregunto por qué me pasó a mí. Doy gracias por haberlos tenido el tiempo que los tuve. No cambiaría ni un solo instante de los que viví con ellos. ¡Es tan lindo ser madre!”, dice. Repentinamente se levanta el sweter, muestra una extensa cicatriz de 22 cm (es de cuando le sacaron el bazo, por el accidente) y cuenta que está embarazada de tres meses.

Volver a la casa fue lo más difícil. “Con Javier atravesamos por todas las etapas del duelo, con peleas, llanto, depresión. Un día decidimos que las cosas de los chicos no nos servían de nada aquí porque no tenían vida y las llevamos a la Sala Cuna”, cuenta.

También se les pasó por la cabeza vender la casa y estuvieron a punto de separarse. Y varias veces pensaron en ir a increpar al camionero. “Esto va contra todo, todo lo que uno está preparado en la vida. No hay una receta única para enfrentarlo; cada uno va encontrando su camino. Pero sí se puede salir, sí se puede apostar de nuevo a la vida, volver a ser feliz”, explica la joven, que trabaja en un kiosco escolar.

Una de las primeras cosas que se preguntó Luciana fue ¿qué hago con este dolor tan grande? Así descubrió que ayudar a otros padres que pasaron por lo mismo le daba mucha paz. “Esto tiene que servir para algo. Hay que crear conciencia. Cada vez más niños y adolescentes se mueren en las calles y estamos anestesiados. Pensamos que nunca nos va a pasar, que eso es de la tele. El cambio está en nosotros. Es mejor protegerlos, pensar que sí te puede pasar. Si vas en moto el casco te salva, igual que el cinturón en el auto”, reflexiona. Se queda pensando. Y remata: “ese día, el del accidente, mis hijos iban sueltos. Rami era inquieto. Y justo yo iba cambiando a la Negrita; por eso no la llevaba con el cinturón. Y todo fue terrible”.

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Opinión

“Distintas formas de ver la negligencia”

“Ningún padre dejaría que su hijo camine por la cornisa de un edificio. Pero no les parece grave que vayan sueltos en el auto, en la caja de una camioneta o en la moto sin protección. Son diferentes formas de ver lo que en el fondo es lo mismo: una negligencia”. La que habla es Florencia Marchese, impulsora en Tucumán de la campaña de concientización vial “Estrellas Amarillas”. “Pero esto no es sólo culpa de los padres. También hay un Estado que no controla. Los chicos no pueden ir como conductores ni como acompañantes en motos y sin embargo es común verlos andar así. Pasa en todas partes. En Yerba Buena los menores van siempre en las cajas de las camionetas; esto también es ilegal y nadie lo controla”, resalta la joven, quien perdió a su mamá y a un hermano en un accidente.

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