“El peronismo no ‘combatió al capital’; se lo consumió”

“El peronismo no ‘combatió al capital’; se lo consumió”

El presidente de la Academia Nacional de la Historia, uno de los más destacados historiadores económicos de América Latina y uno de los más lúcidos estudiosos de las crisis argentinas, analiza las causas que nos alejan sistemáticamente de la normalidad. Sostiene que los gobiernos argentinos se dedicaron a armar bombas buscando que les exploten al que viene. También hace un balance de la gestión kirchnerista, identifica los desafíos del próximo período y expone las contradicciones de los populismos: “La principal es intentar mantener salarios altos con baja productividad”.

“El peronismo no ‘combatió al capital’; se lo consumió”
01 Noviembre 2015
- ¿Se puede identificar un punto de inflexión en la Historia argentina en el que el país pierde ese destino auspicioso que alguna vez tuvo o hay muchos momentos o procesos?

- En mi último libro (El laberinto argentino, Edhasa, 2015), me pregunto qué pasó para que la Argentina no sea un país normal. Normal como Chile o Uruguay, no una potencia ni mucho menos. Simplemente un país con alternancia y reglas de juego claras. Hay, a lo largo de la Historia, procesos complejos y momentos clave. En el año 30 hay una gran crisis fiscal. Se establece el control de cambios, luego el Banco Central (en el 35) contabilizará a otro precio las reservas de oro, algo parecido a lo que se hizo en estos años. En ese momento el acuerdo fiscal se rompe; y esa ruptura dura hasta hoy. El problema fiscal, que creo que es el problema económico de fondo que tiene el país, finalmente es una cuestión política. Determinar quién paga y quién recibe. El país no logró equilibrar sus cuentas, no pudo limitarse a gastar lo que le ingresaba, y la inflación se transformó en un fenómeno crónico, en un esquema recaudatorio. Cuando no se pudo  seguir cobrando el impuesto inflacionario -porque la gente dejaba de usar el dinero- se pasó al endeudamiento. En la Argentina se estableció una estrategia permanente entre el Gobierno y los contribuyentes para sorprender al otro. El Gobierno puede confiscar si el dinero está a la vista pero no si está fuera del sistema. 

- ¿La Argentina pudo ser un país como Australia o Canadá?

- Canadá entró al espacio económico norteamericano y eso hizo que una economía muy parecida a la argentina tuviera un enorme desarrollo. Australia tiene la ventaja de haber sido parte del Imperio británico. Después de Galípoli, en la Primera Guerra Mundial, Inglaterra sintió una gran deuda por el papel que jugaron los australianos y les dio acceso a mercados con muchas ventajas, algo que Argentina no tuvo a partir del 30. Durante la Segunda Guerra, el comando aliado estaba en Australia. Nosotros, en cambio, nos aislamos y expresamos simpatías por el nazismo. Una posición opuesta a la de Brasil, que intervino en la guerra y luego obtuvo un trato privilegiado de Estados Unidos, al igual que Australia. La Argentina, por otro lado, padece desde siempre una gran división: coexiste un país viejo con un país nuevo. El milagro es que se mantuvo unido. 

- ¿Qué balance puede hacer del período político que termina?

- Este gobierno logró cierta estabilidad porque, con el default, dejó de pagar la deuda hasta 2005 y tuvo precios extraordinarios de los productos agrícolas. Nos aislamos del mundo. El Mercosur fue un fracaso; sumamos conflictos constantes con Brasil y alianzas políticas absurdas como la de Venezuela. Se comieron las joyas de la abuela: los fondos de las Afjp, las reservas del Banco Central, todos los stocks. Pasaron diez años sin renovación de capital. Al contrario de lo que dice la marcha, el peronismo no “combatió al capital”; se lo consumió. La principal contradicción económica del populismo es intentar mantener salarios altos con baja productividad. Puede haber salarios altos con alta productividad, como ocurre en países del Primer Mundo. O lo contrario, como ocurre en los países subdesarrollados. Pero la fórmula populista no es sustentable en el largo plazo.

- ¿Cuáles son las principales patologías argentinas?

- Creo que el problema central es político. No podemos avanzar sin respeto a las reglas. Vivimos hasta ahora en un régimen de partido hegemónico en el que ganaba siempre quien estaba en el poder y en el que los opositores tenían el deber de perder. Recuerdo que después de la crisis de 2001, en un congreso en España en el que yo explicaba las causas de la crisis, uno de los autores de la Constitución española me dijo, refiriéndose a mi exposición y a la Argentina: “Usted es un excelente abogado porque con su explicación está defendiendo a alguien que ha delinquido”. Debemos volver a lo esencial. Hay que respetar los compromisos asumidos. El incumplimiento crónico, cultural, nos convirtió en un país nada confiable, un país que dejó de interesarle al mundo. 

- ¿Estamos ante “la devaluación más anunciada de la Historia argentina”?

- Hay desequilibrios que no pueden sostenerse. No se puede mantener el actual déficit ni condenar a las economías regionales se está haciendo ahora. No podemos seguir sin exportar carne o trigo. Cuando en el mundo se necesita hacer correcciones, se habla de “soft landing”, de una dosificación progresiva. Pero a un alcohólico con delirium tremens es difícil pedirle que tome una copa de vino por noche. El problema argentino no puede ser reducido a ningún modelo ni captado plenamente por ningún economista. En el fondo es una cuestión psicológica: establecer si habrá pánico y lo que generará ese pánico. La devaluación debe ser mayor que el índice de inflación pero si la gente no te cree puede pasar lo contrario. Aunque los candidatos que pueden ocupar la presidencia parecen tener actitudes moderadas respecto de la actual gestión, la gente tiende a desconfiar. También hay que tener en cuenta que una cosa es expresar confianza, y otra es poner plata.  


- ¿La próxima gestión está obligada, por el contexto que hereda, a aplicar remedios económicos ortodoxos?

- Creo que nadie puede aplicar un programa completamente ortodoxo por la resistencia de la cultura popular argentina a ese tipo de medidas. La clave es evitar una crisis en la que el ajuste lo haga el mercado y no el Gobierno. Eso requiere una transición administrada. Los gobiernos argentinos se han dedicado a armar bombas buscando que les exploten al que viene. A Raúl Alfonsín le estalló una bomba preparada desde el 82 por los militares. Las crisis limpian la situación; los salarios reales bajan, hay capacidad ociosa y se empieza a crecer. Menem heredó ese rebote. El kirchnerismo logró una sensación de estabilidad que me recuerda, guardando las distancias, al clima de tranquilidad que se registraba en muchos países europeos en las semanas previas al estallido de las dos guerras mundiales. Uno tomaba un café en París y a los diez días te mandaban a una trinchera. Hace 60 años que estudio las crisis argentinas y, además, las viví en carne propia. Y ese reflejo humano a negar la catástrofe inminente, muchas veces se registró en nuestro país.

© LA GACETA

PERFIL

Roberto Cortés Conde es presidente de la Academia Nacional de la Historia, presidente honorario de la Asociación Internacional de Historia Económica, profesor emérito de la Universidad de San Andrés, miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, ex profesor visitante de las universidades de Harvard, Chicago, Yale, Berkeley y Cambridge. Es coeditor del Cambridge Economic History of Latin America. Su último libro es El laberinto argentino (Edhasa, 2015).

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