La tala de árboles genera y agrava la sequía

La tala de árboles genera y agrava la sequía

La deforestación de la Amazonia no solo afecta a Brasil, ya que las consecuencias podrían impactar, por ejemplo, en EEUU.

NATURALEZA EN PELIGRO. Esta imagen aérea muestra el avance implacable de la desforestación en el Amazona; la selva desaparece y nacen los cultivos. Reuters. NATURALEZA EN PELIGRO. Esta imagen aérea muestra el avance implacable de la desforestación en el Amazona; la selva desaparece y nacen los cultivos. Reuters.
17 Octubre 2015
Jim Robbins / The New York Times

Al igual que California, buena parte de Brasil está siendo afectada por una de las peores sequías de su historia. Enormes represas están secas y se ha debido racionar el agua en muchos lugares, como San Pablo, megaurbe de 20 millones de habitantes, y Río de Janeiro.

Generalmente se piensa que las sequías son un desastre natural que está más allá del control del hombre. Pero conforme los investigadores han examinado más de cerca el cambiante bioclima de la Tierra -la interacción global, enormemente compleja, entre los organismos vivos y las fuerzas climáticas- han ido apreciando mejor el importante papel que desempeña la deforestación.

Talar bosques hace que se suelte el bióxido de carbono almacenado, lo que a su vez atrapa el calor y contribuye al calentamiento de la atmósfera. Los bosques también afectan el clima de otras formas: absorbiendo más energía solar que los pastizales, por ejemplo, y emitiendo grandes cantidades de vapor de agua. Muchos expertos piensan que la deforestación se está llevando a cabo en una escala tan grande (especialmente en América del Sur) que ya ha alterado de manera significativa el clima del planeta.

“Mucha gente está luchando por hacer observaciones en la Amazonia este año, debido a que se calcula que el fenómeno de El Niño será muy grande”, explica Abigail Swann, experta en climatología de la Universidad de Washington. “Se espera que impulse una sequía por la Amazonia, lo que va a modificar la cantidad de agua de que disponen los árboles”, agrega.

El hombre siempre se ha asentado en lugares donde hay una precipitación pluvial adecuada y previsible. Los grandes bosques desempeñan un papel crucial en la generación de cantidades confiables de lluvia. Los árboles absorben humedad del suelo y la transpiran, permitiendo así que se eleve en la atmósfera. La selva del Amazonas envía al cielo hasta 20.000 millones de toneladas al día.

Ese vapor de agua crea nubes, las cuales son sembradas después por gases volátiles, como los terpenos e isoprenos emitidos de manera natural por los árboles. Y esto es lo que genera la lluvia. Estos bancos de nubes cargadas de agua recorren grandes distancias impulsados por los vientos, lo que conforma un sistema de transmisión para el transporte de la precipitación pluvial que los científicos llaman ríos volantes.

El río que flota por encima del Amazonas lleva más agua que el mismo Amazonas. Empieza como humedad que se acumula encima del océano Atlántico y después flota hacia el oeste, por sobre la corona de esmeraldas del Amazonas, donde recoge mucha más humedad. Las nubes cargadas finalmente se topan con los Andes y son redireccionadas hacia el sur y luego al este, lo que significa lluvia para Bolivia y Brasil.

El “bombeo biótico”

Una forma en que los bosques pueden mover el agua es lo que se llama “bombeo biótico”. Esta teoría sostiene que, conforme el agua asciende a la atmósfera por encima del bosque, crea un sistema de baja presión que succiona el aire que lo rodea y, finalmente, bombea la humedad desde el océano hacia tierra adentro de manera continua. Talar los bosques degrada estos sistemas de baja presión, lo que en esencia equivale a apagar la bomba. Así pues, se piensa que la deforestación en gran escala es un factor importante de la sequía extrema de Brasil.

Hoy en día, los investigadores dependen de modelos de computadora para estudiar los efectos de la deforestación. Es una tarea difícil pues hay muchas y muy complejas formas en que los árboles controlan el clima: la lluvia, el almacenamiento de carbono, grandes nubes de emisiones químicas complejas y absorción de la energía del sol.

Tan solo en el último año se perdieron unas 516.000 hectáreas de la Amazonia debido al desmonte producido sobre todo para plantar soja y criar ganado. Un creciente número de científicos advierte que la deforestación en gran escala (ya se ha perdido un 20 % de la Amazonia y otro tanto está deteriorado) podría estar alejando la precipitación pluvial de lugares que desde siempre han estado acostumbrados a ella.

Un estudio de Princeton apunta a que la deforestación de la Amazonia podría contribuir a las sequías en lugares tan lejanos como California, mientras que otras investigaciones señalan que las sequías recientes en Texas y Nuevo México podrían estar relacionadas con la tala de árboles en Brasil.

Y su impacto podría acelerarse. En un estudio, Antonio Donato Nobre, veterano climatólogo del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil, observa que si se deforestara solo el 40 % de la región del Amazonas, podría haber un cambio abrupto y en gran escala hacia los pastizales, lo que a su vez alteraría sustancialmente los patrones climáticos de todo el planeta “y causaría una desintegración del actual sistema climático”. De continuar la deforestación, advierte, muy probablemente San Pablo “se secará”.

Necesidad de bosques

En su sentido más amplio, señalan los científicos, los bosques representan una especie de infraestructura ecológica que ayuda a mantener unas condiciones de vida cómodas en el planeta, ya sea por absorber y retener el bióxido de carbono, por limpiar el agua a través de sus raíces, por evitar inundaciones estabilizando los suelos o, como en este caso, por regular el clima.

Nobre y otros expertos en el clima exhortan a suspender de inmediato la deforestación y recomiendan plantar bosques nuevos en gran escala.

Algunas personas no quieren esperar a hacer más estudios y ya quieren remodelar el clima local con más bosques. Frederick Shoo, obispo electo de la Iglesia Luterana Evangélica en Tanzania, ha estado plantando árboles a contraviento en el Kilimanjaro desde hace 12 años, con 100.000 fieles, con la esperanza de enfriar los vientos secos y calientes que están derritiendo los glaciares de la montaña. Él calcula que en todo ese tiempo ha plantado unos 3,7 millones de árboles.

“Mi esperanza es restablecer los bosques del Kilimanjaro y salvar sus fuentes de agua”, explica Shoo, a quien llaman el obispo de los árboles. “Tenemos la obligación moral de cuidar de toda la creación y de asegurarnos de que las generaciones venideras tengan un buen lugar para vivir”, sentencia.

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