“El periodismo tiene que contar y revelar la realidad, pero la ficción tiene que soñarla”

“El periodismo tiene que contar y revelar la realidad, pero la ficción tiene que soñarla”

La conocida periodista tucumana, que es además actriz y escritora, acaba de publicar El jardín de los delatores, una novela de espionaje con un ritmo que atrapa y una trama que preocupa. En esta entrevista cuenta cómo se animó a más y demuestra por qué la literatura también es lo suyo.”El libro busca ser una reivindicación del periodismo de investigación”, confiesa.

UNA TUCUMANA TALENTOSA. “El libro mezcla el escenario de espionaje como status quo mundial con la muerte de un periodista y una categoría nueva de organización geopolítica”, sintetiza la autora de El jardín de los delatores.  i4.ytimg.com UNA TUCUMANA TALENTOSA. “El libro mezcla el escenario de espionaje como status quo mundial con la muerte de un periodista y una categoría nueva de organización geopolítica”, sintetiza la autora de El jardín de los delatores. i4.ytimg.com
20 Septiembre 2015
Por Dolores Caviglia

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

Alcanzó la popularidad en su rol de periodista, junto a Rodolfo Barilli, al frente de uno de los noticieros nocturnos más vistos del país. Pero a Cristina Pérez sus tres vocaciones -el periodismo, la actuación y la escritura- la atraviesan desde hace mucho. Cuando cursaba la primaria en el colegio María Auxiliadora de San Miguel de Tucumán escribía obras de teatro sobre personajes de la historia y la cultura, las dirigía y además actuaba en ellas. Sus compañeros de grado son testigo.

Nació el 17 de agosto de 1973 en Tucumán. Su primer trabajo fue en la radio, con apenas 14 años. A los 16, ya aparecía en un canal de cable. A la televisión nacional llegó en 1992: condujo durante seis años Nuevediario, en Canal 9 de Buenos Aires. Entre 1999 y 2001 fue la presentadora de Azul Noticias. Al noticiero de Telefe llegó un año más tarde. Y en 2010 volvió a la radio. Ahora presenta su segundo libro -su primera novela-, un thriller futurista que no deja nada afuera: ni pasión, ni espionaje, ni misterio ni crimen.

- ¿Cómo fue escribir este libro?

- Lo fundamental fue hacer el argumento. La historia nació con el argumento. Yo sabía qué cosas iban a pasar. A partir de ahí me puse objetivos en las caracterizaciones que tenían que ver con que no hay ángeles ni demonios. Decidí que la empatía fuera una decisión del lector. Otro de los objetivos era atrapar. Es un libro que escribí todos los días durante un año y medio a la mañana, antes de conectarme con la realidad para que mi entrada al mundo de la vigilia desde lo onírico fuera con él.

- ¿Por qué elegiste este género?

- Es que los thrillers de espionaje tienen una vigencia tremenda en tanto el mundo se volvió transparente. Las paredes de la vida privada son traslúcidas. Y no sólo es la tecnología sino también el espionaje como herramienta del poder para sus operaciones. La realidad aportó datos importantes cuando empecé hace dos años a escribir, desde Edward Snowden al espionaje en los EEUU, o el ascenso de César Milani. Los elementos eran muchos acerca de la vigencia y de la reinvención del espionaje como arma tenebrosa, que se convertía en el status quo de los manejos de poder. El libro mezcla el escenario de espionaje como status quo mundial con la muerte de un periodista y una categoría nueva de organización geopolítica.

- ¿Cómo influye tu pasión por Shakespeare?

- En este caso hay algo muy directo y un poco provocador. Si Shakespeare viviera hoy, estoy segura de que escribiría thrillers. Él entendía el mundo como un gran teatro. En sus obras ocurren acciones sorprendentes. Nos genera sorpresa y nos hace agarrar de la butaca. Eso nos hace mirar escenas ordinarias como extraordinarias. Shakespeare mostraba lo que pasaba en los burdeles pero también lo que ocurría tras las bambalinas del poder. Si yo tuve alguna intención con este libre fue justamente sujetar con el asombro. Y el thriller era el género con el que yo podía plasmar acción. Shakespeare es un híper registro. Es como llegar al más rojo de los rojos.

- ¿Cuánto hay de vos en esta historia?

- El libro es un gran teatro: de la política, del periodismo, del mundo, de la actuación. La política puesta en clave de drama, que tiene esta cosa de delación: no sólo los espías tienen máscara. ¿Qué es lo que hay de mí? Yo estoy mediando la historia a través de mi psique, soy la esponja de todas estas situaciones de vida. La materia que se usa para la ficción es la materia más pura de las vivencias pero lo maravilloso es que uno se pone a crear un mundo y que no es dueño de lo que sale ahí. Yo construí clásicamente el argumento pero en el ínterin estas personas iban viviendo. El final de la historia me hizo sufrir como si no la estuviera escribiendo yo.

- ¿Cuán trabajoso es escribir sobre el futuro?

- Es un riesgo. Pero también es un placer que uno le permite a la imaginación. En el libro hay una nueva Buenos Aires, una ciudad que no existe. Pero también hay hechos que comenzaron a ocurrir. Porque yo entregué el libro en diciembre y al poco tiempo pasó lo del fiscal Nisman, el espionaje. Y en el libro hay un escenario global, otra de las cosas que empezaron a pasar. E instrumentos tecnológicos que no existen, pero es fascinante ponerse a imaginar. El periodismo tiene que contar y revelar la realidad, pero la ficción tiene que soñarla.

- En esta novela hay una definición que dice: “El periodismo lo hacen las actitudes de los hombres”. ¿Es tu definición?

- El libro busca ser una reivindicación del periodismo de investigación. El periodismo en su cuerda más esencial es un hombre que en la intimidad está tomando decenas de decisiones por día. Es una cadena de decisiones tomadas en la intimidad y con conciencia de las consecuencias. No está construido por otra cosa que no sean las actitudes de los hombres, porque es íntimo.

- En la novela hay periodistas perseguidos, ¿por qué decidiste hablar de eso?

- No es algo que importe si me pasó o no, lo escandaloso es que nos pasó a todos y a la luz del día. Porque el gobierno puso el periodismo como su opositor acérrimo, puso bajo cuestionamiento nuestro rol. Más allá de que no me parece normal no haber hecho una pregunta a un presidente en diez años, yo hubiera querido no tener este nivel de hostilidad. Creo que lo que es verdadero se fortalece con las pruebas y que después de diez años sabemos quién es quién.

© LA GACETA

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