Había una vez un bajista...

Había una vez un bajista...

Ocho razones para admirar incondicionalmente a Chris Squire (1948-2015):

1) Estilo. Podía ser agresivo, podía abrevar en la introspección. Potencia, suavidad y fraseo, a veces en la misma canción.

2) Sonido. La doble amplificación lo hacía único. Squire usaba un equipo de bajo convencional y otro de guitarra para separar las frecuencias, por eso sonaba seco y profundo a la vez.

3) Genio. Nadie le enseñó los secretos del bajo. Fue pionero en la adopción del Rickenbacker 4001 y lo tocó a su manera, marcando las cuerdas con el pulgar.

4) Fidelidad. Es el único miembro de Yes, banda que había formado junto a Jon Anderson en 1968, que participó en la veintena de discos de estudio editados por el grupo durante casi medio siglo.

5) Solos. Miles de entusiastas le sacaron humo a sus bajos intentando emular algún fragmento de “The fish”. ¿Y quién no obtuvo sus primeros acordes con la línea de “Owner of a lonely heart?

6) Onda. Las capas, las botas, los colores, el cuero. Un caballero británico de finísima estampa en la corte alucinada del prog rock, cuando las canciones hablaban de rituales y de abismos. Y en vivo... un gigante cabalgando el escenario y cayendo de rodillas frente a la batería en mil remates épicos.

7) Arte. Componía, hacía coros y escribía. Se dio el gusto de editar junto a Steve Hackett un regalo para paladares exquisitos: “A life within a day”.

8) Legado. El goteo de muertes ilustres es incesante en el rock. Un domingo cualquiera, vencido por la leucemia, se fue uno de los mejores bajistas de todos los tiempos.

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