Una cuchillada de amor
“¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón. Tanta sangre que se llevó el río, yo vengo a ofrecer mi corazón”, cantaba Fito Páez en su disco “Giros”, de 1985, canción luego reeditada en la recopilación “Crónica”, de 1991, que haría mundialmente conocida Mercedes Sosa.

Esta puede ser un poco la síntesis de una de las historias más conmovedoras ocurridas en Tucumán en décadas. La historia de la Orquesta del Divino Niño, un verdadero milagro, si es que se cree en milagros, o un suceso maravilloso donde han confluido los mejores valores del ser humano, para los no creyentes.

En tiempos electorales, de mentiras y egoísmos exacerbados, vale la pena hacer foco en acontecimientos positivos reales, lejos del relato partidario y del márketing político de campaña.

La historia del Divino Niño comenzó en 2002, en medio de una de las crisis humanitarias más atroces que le tocó vivir al país y a Tucumán en especial, con niños desnutridos que morían de hambre y encabezaban los titulares de los diarios de todo el mundo.

Divino Niño nació como uno de los tantos comedores que surgieron espontáneamente esos años para evitar lo que ya se presagiaba como un verdadero holocausto. En este caso se trataba de un comedor parroquial, que conducía el padre Jorge Gandur, ubicado en el barrio 2 de Septiembre, en la zona suroeste de la capital.

En 2007 se acercó al comedor Marcelo Ruiz, profesor de música y violinista de la Orquesta Estable de la Provincia, para regalarle unos acordes a los 300 chicos que se alimentaban allí todos los días.

Grande fue la sorpresa de Ruiz cuando descubrió el silencio, el respeto y la admiración con que los niños escuchaban sus melodías clásicas. Y más grande aún cuando una niña de ochos años, Natalia Armas, se le acercó y le preguntó cómo podía hacer ella para tocar el violín.

“No será tan fácil, ya sé que pasa. No será tan simple como pensaba.

Como abrir el pecho y sacar el alma, una cuchillada de amor”.

Con la anuencia de Gandur, Ruiz comenzó a transitar un camino difícil, repleto de obstáculos y decepciones. Primero fue Natalia, pero en cuestión de días se fueron sumando chicos y adolescentes y en poco tiempo, en el mismo lugar a donde los niños iban a comer se formó una orquesta.

Al principio, con unos pocos instrumentos, por lo que los chicos debían hacer largas colas para poder tocar y aprender unos minutos. Hasta hoy Ruiz se emociona cuando recuerda el brillo en los ojitos y la cara de entusiasmo de los chicos cuando esperaban su turno para tener el violín en el cuello.

Se fueron sumando más profesores, todos sin cobrar un solo peso ni subsidio alguno, que entregaban horas de su vida entusiasmados por ese milagro que se estaba produciendo.

“Luna de los pobres, siempre abierta, yo vengo a ofrecer mi corazón.

Como un documento inalterable, yo vengo a ofrecer mi corazón. Y uniré las puntas de un mismo lazo, y me iré tranquilo, me iré despacio, y te daré todo y me darás algo, algo que me alivie un poco nomás”.

La orquesta empezó a equiparse y a crecer gracias a donaciones de particulares y a que el barrio se organizó para no dejar morir un proyecto que les estaba cambiando la vida para siempre.

“Es un barrio de gente que tiene ganas de apoyar a sus hijos. Es una gran experiencia ver que es un barrio en donde las mamás se unen para ayudar, desde ayudar para que esto esté limpio hasta organizar bingos para comprar un instrumento que falta”, explicó el profesor. Y aclaró: “no recibimos nada, aquí todo se hace de corazón, porque cuando uno se propone algo no tiene techo”.

En 2010 la orquesta llegó al Teatro Colón y en la actualidad ya hay varios chicos que están estudiando música en la universidad. “Es increíble lo que pasó. Hoy vos llegás al barrio y vas a escuchar a cualquier hora el sonido de un violín”, contó Ruiz.

Esta historia sería casi invisible si no fuera gracias a un documental de Gabriela Bosso, escritora y guionista, que se estrenó el año pasado y que se está exhibiendo en distintas ciudades del país, gracias a lo cual la orquesta no deja de crecer y recibir ayudas de todas partes. En la película, producida por Alexander Vesely, participa Leonardo Sbaraglia, quien va narrando la historia de la orquesta y conversa con los protagonistas, además de haber ayudado con su fama a darle mayor visibilidad al documental.

Ocurre algo muy fuerte con esta película. Cada vez que se encienden las luces, en cada sala que se presenta, la gente tiene los ojos llenos de lágrimas. Pero no es un llanto de pena, de lástima, es un llanto de emoción, de esperanza, lágrimas de alegría porque esta historia demuestra que cuando hay convicción todo es posible.

“Cuando no haya nadie cerca o lejos, yo vengo a ofrecer mi corazón.

Cuando los satélites no alcancen, yo vengo a ofrecer mi corazón”.

“Perder un poco la costumbre de recibir y buscar el esfuerzo, la superación, conseguir cosas y satisfacciones, el reconocimiento, un aplauso que va cambiando la percepción de uno mismo y de lo que se puede conseguir. El recuerdo de que alguna vez te aplaudieron te muestra lo que podés lograr, te saca de la pasividad también”, afirmó Bosso el miércoles en Salta, donde presentó su película.

Cada vez que puede, Ruiz reitera que ellos no regalan pescados, sino que enseñan a pescar. “Yo estoy harto de las palabras. Aquí se necesita gente que diga basta y que colabore, porque la cultura es lo único que nos va a salvar, porque hay que dejar de hablar, arremangarse y ponerse a trabajar, con el corazón. Aquí no hay dádivas, hay mucho esfuerzo y es lo que están aprendiendo los chicos”, subrayó con firmeza.

Es el camino inverso al de los planes sociales y al del clientelismo, es la cultura del esfuerzo de verdad, no en palabras vacías que ya nadie cree.

Porque como también siempre repite el violinista cuando le preguntan cómo es el barrio 2 de Septiembre, él dice: “yo conozco muchos pobres que lo único que tienen es dinero”.

Todos los que dejan la vida en esta cruzada, que son muchos pero no tantos como ellos quisieran, sueñan con que este ejemplo pueda replicarse en muchos otros barrios, no sólo en orquestas sino en otras tantas formas de arte y cultura, y más que nada en la cultura del trabajo y el sacrificio. Piensan que están haciendo una pequeña revolución, pero que ha nacido para no dejar de crecer y contagiar. No es sólo música para el alma, es la música como herramienta de un cambio social en serio.

“Hablo de países y de esperanza, hablo por la vida, hablo por la nada, hablo por cambiar esta, nuestra casa, de cambiarla por cambiar nomás.

¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”.

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